El polémico escritor Michel Houellebecq ha roto su silencio para mostrar su rechazo a la introducción de la eutanasia en Francia que se está debatiendo en estos momentos. Desde las páginas de Le Figaro, el novelista, poeta y ensayista se opone a este nuevo paso adelante de la cultura de la muerte.
Escribe Houellebecq que «los partidarios de la eutanasia hacen gárgaras con palabras cuyo significado desvirtúan hasta el punto de que ni siquiera se les debería permitir pronunciarlas. En el caso de la “compasión”, la mentira es palpable. En el caso de la “dignidad”, es más insidiosa».
Y analizando los motivos que, según los impulsores del proyecto de ley francés, justifican la eutanasia, señala que: «uno de los trucos habituales es afirmar que Francia está “atrasada” con respecto a otros países. La exposición de motivos del proyecto de ley que se presentará próximamente a favor de la eutanasia es cómica en este sentido: buscando los países en relación con los cuales Francia está “atrasada”, sólo encuentran a Bélgica, Holanda y Luxemburgo; la verdad es que no me impresionan mucho.
El resto de la exposición de motivos consiste en una retahíla de citas de Anne Bert, presentadas como “de una fuerza admirable”, pero que tuvieron el desafortunado efecto de despertar en mí la sospecha. Así, cuando afirma: «No, la eutanasia no es eugenesia»; es evidente, sin embargo, que sus partidarios, desde el “divino” Platón hasta los nazis, son exactamente eso mismo. Del mismo modo, cuando continúa: “No, la ley belga sobre la eutanasia no ha fomentado el expolio de herencias”; confieso que no había pensado en ello, pero ahora que lo menciona…
Inmediatamente después, suelta que “la eutanasia no es una solución de orden económico”. Sin embargo, hay indudablemente ciertos argumentos sórdidos que sólo encontramos entre los “economistas”, si es que el término tiene algún significado. Fue Jacques Attali quien insistió mucho, en un viejo libro, en el coste que supone para la colectividad mantener vivos a los ancianos; y no es de extrañar que Alain Minc, más recientemente, haya ido en la misma dirección, Attali no es más que Minc en más estúpido».
Para concluir, Houellebecq declara con fuerza: «Debo ser muy explícito en este punto: cuando un país –una sociedad, una civilización– llega a legalizar la eutanasia, pierde, en mi opinión, cualquier derecho al respeto. Se convierte entonces no solamente en legítimo, sino en deseable, destruirlo, a fin de que otra cosa -otro país, otra sociedad, otra civilización- tenga la oportunidad de sucederle».
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