Pretender establecer una cierta relación, entre el insigne emperador francés y una religiosa que muere en la flor de la juventud, que los años más importantes de su vida los pasó oculta en los claustros del Carmelo de Lisieux y que se dará a conocer con la publicación de unos no demasiado extensos cuadernos autobiográficos, podría parecer una insensatez. No obstante este planteamiento tiene como causa inmediata una mera o providencial coincidencia cronológica: el pasado mes de mayo se conmemoró el bicentenario de la muerte de Napoleón y poco antes, en el mes de abril, el consejo ejecutivo de la UNESCO aprobó la candidatura de Teresa del Niño Jesús, en ocasión del 150 aniversario de su nacimiento, como una de las personalidades homenajeadas para el bienio 2022-2023. Esta candidatura fue presentada por el estado francés y el Carmelo de Lisieux, siendo también apoyada por Bélgica e Italia. Esta providencial coincidencia es la que nos ha movido a dedicar este número de octubre, en el que celebramos la festividad de la santa de Lisieux, y realizar algunas reflexiones acerca del carácter tan diverso de ambas vidas que invitan a pensar por un lado en aspectos esenciales del mundo europeo posrevolucionario, tan autocomplaciente consigo mismo que alardea de sus conocimientos pretendidamente científicos y su capacidad para dominar el mundo, a pesar de sus profundas humillaciones, y por otro, con lo sorprendente, para muchos, que en pleno siglo xx sea declarada doctora de la Iglesia una humilde monja carmelita de clausura.
La vida de santa Teresita gira toda ella en torno al deseo de corresponder al amor único e infinito de Dios. Napoleón a través de la diversas circunstancias de su vida manifiesta un deseo permanente de autoafirmación alimentada por una crecida soberbia y notoria vanidad; por ello mismo necesita y exige el reconocimiento social, sin embargo, no puede evitar que la cuestión religiosa esté muy presente de modos muy diversos tanto en su biografía pública como privada.
En este número hemos destacado algunos momentos importantes y significativos en los que se manifiesta esta íntima relación con la Iglesia católica. En primer lugar su coronación como emperador, después de las sucesivas humillaciones que había sufrido el papa Pío VII, Napoleón logra que esté presente en la ceremonia solemne de su coronación como Emperador. Sin embargo, la ceremonia tuvo un significado inesperado: no fue el Papa quien le coronó sino el mismo emperador, indicando con ello que el poder político residía en última instancia en su propia y exclusiva voluntad. En la memoria de los católicos franceses no se había olvidado la no muy lejana tremenda y sangrienta persecución sufrida en la distintas fases de la revolución; ahora parece que un general revolucionario quiere iniciar un nuevo periodo las relaciones con la Iglesia. El Napoleón político y militar sabe que si quiere disfrutar pacíficamente del poder y satisfacer su vanidad no puede estar permanentemente enfrentado con la Iglesia, pero tampoco quiere asumir el hecho de ser coronado como Emperador por el Papa recordando una tradición que tenía su origen nada menos que en Carlomagno.
Un segundo momento es la invasión de España por la tropas napoleónicas: confiado en su poder militar y teniendo en cuenta la situación decadente de la monarquía española, Napoleón pensó que fácilmente España quedaría totalmente sometida a sus planes militares y políticos, pero no fue así, y como el mismo Napoleón confesará más tarde en sus conversaciones en Santa Helena, no tuvo en cuenta la reacción vigorosa y casi unánime de un pueblo que se sentía herido en lo que más le importaba, sus convicciones religiosas. Una actitud estratégicamente distinta es la que tuvo con La Vendée: de esta región conocía el valor de sus paisanos, lo habían demostrado reiteradamente cuando que se había levantado de modo heroico contra las leyes antirreligiosas persecutorias de la revolución y Napoleón comprendió que la fuerza que se había utilizado hasta entonces para someter a los vendeanos era ineficaz si se quería realmente pacificar la región.
Finalmente hemos querido también recordar algunas circunstancias que acompañan a Napoleón antes de su muerte. Después de los últimos seis años de su vida como prisionero en la isla de Santa Helena, en unas condiciones humillantes para el todopoderoso y vanidoso emperador, reflexiona en voz alta sobre el sentido de la vida con los que le acompañan, que han quedado recogidas por el general Bertrand en sus memorias sobre Napoleón. En ellas podemos leer estas sorprendentes frases. «Jesucristo solicita el corazón del hombre, y su demanda es satisfecha sin tardanza…. El misterio de Cristo satisface las necesidades más íntimas del hombre: por lo tanto si se las rechaza el mundo es un enigma inexplicable… Todo lo referente a Cristo me asombra, me anonada, su voluntad me confunde».
El contraste de ambas vidas es notabilísimo, una vida persiguiendo la notoriedad frente a una vida oculta, la soberbia frente a la humildad, la confianza en sí mismo frente a la absoluta confianza en Dios, el deseo siempre insatisfecho de mayor grandeza, frente al espíritu de infancia espiritual. Estos contrastes no solo los podemos referir a estas dos personalidades sino extenderlos también a lo que es el mundo con sus promesas incumplidas y Dios mostrándonos su Corazón misericordioso que con sus promesas y dones supera toda esperanza humana. Sin embargo, también podríamos señalar coincidencias inesperadas, Napoleón y santa Teresita quisieron ambos cambiar el mundo: el primero con sus acciones políticas y militares para someterlo a su dominio, la santa de Lisieux con el ofrecimiento de toda su vida por la salvación del mundo, para que los hombres descubriesen que son el objeto del amor infinito de todo un Dios. Al final de su vida la misericordia de Dios estuvo presente en ambas vidas como se ha podido comprobar en las palabras que pronunció Napoleón antes de morir. Todo ello tiene que ser motivo de esperanza contemplando el mundo actual, tan apartado de Dios pero con tanta necesidad de descubrir su Amor.
Mes de Mayo, mes de María»
Mes de Mayo, mes de María», así lo ha vivido el pueblo cristiano y nos lo recordaba Pablo VI en su encíclica Mense Maio: «un mes consagrado por la piedad de los fieles a María Santísima, en el que...