A propósito de la misteriosa muerte del financiero y depredador sexual Jeffrey Epstein, Joseph Pearce analiza el trasfondo del personaje en Crisis Magazine y nos deja unas muy convenientes reflexiones:
«La sórdida vida de Jeffrey Epstein, al igual que las sospechosas circunstancias que rodean su muerte, sirve para subrayar la decadencia de la época deplorable en la que nos encontramos. La red de vicio y crueldad que puso en marcha estaba muy extendida, y no solo servía para atrapar a chicas menores de edad, sino también a los ricos y famosos que se aprovechaban de ellas. Con el señuelo del sexo con menores para atraer a su red a sus adinerados socios, Epstein les grababa de forma oculta abusando sexualmente de ellas, y convertía luego a sus “socios” en víctimas de chantaje.
Epstein parece haber creído que los poderosos a quienes atrapaba con su “póliza de seguros” tendrían un interés personal en mantenerle a salvo de la ley, una estrategia que funcionó durante algún tiempo. En 2008, Epstein fue condenado en Florida por abusar sexualmente de una niña de 14 años, recibiendo una sentencia escandalosamente leve, pero gracias a un acuerdo con la fiscalía no fue acusado de haber abusado sexualmente de otras 35 niñas a quienes los agentes federales identificaron como víctimas.
Tras otros diez años durante los cuales Epstein orquestó el tráfico de jóvenes para satisfacer los apetitos pornográficos y pedófilos de su poderosa red de amigos, finalmente fue acusado en julio del año pasado de tráfico sexual de menores en Florida y Nueva York. Un mes después fue encontrado muerto en su celda. Aunque el forense determinó inicialmente su muerte como un caso de suicidio, tantas anomalías y misterios rodean las circunstancias de la muerte de Epstein que mucha gente coincide con sus abogados en que pudo no haber sido un suicidio.
Lo que sí es cierto es que la muerte de Epstein acabó con la posibilidad de plantear cargos criminales. No habrá juicio, y por tanto los poderosos socios de Epstein no serán desenmascarados por sus víctimas ante un tribunal. Visto a esta luz –o a la sombra de este posible encubrimiento–, es tentador contemplar la “póliza de seguros” de Epstein como su certificado de defunción. Era demasiado peligroso como para que se le permitiese vivir cuando las vidas de tantos otros dependían de su oportuna muerte (…)
Un aspecto de la vida de Epstein que ha quedado en segundo plano es su obsesión con el transhumanismo, un movimiento que defiende la transformación de la humanidad por medio del desarrollo de tecnologías que re-configurarán intelectual y fisiológicamente a los humanos y en el que late un desprecio hacia todo lo que es auténticamente humano y un deseo sórdido de sustituir la fragilidad humana por una fuerza sobrehumana o transhumana.
La mayor parte de la denominada “filantropía” de Epstein se orientaba a la financiación y promoción del transhumanismo. La Jeffrey Epstein VI Foundation donó 30 millones de dólares a la universidad de Harvard para establecer el Programa de Dinámicas Evolutivas. También financió el proyecto OpenCog, que desarrolla software “diseñado para producir inteligencia artificial genérica equivalente a la del hombre”.
Además de su apoyo a la aproximación cibernética al transhumanismo, Epstein también se sentía fascinado con la posibilidad de crear el “superhombre” por medio de la eugenesia. Aspiraba a ayudar de forma práctica con planes para “sembrar la raza humana con su ADN” dejando embarazadas hasta a veinte mujeres a la vez en un proyecto de “rancho de bebés” en su finca de Nuevo México. También apoyó la pseudo-ciencia de la criónica, en cuyo nombre se congelan cadáveres y cabezas cortadas con la esperanza de que los avances tecnológicos hagan posible con el tiempo resucitar a los muertos. Él mismo había planificado preservar de esa forma su propia cabeza y sus genitales (…)
Si reflexionamos sobre el sórdido y miserable mundo de Jeffrey Epstein y sus “socios”, no podemos dejar de ver su vida como una historia cuya moraleja es demasiado evidente. Muestra que el orgullo precede a la caída y se ceba en los débiles y los inocentes. Muestra que quienes creen que son mejores que sus vecinos se convierten en peores que sus vecinos. Muestra cómo el Übermensch de Nietzsche se convierte en la raza superior de Hitler y luego en el monstruo transhumano. Muestra que quienes admiran al superhombre se convierten en subhumanos. Muestra también que el subhumano no es bestial sino demoníaco. Muestra que quienes creen que están por encima del bien y del mal se convierten en los monstruos más malvados de todos (…)
La patética vida de Jeffrey Epstein nos enseña una última lección. Nos muestra que el adagio “el diablo cuida a los suyos” no es verdad. Es una mentira que cuenta el mismo diablo. El diablo odia a sus discípulos tanto como odia a los discípulos de Cristo. Una vez que se ha salido con la suya, dispone de ellos con despiadada e informal indiferencia, en buena medida como Jeffrey Epstein se deshizo de sus víctimas».
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