Con cientos de miles de fallecidos por causa del coronavirus, parece lógico que se quiera estudiar todo lo que rodea el origen de la pandemia. Es lo que han solicitado diversos presidentes occidentales y es a lo que se ha negado en redondo el régimen comunista chino. Una investigación seria podría sacar a luz la embarazosa verdad sobre el origen del Covid-19, bien un mercado de animales salvajes en Wuhan o bien uno de los dos laboratorios secretos que experimentan en la región con murciélagos y coronavirus. Podría sacar a la luz también detalles sobre la represión del Partido Comunista contra los médicos que denunciaron la existencia de un nuevo virus, o cómo rechazaron ofrecimientos para investigar el virus emergente y prefirieron ocultar datos.
Pero estamos ante algo más que una simple disputa diplomática, en realidad estamos asistiendo a la emergencia de una nueva potencia mundial que ya no se resigna a su rol de líder regional. Sólo así se entiende que China se haya quejado hasta tres veces a la Unión Europea, advirtiendo de que las relaciones bilaterales podrían verse afectadas si Bruselas se une a las acusaciones contra Pekín. El resultado de estas presiones no se hizo esperar y los informes de la Unión Europea al respecto se han suavizado para evitar enojar a China. Todo ello mientras algunos funcionarios chinos se dedicaban a esparcir el rumor de que en realidad el origen del coronavirus son los Estados Unidos.
La agresividad de China en el Mar del Sur, donde no admiten nada ni nadie que les lleve la contraria, y la inflexibilidad hacia quienes se resisten en Hong Kong a quedar sumidos en un régimen totalitario, son otras tantas muestras de hacia dónde se dirige, con paso firme, la China de Xi Jinping. Tras someter violentamente cualquier disidencia interna, ahora aspira a obtener una posición dominante en el escenario global post-pandémico, aprovechando al máximo las ventajas comerciales y diplomáticas derivadas de su pronta salida de una catástrofe que explotó dentro de sus propias fronteras y la debilidad en que ésta ha sumido al mundo occidental, condenado a una recesión sin precedentes. Tras el impacto sanitario y económico, llegará también el impacto geopolítico y aunque la situación internacional sigue estando muy marcada por la incertidumbre, algunas tendencias parecen ir consolidándose, como es el caso de la intensificación de la rivalidad sino-americana que dará forma al mundo en esta década que inauguramos de un modo tan trágico.