La imagen no podía ser más gráfica. El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, estaban realizando una visita a Turquía para discutir con el presidente turco, el islamista Recep Tayyip Erdogan, los problemas en las relaciones entre Ankara y Bruselas. En el momento en que los tres aparecieron ante la prensa, Ursula von der Leyen, para vergüenza del presidente del Consejo Europeo, incapaz de ceder su asiento a una mujer, como obligan las normas de educación más básicas al menos entre cristianos, se quedó de pie mientras los dos hombres tomaban asiento al más puro estilo musulmán; al parecer no se había previsto un lugar para Von der Leyen. A continuación, entre la desorientación de los europeos y el regocijo del musulmán, se dispuso un asiento para la presidenta de la Comisión Europea que la dejaba a un nivel de altura inferior.
Triste colofón a un encuentro en el que la Unión Europea se comprometió a cumplir el acuerdo sobre inmigrantes firmado con Turquía en marzo de 2016 y en el que Erdogan, por su parte, ni siquiera ha creído necesario hacer concesiones retóricas. La visita tenía que servir para mejorar la relación entre Turquía y el bloque de países europeos, intentando mostrar una posición común europea, un compromiso entre el maximalismo de Francia, interesada en apoyar a Grecia para recuperar influencia en el Mediterráneo oriental y la condescendencia de Alemania e Italia, respectivamente principal socio comercial y principal proveedor de armas de Turquía después de Estados Unidos.
Turquía, mientras tanto, sigue adelante con su estrategia. Actualmente ya controla la ruta de tránsito de los refugiados a través de los Balcanes, que puede volver a colapsar abriendo las puertas cuando así lo desee a los casi cuatro millones de refugiados sirios que acoge. Además, tras su exitosa intervención en Libia, también se ha asegurado el control de la ruta a Europa por el Mediterráneo central. En un futuro próximo, el gas ruso y azerí (quizá también el centroasiático) llegará a Europa principalmente a través de las infraestructuras de Anatolia. Así pues, tanto en el ámbito migratorio como energético, el Viejo Continente depende cada vez más de Turquía.
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