A partir de la segunda semana Jesucristo ya no se aparta más de delante de Ignacio en todos los Ejercicios y será a partir de ahora el Maestro que con el ejemplo y con la palabra le enseñará el camino de la santidad. Como en Montserrat, se le presenta a Ignacio en Manresa como Rey eternal y delante
suyo todo el universo y a cada uno en particular llama: «Mi voluntad es conquistar a todo el mundo
y a todos los enemigos y así entrar en la gloria de mi Padre. Por tanto, el que me quiera seguir ha de trabajar conmigo, por tal que siguiéndome en la pena también me siga en la gloria». Todo el mundo es llamado, no solo Ignacio. ¿Quiénes son los enemigos? Son los enemigos internos que tiene cada uno. Y cómo se llaman estos enemigos? Sensualidad, amor carnal y mundano.
Cada acto de esta vida se le presenta como una llamada de Jesús que le invita a hacer como Él y que le
dice: «¿quieres hacer como yo?». Ignacio ve a este Jesús clavado en cruz, que en esta vida y muerte que ahora le presenta, le ha librado del Infierno y así le contesta con aquella pregunta: «¿qué tengo que hacer por Cristo?».
Ignacio, con gran fuerza y afecto quiere distinguirse en todo servicio del Rey eternal y Señor universal y declara la guerra a toda la sensualidad y el amor carnal y mundano y con gran amor clama a Jesús aquel ofrecimiento, que seguramente le dijo por primera vez en Montserrat: «Eterno Señor de todas las cosas; delante de vuestra divina Majestad y de la Santísima Virgen María y de toda la corte celestial, hago mi oblación, confiado en vuestra divina gracia de que quiero y deseo, y es mi resolución tomada
libremente, mientras sea vuestro servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas las injurias, y toda deshonra, y toda pobreza, tanto actual como espiritual, si vuestra santísima Majestad quiere elegirme en tal vida y estado».
El santo sale de esta divina contemplación con el ideal claro, fulgurante, inflamado, que ha de tener en el resto de su vida: conocer íntimamente a Jesús, amarlo hasta más no poder, seguirlo en todos los ejemplos de su vida, para, como él dice: «parecerme más a Nuestro Señor Jesucristo».
Las tres semanas que quedan de los Ejercicios están dedicadas exclusivamente, a razón de siete horas diarias de oración, a seguir paso a paso la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo y a lo largo de estas tres semanas únicamente pedirá una gracia, «conocimiento interno de Jesús, para que más le ame y más le siga».
Ya le parecía a Ignacio que lo tenía todo claro y podía hacer la elección definitiva, cuando se le presenta de nuevo el divino Maestro, el Rey eternal, con aquel plan de conquista espiritual de todo el universo y le pone delante al enemigo armado para impedírselo, no proponiéndole pecados, sino cosas aparentemente honestas, pero que al fi n acaban en pecado. Son dos banderas. La de Jesús que dice: «Pobreza, espiritual y actual, deshonras, humildad y de aquí a toda santidad». La del demonio que dice: «Riqueza, honor, soberbia, y de aquí a todos los vicios». La que usa el demonio no son cadenas, sino una red que acabará en cadenas. Para el que tenga riquezas, el que tenga honores, ¡qué difícil le va a ser que no se desvíe de Jesús! El divino Maestro deja al santo todo un día contemplando esta trascendental escena y cuando ya parece que Ignacio está satisfecho, vuelve el Maestro diciéndole:
«¿estás seguro de que quieres esto? Mira que hay quereres que son de palabra, pero no son de verdad» y le presenta los tres binarios de hombres que todos dicen querer la pura doctrina, pero solo uno la quiere realmente.
Ahora ve claramente Ignacio, la estrategia espiritual de seducción, contrapuesta a la estrategia divina de atracción. Las fuerzas de los dos lados quedan completamente definidas, los medios de que se valen uno y otro espíritu bien caracterizados; los fines que pretenden, clarísimos; las impresiones que responden a nuestra naturaleza a la acción de uno y otro espíritu, analizadas justamente.
Y cuál ha de ser nuestra elección?
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