En abril de 1944 comenzaba su andadura la revista CRISTIANDAD por lo que, hace 75 años, se conmemoraba
su segundo aniversario. En el número de la segunda quincena de abril (por aquel entonces se
publicaban dos números mensuales), se volvió a publicar aquel artículo que explicaba la razón de ser de
esta publicación, «El porqué de esta revista».
Dicho artículo, publicado por inspiración de su «curador espiritual» el padre Orlandis, ha sido publicado
en siete ocasiones a lo largo de la historia de CRISTIANDAD, en las fechas más significativas de este
largo periplo.
El porque de esta revista
La Providencia y la sociedad
La idea de una Providencia que rige los destinos de los pueblos, como rige los de cada individuo, es la base de toda concepción profunda de la sociedad y de la historia. La conciencia de este hecho se agudiza, empero, entre los hombres reflexivos, cada vez que la humanidad atraviesa momentos graves de crisis.
¿Por qué sucede así? Porque de otra suerte, estos males serían fruto de un azar ciego, y esto repugna profundamente a la inteligencia y al corazón humanos.
En cambio: si los males que aquejan a la humanidad no escapan al gobierno de un Dios providente y bueno, estos males, de otra suerte desesperantes, adquieren para el hombre la razón de ser de todo
aquello que, aunque no alcance a comprender, ve claramente, con todo, que está incluido en un orden.
Basta la luz natural de la razón para creer en una Providencia. Pero la luz de la fe da a un cristiano
nuevas precisiones y nuevas esperanzas respecto a los planes de Dios sobre los hombres.
Por esto CRISTIANDAD, que viene a luchar por la implantación de un orden divino entre los hombres
y las sociedades, afirma desde el primer instante que este orden debe necesariamente basarse: 1.°, en
una concepción sobrenatural de la vida, y 2.°, en una unión estrecha con la Iglesia y con su Pontífice,
Vicario de Jesucristo en la tierra.
Por la importancia que tienen estas afirmaciones nos detendremos un momento en aclararlas.
1.° Una concepción sobrenatural de la vida es necesaria para restablecer el orden en la sociedad.
Dios ha creado al hombre para vivir en sociedad. En esta sociedad el hombre debe conocer, amar y
servir a Dios Nuestro Señor. La naturaleza misma del hombre exige uno y otro extremo. Pero una doble realidad ha venido a modificar las condiciones en que el hombre deberá realizar esta convivencia y servir en ella al plan de su Criador.
La primera, fuente de todos los egoísmos, no es otra cosa que la corrupción de la naturaleza humana
por el pecado; la segunda, fuente de todas las generosidades, es la elevación de esta naturaleza corrompida al orden divino de la gracia.
Y esta gran realidad de la gracia no viene a superponerse al hombre de un modo extrínseco, como
pretendía Lutero, sino que penetra la esencia misma de su alma.
Si esto es así, si en el hombre esta realidad sobrenatural transforma íntimamente su naturaleza, sería
un desperdicio de fuerzas, sería volver a introducir la división en su seno no procurar que transformara
también íntimamente su vida.
No basta, en efecto, a un cristiano tener fe: debe vivir de su fe. Este vivir de la fe es la caridad. Únicamente así es posible no sólo el orden interior de sus potencias, sino el orden exterior con sus semejantes. El naturalismo en todas sus formas es, por consiguiente, el primer enemigo que CRISTIANDAD viene a combatir.
2.° Una sumisión filial a la Iglesia es necesaria para restablecer el orden entre las sociedades.
El hombre debe servir a Dios en sociedad. Acomodándose a su naturaleza, la gracia se le reparte,
también, socialmente; y en sociedad gozará en el Cielo de su inmenso destino.
Esta sociedad sobrenatural del hombre con Dios y con los bienaventurados es la Iglesia.
Y así como veíamos que la realidad sobrenatural de la gracia traía necesariamente consigo una consecuencia de orden natural: la ordenación y pacificación de nuestra vida, semejantemente la realidad sobrenatural de la Iglesia ha de traer consigo necesariamente una consecuencia de orden natural, el día que sea plenamente aceptada por todos: la ordenación y pacificación de los pueblos.
La compenetración entre la sociedad civil y la eclesiástica que esto supone; la aceptación plena por parte de las naciones y estados, en cuanto tales, de la Iglesia como Madre, es un ideal tradicionalmente expresado por un nombre: Cristiandad.
