Precisamente en un país del sudeste asiático se ha producido el primer reto a la idea de la siempre
creciente expansión de la democracia liberal que sostiene Joe Biden. No ha sido ni en China ni en Corea del Norte, sino en la antigua Birmania, ahora denominada Myanmar. Allí, pocos días antes de la constitución de un nuevo gobierno dirigido por la Liga Nacional para la Democracia, el Ejército ha vuelto a
tomar el poder tras un golpe de Estado sin víctimas. La líder de la oposición, Aung San Suu Kyi, tras diez
años de libertad, vuelve a estar detenida después de haber pasado veinte años de su vida en cautividad.
La Liga Nacional para la Democracia había ganado las elecciones con el 83% de los votos, pero
los militares, que se arrogan la tutela sobre un país artificial que reúne a numerosas etnias y que son garantes de la llamada «vía birmana al socialismo», han decidido acabar con la lenta transición hacia la
democracia. Y eso a pesar de que el Ejército se reservaba el 25% de los escaños en el parlamento y
una serie de importantes ministerios. En este dualismo entre poder civil y militar, fue sobre todo el Ejército el que se decidió a desatar una dura ofensiva contra la insurgencia islámica de los rohingya en la región de Rakhine. El general Min Aung Hlaing, ya tristemente célebre por su represión en las regiones de Kachin y Shan de las minorías cristianas locales, lanzó una brutal campaña de represión contra los musulmanes de Rakhine que provocó censuras internacionales, extensivas también al gobierno civil.
Mientras los países occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, han condenado el golpe y anunciado
nuevas sanciones económicas, China no se ha pronunciado. Algo comprensible, pues si uno de los
objetivos de la transición democrática iniciada en 2010 era reducir la dependencia de Pekín, el objetivo
ha fracasado sustancialmente: en estos diez años, a pesar del aumento de las inversiones de India
y Japón, China ha aumentado, no disminuido, su control sobre Myanmar, sobre todo en materia
de infraestructuras.
¿Cuál será ahora la reacción de los Estados Unidos? ¿Intervenir para salvaguardar la democracia o
asumir que ya no tiene capacidad de influencia en el continente asiático?
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