Frente al vacío de tantas palabras, Teresa presenta otra solución, la única Palabra de salvación que comprendida y vivida en el silencio se transforma en manantial de nueva vida. A una cultura racionalista y con demasiada frecuencia penetrada de materialismo práctico opone ella con desconcertante sencillez «el pequeño camino» que volviendo a lo esencial, conduce al secreto de toda existencia: el amor divino que rodea y penetra toda la aventura humana. En un tiempo como el nuestro, marcado con demasiada frecuencia con la cultura de lo efímero y del hedonismo, esta nueva doctora de la Iglesia se muestra dotada de una eficacia singular para iluminar el espíritu y el corazón de quienes están sedientos de verdad y amor.
(…) El camino por ella recorrido para alcanzar este ideal de vida no es el de las grandes hazañas reservadas para pocos, sino, al contrario, un camino al alcance de todos, el «pequeño camino», camino de confianza y de abandono total de sí a la gracia del Señor. No es un camino que haya que infravalorar, como si fuera menos exigente. En realidad, es exigente, como exigente es siempre el Evangelio. Se trata, empero, de un camino a lo largo del cual se halla uno penetrado del sentido del abandono confiado en la misericordia divina, que hace liviano incluso el más riguroso compromiso espiritual.
De la homilía de Juan Pablo II con ocasión de la proclamación de
santa Teresa de Lisieux como doctora de la Iglesia (19 de octubre de 1997)