¡Oh, bello Cielo! ¡quién no le amaría, ya que tantos bienes están contenidos en él! ¿No es, en efecto, hijos míos, el pensamiento de esta recompensa que hacía a los Apóstoles infatigables en sus trabajos apostólicos e invencibles contra las persecuciones que tuvieron que sufrir por parte de sus enemigos? ¿No es el pensamiento de este bello Cielo que hacía comparecer a los mártires delante de sus jueces con un coraje que asombraba a los tiranos? ¡Oh! ¡Cuántos se encontraban felices de sacrificar sus bienes, su vida, para su Dios, en la esperanza de que «pasarían a una mejor vida que jamás acabaría»! (…) ¡Oh! ¡Cómo Dios nos recompensa por el poco bien que hicimos! Sí, le veremos, a este Padre amoroso, sí, le bendeciremos, a este amable Salvador; sí, le agradeceremos, a este caritativo Redentor, durante años infinitos. ¡Oh, eternidad feliz! Exclaman, ¡qué vas a hacernos probar de dulzuras y de alegrías!
Santo Cura de Ars, sermón «Sobre el Cielo»