A las once de la mañana del sábado 7 de noviembre, décimo aniversario de la dedicación de la basílica de la Sagrada Familia por el papa Benedicto XVI, el cardenal arzobispo de Barcelona monseñor Juan José Omella, tras procesionar bajo los impresionantes arcos sinusoidales del templo de Gaudí acompañado por el nuncio apostólico en España, el cardenal Lluís Martínez Sistach, quince obispos más y medio centenar de sacerdotes, llegaba al altar para presidir la ceremonia de beatificación del joven mártir John Roig Diggle, «testimonio para todos, pero especialmente para los más jóvenes, de amor a Cristo y a los hermanos».
John Roig Diggle (1917-1936) –explicó el cardenal Omella en su homilía– era un joven normal que
tenía los gustos y aficiones propios de su edad. Ramón, su padre, era un hombre emprendedor y tenaz,
que trabajaba como agente comercial en una empresa textil. Su madre, Maud, de origen inglés, era hija de un ingeniero industrial que había fijado su residencia en Barcelona. La familia de John era profundamente creyente. El matrimonio tuvo cuatro hijos a los que supieron dar una sólida educación cristiana. Desde pequeño, el joven beato tuvo la ilusión de llegar a ser un día un sacerdote enamorado de la Eucaristía y un apóstol de los obreros. Quería estar con ellos, para conocerlos, amarlos y llevarles la Buena Noticia de Cristo.
Sin embargo, pronto tuvo que abandonar el proyecto de ser ordenado sacerdote. Su padre se arruinó y John se tuvo que poner a trabajar a los catorce años como dependiente en una tienda de ropa del barrio del Poble Sec. La experiencia laboral le ayudará aún más a solidarizarse con los más pobres. Debido a su delicada situación económica, la familia se instaló en el pueblo del Masnou para reducir gastos. Fue allí donde se convirtió en miembro de la Federació de Joves Cristians de Catalunya –en la que al cabo de poco tiempo era ya nombrado delegado de los avantguardistes y vocal de la sección de Piedad, llegando a ser vicepresidente del Consejo Comarcal de la Federació del Maresme– y colaboró activamente en la comunidad parroquial de Sant Pere del Masnou. Pese a su nueva vida, John no abandonó jamás sus estudios ni su profunda vida espiritual y apostólica. El entonces presidente de los avantguardistes del Masnou, Juan Messeguer, escribe de él: «Se pasaba horas ante el Santísimo sin darse cuenta.
Su ejemplo convertía más que sus palabras. Quería ser misionero», y recordaba sus proféticas palabras: «Nos dijo que veríamos una Cataluña roja, de sangre de sus mártires. Pidió que nos preparáramos todos, porque si Dios nos había elegido para ser uno de ellos, teníamos que estar dispuestos a recibir el martirio con gracia y valentía».
Será en El Masnou cuando, la noche del 11 al 12 de septiembre de 1936, fue apresado por un grupo de
milicianos. «God is with me» fue el mensaje de despedida hacia su madre antes de acompañar a los asesinos de la patrulla de las juventudes libertarias de Badalona al cementerio de Santa Coloma de Gramenet, donde recibió la palma del martirio. Sus últimas palabras fueron: «Que Dios os perdone como yo os perdono».
«¿Qué podemos aprender del testimonio de Joan? –preguntó monseñor Omella–. John Roig puede ser
un modelo de vida cristiana para los jóvenes y adultos de nuestra sociedad. Su testimonio puede suscitar en nosotros el deseo de seguir a Cristo con alegría y generosidad. La profunda amistad con Dios, la oración, la vida eucarística y el ardor apostólico de nuestro joven beato nos unirán más a Cristo y a su Evangelio».
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