EL pasado 6 de agosto se cumplía el veinticinco aniversario de la publicación por san Juan Pablo II de la encíclica Veritatis splendor sobre algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia. Con motivo de este aniversario el episcopado polaco ha querido recordar la enseñanza de este importantísimo documento en la Jornada papal que cada año, en recuerdo de su legado, celebran el
domingo anterior al 22 de octubre, fiesta de san Juan Pablo II.
En la carta pastoral publicada para anunciar la celebración nacional de esta vigesimosegunda Jornada papal tras la 392ª reunión plenaria de la Conferencia Episcopal Polaca, los obispos llaman la atención, en primer lugar, sobre la crisis del concepto de verdad. Hoy en día, la existencia de la ley natural, escrita en el alma humana, es cada vez más cuestionada.
La universalidad e inmutabilidad de sus mandatos también se ven socavadas. «La naturaleza dramática
de la situación actual –decía san Juan Pablo II– en la que los valores morales básicos parecen desaparecer, depende en gran medida de la pérdida del sentido del pecado.» En efecto, el hombre es tentado a tomar el lugar de Dios y determinar por sí mismo lo que es bueno y lo que es malo. Como
resultado, la verdad se vuelve dependiente de la voluntad de la mayoría, grupos de interés, circunstancias, contextos culturales y de moda, y juicios individuales de personas individuales.
Entonces, cualquier comportamiento se considera la norma de comportamiento, y todas las opiniones
son iguales entre sí».
«A medida que se vuelve cada vez más difícil distinguir la verdad de la falsedad –continúan los obispos
polacos–, los límites entre hecho y opinión, publicidad y mentira deliberada también se desdibujan. Los
algoritmos nos acompañan constantemente cuando usamos Internet. Seleccionan el contenido buscado
y visto por nosotros para que se adapte lo más posible a nuestros intereses y expectativas. Esto, sin embargo, dificulta confrontar opiniones alternativas y, en consecuencia, llegar a la verdad objetiva. Los usuarios de las redes sociales a menudo no se guían por el deseo de presentarse de manera auténtica, sino que adaptan los materiales preparados a las expectativas de los destinatarios. En pos de la popularidad, superan los límites de la moralidad, el buen gusto y la privacidad. En el espacio de los medios, nos enfrentamos cada vez más a los llamados “hechos alternativos” (“noticias falsas”). La consecuencia de esto es una disminución de la confianza en todo el contenido publicado. En la era de la posverdad no solo tenemos la verdad y la mentira, sino también una tercera categoría de declaraciones ambiguas, es decir, “falta de verdad, exageración, coloración de la realidad”».
Ante este panorama el episcopado polaco recuerda el vínculo inseparable entre la verdad, el bien y la libertad, remarcando que la renovación de la vida moral sólo puede lograrse mostrando el verdadero rostro de la fe cristiana. «Sólo el esplendor de la verdad que es Jesús puede iluminar la mente para que el hombre descubra el sentido de su vida y de su vocación y distinga entre el bien y el mal.
Seguir a Cristo es el fundamento de la moral cristiana. (…) Sin embargo, el hombre no puede seguir a Cristo por sí mismo. Se hace posible gracias a la apertura al don del Espíritu Santo.
El fruto de su acción es un “corazón nuevo”, que permite al hombre descubrir la ley de Dios no ya como
constricción, carga y restricción de la libertad, sino como bien que lo protege de la esclavitud del pecado.
(…) La armonía entre libertad y verdad a veces requiere sacrifi cios y hay que pagarla. En ciertas situaciones, guardar la ley de Dios puede ser difícil, pero nunca es imposible. Así lo confi rma la Iglesia, que ha elevado a la gloria de los altares a numerosos santos que, de palabra y obra, testimoniaron
la verdad moral en el martirio, prefi riendo morir antes que cometer pecado. Cada uno de nosotros
también está llamado a dar este testimonio de la fe, incluso a costa del sufrimiento y del sacrifi cio».
Este vínculo y diálogo entre verdad y libertad tiene su lugar privilegiado en la conciencia. «Aquí es donde se hace el juicio práctico, qué es lo que se debe hacer y qué se debe evitar. Pero la conciencia no está libre del peligro del error. Por tanto, la tarea clave de los pastores y educadores, pero también de todo creyente, es formar la conciencia. (…) Aquí juega un papel especial la “Iglesia y su Magisterio”. (…) La Iglesia lleva a cabo la misión de la formación de las conciencias a través de la catequesis
regular de niños, jóvenes y adultos, la formación en movimientos y asociaciones, y cada vez más en las redes sociales, en forma de respuestas a las preguntas formuladas. Es fundamental la labor de los confesores y directores espirituales que forman la conciencia de las personas a través de conversaciones, instrucciones y, sobre todo, a través de la celebración de los sacramentos. En este
punto, –concluyen los obispos polacos– alentamos la formación personal de todos los creyentes a través de la práctica diaria de la oración, el examen de conciencia y la confesión frecuente».
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