Gavin Ashenden publica en The Catholic Herald unas interesantes reflexiones al hilo del Camino Sinodal pero que son de aplicación general. Señala Ashenden que el modo en que se quiere subvertir nuestro modo de ver la realidad es «jugando con las palabras. El truco es muy sencillo. Se trata de utilizar una palabra que parezca muy atractiva a primera vista pero que contenga un giro oculto, de modo que acabe significando algo diferente, quizá incluso lo contrario».
«“Diversidad”, “inclusión» e “igualdad» son palabras de este tipo. “Inclusión» es la que se utiliza en el “Documento de trabajo para la etapa continental del Sínodo» titulado Amplía el espacio de tu tienda (de Isaías 54, 2). La idea dominante que se propone aplicar es la de la “inclusión radical». La tienda se presenta como un lugar de inclusión radical del que nadie queda excluido, y esta idea sirve de clave hermenéutica para interpretar todo el documento.
El truco con las palabras se explica fácilmente. La asociación con ser excluido es ser no amado. Dado que Dios es amor, es obvio que no quiere que nadie experimente el no ser amado y, por tanto, el ser excluido; ergo Dios, que es Amor, debe estar a favor de la inclusión radical. En consecuencia, el lenguaje sobre el Infierno y el juicio en el Nuevo Testamento debe ser alguna forma de hipérbole aberrante que no debe tomarse en serio, porque la idea de Dios como amor inclusivo tiene prioridad. Y como estos dos conceptos son mutuamente contradictorios, uno de los dos tiene que desaparecer. La inclusión se queda, el juicio y el Infierno se van.
Las mujeres ya no deben ser excluidas de la ordenación, las relaciones LGBT deben ser reconocidas como matrimonio; y entonces la verdadera extensión del ambicioso proyecto progresista sale a la superficie cuando se sugiere que los polígamos sean alcanzados y atraídos “dentro de la tienda de la Iglesia”.
Sería un grave error no darse cuenta de que la mentalidad liberal progresista quiere cambiar la fe. Así, sustituye las categorías de «santidad y pecado» por «inclusión y alienación». Las raíces de este uso del término alienación se encuentran, por supuesto, en Marx. Pero a medida que nuestra sociedad se ha ido adaptando al lenguaje de la angustia existencial, la alienación se ha convertido en el nuevo terror. El pecado y la separación de Dios no son tan alarmantes como la alienación, la angustia y la separación de la sociedad. Lo sobrenatural es sustituido por lo político.
Pero los primeros capítulos del Génesis nos muestran que nuestra alienación más profunda no es respecto de los demás. Es un síntoma de algo más fundamental y causal: nuestra alienación de Dios. En otras palabras, lo sobrenatural y metafísico tiene prioridad sobre lo político.
[…] El efecto de la eliminación social y cultural de la discriminación tiene consecuencias terribles. No es sólo un proyecto para sustituir lo espiritual por lo político. También tiene el efecto de oscurecer la crítica tarea humana de distinguir entre el bien y el mal.
Lo que se disfraza de bondad, la invitación incondicional a todos a la Iglesia, ignora fatalmente la única condición que imponen los Evangelios: el arrepentimiento.
La supresión del arrepentimiento es la señal de que se está implantando una religión diferente. Se trata de una religión que está constituida por una mezcla de altruismos terapéuticos populares y eslóganes políticos populistas».
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