En uno de los primeros números, Cristiandad se hacía eco de un artículo aparecido en la prensa barcelonesa en el que se comentaba el carácter singular de esta nueva revista. Uno de los aspectos que permitía calificar la nueva publicación con características diferenciales a las habituales en el mundo periodístico, era el modo de tratar las «actualidades». Escribía el periodista: «el lector no encontrará en esta revista muchas noticias sobre los acontecimientos que son objeto del comentario periodístico acostumbrado, sin embargo, se puede considerar que su contenido es de gran actualidad, al tratar de aquellas cuestiones o principios de importancia o valor permanente y por ello de una distinta y más intensa actualidad. En las páginas de la nueva revista también está presente lo más circunstancial pero contemplado “sub specie aeternitatis”». Cristiandad comentaba que aquel artículo había captado la intención y el modo de la tarea de sus redactores. Todo aquello que afecta a la vida humana, especialmente en su transcurrir social, merece la atención de la revista, aunque siempre a luz de su relación con el fin último del hombre. Al fin y al cabo esta es la perspectiva de la teología de la historia, analizar los acontecimientos temporales a la luz de la Providencia divina.
Desde esta perspectiva hemos querido dedicar una parte del actual número a reflexionar sobre las graves e insólitas circunstancias que atraviesa el mundo actual: la pandemia del coronavirus. En nuestras páginas no encontrarán los lectores ni estadísticas del progreso o contención de la enfermedad ni normas a seguir para evitar su propagación, de todo ello ya estamos sobreabundantemente informados. Nuestra modesta reflexión es una llamada a considerar esta trágica situación mundial a la luz de la fe con la seguridad de que nada está fuera de la Providencia misericordiosa de Dios. De nuevo es necesario tener muy presente para alimentar nuestra esperanza aquel gran principio de la gran obra agustiniana de teología de la historia: Dios solo permite el mal para sacar un mayor bien. El cómo y el cuándo no está en nuestro alcance conocerlo ni entenderlo, sobre todo cuando somos contemporáneos a los acontecimientos. Sin embargo, podemos vislumbrar algo de ello siguiendo enseñanzas recibidas pasadas y presentes. Creemos que nos pueden ayudar a nuestro propósito las recientes palabras de monseñor Reig, obispo de Alcalá:
«La pandemia del coronavirus nos ha colocado en una situación límite. De momento ha puesto en evidencia la precariedad humana y ha desenmascarado la mentira del individualismo que ha propiciado la ruptura de vínculos con la familia, con la tradición y con Dios. La soberbia del globalismo y de la sociedad tecnocrática ha sufrido un duro golpe. Hoy hemos de reconocernos todos más humildes y dependientes los unos de los otros y dependientes de la sabiduría amorosa de Dios creador y redentor. De manera especial, Occidente necesita una purificación y una vuelta a la tradición cristiana, que ofrece una verdadera respuesta a los interrogantes humanos y promueve el modo adecuado de vivir desde la virtud. Este es un tiempo de prueba y, a la vez, un tiempo de gracia. Solo Dios puede convertir esta situación penosa en una ocasión de salud para el espíritu humano.