Este ideal ha sido vivido y realizado, de un modo incipiente, por los siglos mejores de la Edad Media. Pero el protestantismo vino a malograr esta obra, destruyendo el principio de unidad y organización que representaba, y conduciendo fatalmente al filosofismo, para desembocar en las revoluciones.
Sólo el reconocimiento de la soberanía social de Jesucristo, por medio de su Iglesia, puede salvar a la sociedad del estado de división y descomposición en que se encuentra. Pero un grave error se opone a este remedio: el liberalismo, o la indiferencia religiosa, y la opinión errónea que muchos, aun católicos, tienen de él, considerándolo como un acercamiento a la fe, cuando en realidad es más dañino que la impiedad misma, porque es más ofensivo el desprecio que el odio. Este es el segundo error que CRISTIANDAD viene a combatir.
Naturalismo y liberalismo
Naturalismo y liberalismo son, pues, los principales enemigos del ideal de CRISTIANDAD.
No son los más violentos, pero son, indudablemente, los más insidiosos. Bajo aspectos de prudencia o de equidad, minan las convicciones mismas de los buenos católicos. Todos los demás se originan de ellos, o son matices suyos. Una vez han llegado a introducirse, queda la puerta abierta para todas las formas, de gravedad creciente, que se escalonan por las pendientes del ateísmo y de la revolución.
El naturalismo y el liberalismo tienen en este momento, una gravedad especial: empapan hasta tal extremo nuestro ambiente, nos son tan connaturales, que escapan constantemente a nuestra observación, por lo que a veces es casi imposible reaccionar contra ellos.
Por esto CRISTIANDAD, sin dejar de combatirlos directamente, va a emplear un método indirecto de eficacia positiva: contra el naturalismo, la propagación de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, fuente de la vida sobrenatural; contra el liberalismo, la proclamación de la soberanía social de Jesucristo, como único remedio para salvar a la sociedad.
El ideal de CRISTIANDAD y la devoción al Corazón de Cristo
Al amparo de estas concepciones, fue constituido en el pasado siglo el Apostolado de la Oración, por el que es casi su fundador: el insigne jesuita francés padre Enrique Ramière.
Adveniat Regnum tuum es su aspiración central y su razón de ser.
Este Reino, fundamentalmente sobrenatural, tendrá también en el cielo su fundamental cumplimiento. Pero ¿es aventurado esperar, a modo de «añadidura », también un reinado de Cristo sobre las naciones
y Estados de la tierra? ¿Es aventurado esperar un cumplimiento real y efectivo de lo que ya llamamos corrientemente el «Reinado social de Jesucristo»?
Enrique Ramière no lo creyó así. A la vez que reconocía la gravedad de los males que afligían al mundo bajo una forma nunca vista hasta entonces: la apostasía de las naciones, vio en las tendencias más hondas de las sociedades, en la revelación auténtica contenida en las Escrituras y en la tradición cristiana y, sobre todo, en las revelaciones de Paray-le-Monial, los más serios motivos de esperanza. Desde entonces, los sumos pontífices nos van alentando con ella.
Desde entonces, la devoción al Corazón de Cristo, que en Paray se nos presentaba como el remedio eficaz para conseguir la curación de nuestra sociedad, ha continuado adentrándose, cada vez más, en la vida de la Iglesia, hasta culminar en la fi esta de Jesucristo Rey.
La fiesta de Jesucristo Rey
E???? importante hacer notar que la fi esta de Jesucristo Rey es, precisamente, la coronación y término de la devoción al Sagrado Corazón que se iniciaba en Paray. Su institución viene, por lo tanto, a proclamar que la realeza de Cristo es una realeza de amor.
Pero es que, además, la institución de esa fi esta es, a la vez, la proclamación de una esperanza. Pío XI nos lo dice en su encíclica Miserentissimus: «Al hacer esto (institución de la fi esta de Jesucristo Rey), no sólo poníamos en evidencia la suprema soberanía que a Cristo compete sobre todo el universo… sino que adelantábamos ya el gozo de aquel día dichosísimo en que todo el orbe, de corazón y de voluntad, se sujetará al dominio suavísimo de Cristo Rey».
CRISTIANDAD encuentra en ello nuevo aliento y por esto no vacilará, desde el primer momento, en invitar a sus lectores a penetrar cada vez más en la devoción a este Corazón «en cuyo amor hemos creído»; y a luchar, fortalecidos por él, por la dilatación de su reinado sobre los individuos y sobre las sociedades.