ACABAMOS de iniciar un nuevo año, los comienzos son siempre un buen momento para proponernos metas. Unos se proponen estudiar algún idioma, otros aprender a tocar un instrumento musical y tantos otros compromisos que, a menudo, se desvanecen con el tiempo.
Ponerse metas es bueno y saludable. Ahora bien, uno de los riesgos es ponerse demasiados retos y
objetivos que, en lugar de hacernos un bien y de mejorarnos como personas, nos lleven al desánimo y a la apatía.
A lo largo de mis años de ministerio, algunas personas que acompañaba espiritualmente me preguntaban: ¿Qué objetivos debo proponerme para este año que empieza? Yo les invitaba a reformular
dicha pregunta con esta otra: Dios mío, ¿qué consideras importante que trabaje? Se producía entonces
un salto cualitativo muy signifi cativo. Introducíamos a Dios como interlocutor en el diálogo.
Pero, ¿cómo saber qué es lo que Dios quiere? Es más, ¿realmente podemos descubrir cuál es la voluntad de Dios para cada uno de nosotros en este momento de la vida? Ciertamente podemos descubrirlo. Y es ahí donde empieza el precioso camino del discernimiento espiritual, que es precisamente el objetivo de nuestro plan pastoral para este curso. El discernimiento es el arte mediante
el cual aprendemos a escuchar a Dios, que nos habla en medio de este cambio de época en el
que vivimos. Para ello es necesario desarrollar «un oído muy fi no para saber escuchar al Espíritu y un corazón totalmente dispuesto para cumplir lo que nos dice. Ello implica una forma de leer la Biblia, una
forma de orar en medio de nuestro mundo, una forma de mirar con los ojos amorosos de Dios.» (Plan pastoral diocesano, Cap. V).
Nos podemos proponer muchas metas. Ahora bien, creo que no podemos obviar una meta indispensable, la más importante para todo ser humano: entrar en la vida eterna. Una vida eterna que puede empezar aquí y ahora.
Este profundo anhelo del ser humano queda recogido en un pasaje del Evangelio, cuando una persona
se acercó a Jesús y le preguntó: «Maestro, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?» (Lc 18,18). La vida eterna es la gran meta que nos ofrece Jesús y que, por tanto, debe ayudarnos a determinar los objetivos, las prioridades, el orden de valores y el programa que oriente nuestra vida.
Dicha pregunta solo puede recibir la respuesta de Dios. Una respuesta que, por un lado, nace de
la verdad que la Iglesia custodia y transmite y, por otro, nace del encuentro personal de cada uno de
nosotros con la Santísima Trinidad. Atrevámonos a hacerle esta pregunta a Dios y descubramos sus respuestas en la oración, en las personas con las que nos encontramos, en los acontecimientos que nos
toca vivir. Dios nos habla, pero para aprender a escucharlo necesitamos un acompañante espiritual que,
bajo la guía del Espíritu Santo, nos ayude a discernir cuál es realmente la voluntad de Dios y qué debemos cambiar en nuestra vida para avanzar en el camino que lleva a la vida eterna.
¿Cuál es vuestra meta para este año? ¿Y para el resto de vuestra vida? ¿Qué debo cambiar y qué estoy
dispuesto a arriesgar en ese intento de llegar a la meta?
Feliz año y que Dios os bendiga, os acompañe y os conceda su paz.
«La gran hora para la conciencia cristiana ha sonado»
Tras 1945 el mundo quedó dividido entre dos ideologías igual de perversas y mortíferas: el Comunismo por un lado y la Democracia liberal por otro. La base atea de ambas ideologías llevó a cabo la muerte de millones de...