»(…) Esta situación afecta también a la Iglesia y nos hace volver a las cuestiones básicas que afectan a la salvación humana. La Iglesia no es una organización simplemente humana, una ONG. En sus entrañas lleva el ofrecimiento de la salvación eterna pagada al precio de la sangre de Cristo. Esta pandemia nos invita a todos a volver el corazón a Dios, a insistir en el destino eterno del hombre y a poner el énfasis en la gracia de Dios, en recomponer los vínculos humanos; resaltar la importancia de la familia, de la comunidad cristiana y de los medios de salvación (oración, Palabra de Dios, sacramentos, caridad, etc.). Frente a la soberbia del individualismo y la autonomía radical, esta es una ocasión de gracia para cambiar el concepto de libertad. La libertad no es simplemente independencia y ruptura de vínculos. Nuestra libertad creada es para la comunión y para la dependencia amorosa de la sabiduría de Dios. Redescubrir a Cristo, dejarnos abrazar por su gracia redentora y aprender a vivir en comunidad son los retos para poner en pie a la Iglesia y a la sociedad». (Entrevista al obispo Reig Pla, La nueva brújula cotidiana, 20 de marzo de 2020)
Siguiendo estas consideraciones de monseñor Reig nos parece manifiesto que estamos en una situación que es fruto de una actitud de soberbia crecida que ha pretendido borrar de la vida social la memoria de Dios. No queremos decir con ello que el virus sea de origen humano, no tenemos conocimientos para tal afirmación, lo que si es evidente es que los efectos devastadores son fruto de un tipo de sociedad. En primer lugar, una sociedad envejecida está mucho más disponible, como se está demostrando, a las consecuencias de colapso hospitalario, las víctimas graves del virus pertenecen mayoritariamente al grupo social de mayor edad, nos enfrentamos con una evidencia: un mundo con población demográficamente vieja, es un mundo no sólo sin futuro sino también sin presente; por otro lado, un mundo que pregona la solidaridad internacional, mientras que en las actuales circunstancias cada país solo procura por sus intereses, mientras que la globalización, en este momento, solo tiene consecuencias favorables a la propagación del virus.
Se ha confundido progreso con aumento del bienestar y aún resuena a nuestros oídos aquella frase célebre de Mandeville: «vicios privados, virtudes públicas», como si el egoísmo pudiera ser de algún modo beneficioso para la vida social. Todo ese tipo de afirmaciones han quedado negadas en las actuales circunstancias. La reflexión de san Agustín sobre el pecado nos puede ayudar a comprender la actual situación, especialmente la del mundo occidental, un mundo postcristiano. Cuando el hombre se aparta de Dios, alardea de autonomía y de poder parece que está a su alcance todo aquello que se presenta a su deseo y a su voluntad, pero el resultado es otro: precariedad, desconcierto y soledad. Las reacciones que se han dado en muchos lugares y por parte de diversas instancias a la actual pandemia dan testimonio de ello.
Por otro lado, tenemos que contemplar lo que ocurre a la luz de la Providencia de Dios. ¿Cuál es el bien que Dios quiere que saquemos de la actual situación? Es una llamada a confiar humildemente en Dios y esperar lo que Dios tiene dispuesto para el bien del hombre. Deberíamos prepararnos a vivir de un modo distinto, la austeridad ha desaparecido de nuestras vidas y es muy posible que obligatoriamente tengamos que practicarla todos y de una forma intensa. ¿No puede hacernos pensar en la parábola evangélica del hijo pródigo? Volvió a casa del padre cuando había dilapidado todas sus riquezas. El occidente heredero de la Cristiandad medieval ha dilapidado también sus riquezas espirituales, intelectuales y en cierto modo, materiales.
¿Habrá llegado el momento de volver nuestra mirada al Cielo y confiar en el amor misericordioso del Corazón de Jesús? En estos tiempo de «ayuno eucarístico» debería crecer nuestro deseo de recibir con fervor el alimento celestial y como dice Bossuet: «El ejercicio del perfecto amor es desear constantemente recibir a Jesucristo» porque el deseo es el lenguaje del amor.
Una última consideración relacionada con el contenido de este número. Originalmente lo habíamos pensado dedicar íntegramente a san José, estamos en el mes de marzo, mes josefino por excelencia y este año se cumplen los 150 años de la proclamación por Pío IX de san José como Patrono de la Iglesia universal, de ello nos hacemos eco en nuestras páginas, recordando de un modo especial la fervorosa pastoral josefina que publicó el obispo de Barcelona Enrique Reig y Casanova.
Cristiandad invita a sus lectores a contemplar la vida de san José, patrón también de la vida cotidiana, esta vida oculta que todos estamos practicando obligatoriamente en estos días, una vida dedicada íntegramente a la custodia de Jesús y María.