A comienzos del siglo XVII los electores de Brandeburgo, los Hohenzollern, estaban cerca de unas
posibilidades que eran estimulantes, pero también problemáticas. La política de enlaces matrimoniales les iba a conseguir grandes territorios, pero mal distribuidos. Ni el ducado de Prusia, ya en manos de la familia, que quedaba fuera de la frontera occidental del Sacro Romano Imperio, ni los dispersos ducados y condados heredados de Jülich-Kleve eran colindantes con la Marca de Brandeburgo.
Jülich-Kleve se situaba en el borde occidental del Sacro Imperio Romano, junto a la República Holandesa.
Era un conjunto de territorios mixtos en cuanto a su confesión religiosa, en una de las regiones más urbanizadas e industrializadas de la Europa germana. Ninguno de los territorios de este principado tocaba al mar. No era insólito en los comienzos de la Edad Moderna europea, para territorios geográfi camente dispersos, acabar bajo la autoridad de un solo soberano. Más de 700 kilómetros de carreteras
y caminos -muchos de los cuales eran prácticamente intransitables en tiempo lluvioso- separaban Berlín y Königsberg. Estaba claro que las reclamaciones de las nuevas tierras por parte de Brandeburgo encontrarían oposición, tanto en Occidente como en Oriente.
La estructura militar del Electorado se basaba en un sistema arcaico de reclutamiento feudal, que en 1600 se hallaba en rápido declive desde hacía más de un siglo. No había un ejército permanente, salvo unas cuantas compañías de guardias de corps y algunas insignificantes guarniciones de fortalezas. Aun suponiendo que Brandeburgo fuese capaz de hacerse con ellos, conservar los nuevos territorios habría requerido la utilización de considerables recursos. Para reforzar el ejército en orden a la defensa de los territorios, el nieto del príncipe elector, Jorge Guillermo fue casado con la hija del elector del Palatinado,
un notable y rico territorio sobre el Rin, que era el principal centro alemán del calvinismo, una forma rigurosa de protestantismo que había roto de manera más radical que los luteranos con el catolicismo. Era el centro de una red de relaciones militares y políticas que abarcaba a muchas de las ciudades y principados calvinistas alemanes, pero que también se extendía a las potencias calvinistas extranjeras,
sobre todo la República Holandesa. El elector esperaba que unas relaciones más estrechas con Holanda le aportarían apoyo estratégico para las reclamaciones de Brandeburgo en el oeste. Sintiéndose bastante seguro, en abril de 1605 se formalizó una alianza entre Brandemburgo, el Palatinado y la República Holandesa, por la que los holandeses, a cambio de subsidios militares, aceptaron mantener 5.000 hombres dispuestos a ocupar Jülich para el elector. Al aliarse con los intereses militantes de los calvinistas, los Hohenzollern se habían situado al margen del acuerdo alcanzado en Augsburgo en 1555, que había reconocido el derecho de tolerancia para los luteranos,
pero no para los calvinistas. Ahora el elector, Juan Segismundo, se ponía de acuerdo con algunos de los peores enemigos del emperador Habsburgo.
Con esta situación se llegó a la Guerra de los 30 años (1618-1648). Una confrontación entre el emperador Fernando II y las fuerzas protestantes en el seno del Imperio, que se amplió hasta incluir a Dinamarca, Suecia, España, la República Holandesa y Francia. A esta la confrontación religiosa se añadía la eterna rivalidad de los Borbones y los Habsburgo.
El elector, Jorge Guillermo (1619-1640), en los primeros años de la confrontación evitó comprometerse con alianzas que expusiesen a su país a fuertes revanchas. Por un lado, quería apoyar al emperador, pues veía sus victorias en los primeros años, pero la entrada de Suecia el año 1630 le frenó en este apoyo al Imperio, temiendo que Suecia le quitara el ducado de Prusia, pues Gustavo Adolfo llegó hasta las puertas de Berlín. El país quedó arrasado en la segunda parte de la guerra, pues daneses, suecos, palatinos e imperiales invadieron las provincias y solo dejaron miseria, pobreza y migraciones.
Tras la expulsión de los suecos del país, Brandemburgo se adjudico la Pomerania, tras la muerte del duque. Jorge Guillermo, casado con la hermana del elector del Palatinado, que era una calvinista muy anti imperial, fue, según Federico el Grande, un príncipe «incapaz de gobernar», «con dos electores así, Brandeburgo desaparecería».
La miseria que trajo la Guerra de los Treinta años se vio superada por la resurrección del país en la segunda mitad del siglo. En 1680, el débil ejército se había transformado en un gran ejército de la mano del nuevo elector Federico Guillermo, el Gran Elector (1640-1688). De joven vivió en Holanda donde se consolidó su calvinismo y aprendió sobre la majestad del derecho, la respetabilidad del Estado, como garantía del orden y el carácter esencial de los deberes y las obligaciones hacia la función del soberano.
Durante todo su reinado Federico Guillermo se esforzó en gobernar siguiendo lo que había podido observar en Holanda y los programas del ejército prusiano fueron a partir de entonces los mismos del príncipe Mauricio de Orange. Con él Prusia inició su gran desarrollo. Consiguió llegar al mar y el comercio y la navegación le permitieron su expansión. Así iba a iniciarse la gran Prusia.
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