Los trágicos sucesos acaecidos en Francia (decapitación del profesor Samuel Paty, atentado islamista en la basílica de Niza) han dado pie para que Le Figaro entreviste al filósofo Rémi Brague, quien reflexiona sobre el islam con especial pertinencia:
«El cristianismo ha sido desde el principio objeto de un odio mezclado con desprecio por parte del islam. Para éste es una religión superada, que ha traicionado el mensaje de Issa (Jesús), que ha manipulado el Evangelio (en singular) para borrar de él el anuncio de la venida de Mahoma, que asocia dos criaturas, por ejemplo Jesús y María, al Dios único.
En la sociedad musulmana de antaño, el cristianismo, al igual que el judaísmo, era tolerado siempre y
cuando fuera en interés del islam dominante. Los cristianos pagaban un impuesto especial y tenían que
someterse a reglas destinadas a humillarlos (Corán, IX, 29) para que entendieran que les convenía cambiar a la religión “verdadera”.
Que los musulmanes presentes en la Francia actual se encuentren, objetivamente hablando, en su mayoría, en la parte inferior de la escala social, se experimenta no sólo como algo doloroso (lo cual, en
efecto, es así), sino también como una situación contraria a la naturaleza y, en cualquier caso, contraria
a la voluntad divina.
[…]
La noción de “choque de civilizaciones” ha estado de moda desde el libro de Samuel Huntington, que
confieso no haber leído… En cualquier caso, es ambigua. Yo hablaría más bien de un choque entre
dos sistemas de normas, e incluso entre dos leyes divinas: una buscada por la razón y la conciencia,
creada por Dios, la otra dictada en un Libro, el Corán, y en la conducta de Mahoma, que la recibió sin
añadir ni quitar nada.
[…]
El islamismo y el islam son, en efecto, diferentes, pero percibo aquí una diferencia de grado más
que de naturaleza. El islamismo es un islam apresurado, ruidoso y desordenado; el islam es un islamismo paciente, discreto y metódico. El objetivo declarado del islam, desde el principio, no es la conversión de todo el mundo, sino su conquista –no necesariamente militar. Trata de establecer regímenes en los que esté en vigor alguna forma de ley islámica, de modo que en una segunda etapa
sus súbditos tendrán interés, a largo plazo, en convertirse.
El problema es, en primer lugar, saber con quién queremos dialogar.
La mayoría de las veces imaginamos que tenemos que hacerlo con asociaciones que dicen ser islámicas. Imaginamos que el islam es una “religión”, o un “culto” – ambas nociones se entienden según el modelo de lo que entendemos por estas palabras entre nosotros, es decir, según el modelo del cristianismo. Pero el islam es ante todo una Ley. Esta es obligatoria, mientras que las obras de piedad suplementarias, como las propuestas en el misticismo sufí, son opcionales.
Es la sharia la que determina el ritmo de la oración, la que especifica las fiestas y los sacrificios. Es musulmán, y no sólo “de cultura musulmana”, quien reconoce a esta Ley una autoridad soberana y por
lo tanto la obedece.»
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