PÍO OBISPO, SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS, PARA PERPETUA MEMORIA
Dado en Roma, en San Pedro, en el año de la Encarnación del Señor 1868, el 29 de junio
Por lo cual los Romanos Pontífices, ejerciendo la potestad y el cargo de apacentar a toda la grey del Señor, que les fueron divinamente entregados por el mismo Jesucristo en la persona de san Pedro, jamás han cesado de poner todo su cuidado y de tomar toda clase de resoluciones para que desde del Oriente al ocaso todos los pueblos, gentes y naciones conozcan la doctrina del Evangelio.
(…) Ni olvidaron los mismos pontífices, cuando lo han creído oportuno, singularmente en épocas de
gravísimas perturbaciones y de calamidades de nuestra religión santísima y de la sociedad civil, convocar
concilios generales a fin de que, juntamente con los obispos de todo el orbe católico, a quienes el Espíritu
Santo ha puesto para regir la Iglesia de Dios, consultados sus consejos y aunadas sus fuerzas, establezcan próvida y sabiamente todo cuanto pueda conducir a definir sobre todo los dogmas de fe, a condenar los errores dominantes, el defender, esclarecer y explicar la doctrina católica, a mantener y restablecer la disciplina eclesiástica y a corregir las costumbres corrompidas de los pueblos.
Ahora bien: a todos es notoria y manifiesta la horrible tempestad que hoy conmueve a la Iglesia, y los muchos y graves males que afligen también a la sociedad civil. Porque, a la verdad, la Iglesia católica y su salvadora doctrina, su potestad venerada y la suprema autoridad de la Sede Apostólica, combatidas y holladas por acérrimos enemigos de Dios y de los hombres: se menosprecia todo lo sagrado; usurpados están los bienes de la Iglesia; vejados en todas maneras los prelados, varones más ilustres consagrados al ministerio divino, y los hombres distinguidos por sus sentimientos católicos; suprimidas las familias religiosas; diseminados por doquiera libros impíos de toda especie, periódicos pestilentes y sectas de varias clases muy perniciosas; y casi substraída del clero en todas partes la educación de la pobre juventud, y, lo que es peor, está entregada en no pocos lugares a maestros de iniquidad y del error.
Así, pues, ante tan grave cúmulo de calamidades que atribulan nuestro corazón, exige el supremo
ministerio pastoral a Nos divinamente encomendado, que apliquemos más y más todas nuestras fuerzas a reparar las ruinas de la Iglesia, a procurar la salvación de toda la grey del Señor y a reprimir los mortíferos
asaltos y las tentativas de los que hacen grandes esfuerzos para destruir radicalmente, a ser posible, la
Iglesia misma de Dios y la sociedad civil.
Siguiendo las huellas ilustres de nuestros predecesores, hemos creído oportuno reunir en Concilio general, lo cual ha largo tiempo deseábamos, a todos los venerables hermanos, prelados de todo
el orbe católico, llamados a tomar parte de nuestra solicitud. Los cuales, Venerables Hermanos, ciertamente inflamados de singular amor a la Iglesia católica, insignes por su exquisita piedad y veneración hacia Nos y hacia esta Sede apostólica, celosos de la salvación de las almas, distinguidos
por su ciencia, doctrina y erudición, y dolidos profundamente, como Nos, de la tristísima situación
de las cosas sagradas, lo mismo que de las públicas, nada desean con más empeño que comunicar
y consultar con Nos sus pareceres, y poner remedio saludable a tantos males.