Es probable que santa Teresita, bautizada por el papa Pío X como la «santa más grande de los tiempos modernos», sea más que conocida por todos nosotros. Es una de las santas más universales, pudiéndose afirmar que es modelo de santidad para todas las edades. Y es que su «ciencia del Amor» no puede sino atrapar a todos los que entran en contacto con ella. Por la sencillez de sus escritos, el elevado grado de madurez espiritual que llegó a alcanzar en su corta vida podría pasar desapercibido. Sin embargo, la realidad es que, en sus obras, se pone de manifiesto tal profundidad teológica en el conocimiento de la relación de Dios con el hombre, que sus enseñanzas encierran un mensaje renovado, siendo accesible y relevante para toda persona. Así lo declaró la Iglesia al proclamarla, en 1997, «Doctor Amoris», convirtiéndose en «la más joven» de los doctores de la Iglesia, como expresó san Juan Pablo II.
Pudiendo, por tanto, destacar muchos aspectos de la vida y enseñanzas de esta gran santa, es objeto de esta sección poner el foco en los jóvenes, para comprender mejor por qué es una de las santas propuestas por el papa Francisco en la exhortación Christus vivit.
El primer aspecto que destacar del mensaje que Dios nos ha querido transmitirnos a través de ella se encuentra escondido en cómo alcanzó su conocimiento. Toda su ciencia y posterior enseñanza no fue consecuencia de largos ratos de estudio entre manuales, sino que fue a través de la propia experiencia. Así, ella expresa cómo Jesús le hizo entender que fue Él quien la instruyó en secreto: «quiero hacerte leer en el libro de la vida, donde está contenida la ciencia del Amor» (Ms B, 1ºr). Además, hay que tener en cuenta que esa experiencia fue muy intensa, puesto que tuvo lugar en unos pocos años de vida. Como es conocido, desde muy pronto, Teresa tenía ya claro que quería corresponder a la llamada que Dios le hacía a servirle desde el carmelo de Lisieux. Así, a los 15 años ingresó como religiosa allí, viviendo como tal durante poco más de nueve años, puesto que a los 24 partía a la patria celestial, habiendo cumplido su misión en esta tierra. Para nosotros, los jóvenes, contemplar su vida nos llena de esperanza y nos recuerda que solo tenemos el día presente para cumplir la voluntad de Dios.
Es, precisamente, este hecho el que san Juan Pablo II destaca como fuente de atractivo: «esta convergencia entre la doctrina y la experiencia concreta, entre la verdad y la vida, entre la enseñanza y la práctica, resplandece con particular claridad en esta santa, convirtiéndola en un modelo atractivo especialmente para los jóvenes y para los que buscan el sentido auténtico de su vida».
Bien se puede decir que su conocimiento no fue más que un ejemplo de las palabras de Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla» (Mt. 11, 25). Esta es la convergencia a la que alude san Juan Pablo II, la que se descubre entre la manera en que ella penetró el corazón del Evangelio y el contenido del mensaje en que se sintetizó la sabiduría adquirida. Puesto que solo los sencillos, los pequeños, son los que pueden conocer los secretos del Amor.
La experiencia de santa Teresita nos enseña que, siendo muy consciente de su debilidad desde siempre, no fue hasta 1893, llevando cinco años en el Carmelo, cuando el Señor sale a su encuentro con la respuesta de su «caminito». El deseo de ser santa siempre había estado en su corazón, a la par que palpaba la impotencia de su solo amor para lograrlo, aunque lejos de desanimarse, siguió buscando y confiando en que había de existir una respuesta que conjugase esos dos hechos, aparentemente contradictorios. Esa respuesta es el Amor misericordioso de Dios, que a ella se le presenta concretado en unos versículos de la Sagrada Escritura.
Como bien describe el padre Conrad de Meester, tuvo que vivir un proceso desde que ese deseo que había tenido desde su más pronta adolescencia de «quiero ser santa» se transformó en «Jesús quiere hacerme santa», entendiendo que la única manera de que se hiciese posible era reconocer su pequeñez, para poder abandonarse y confiar plenamente en Dios.
Esto es a lo que un «joven que trata de vivir plenamente su juventud» se enfrenta cada día. Es propio de nosotros que nuestro corazón se inflame ante grandes ideales, deseosos de alcanzar la santidad. Pero, acompañado de ello, vemos cómo, aun teniendo los mejores propósitos, pronto nos desviamos del camino. Sin embargo, el legado de esta gran santa nos permite vivir sabiendo que reconocer esa pequeñez es lo que posibilita que Dios nos transforme. Todo joven tiene que vivir ese momento en que el idealismo propio de la juventud deja paso a la realidad, cuando aparecen las responsabilidades y problemas que trae consigo la vida como camino de santificación. Y en ese paso puede entrar el desánimo, ante la propia debilidad para afrontarlos, o, por el contrario, el arraigo en la confianza de que todo es fruto de la Misericordia, algo solo posible desde la humildad de aceptarse pobre. También, para poder lograr esto último, Teresa nos enseña que el lugar para encontrar ese amor a nuestra pequeñez es la oración y nos indica que, frente a todas las opciones que los jóvenes tenemos, hoy en día, para alimentar bien nuestro espíritu, nunca encontraremos mejor respuesta que en la propia Palabra de Dios.
No se puede dejar de contemplar su mensaje desde otras dos perspectivas que a los jóvenes nos atañen especialmente: el encuentro con el misterio de Dios Amor y su vocación misionera. Como se ha dicho, el núcleo de su mensaje es que encontró su respuesta en el Amor misericordioso del Padre. Su «caminito» se basa en él. Solo desde este encuentro, se entiende el celo que tuvo por ganar almas para Cristo. Antes, hacía alusión a los jóvenes que quieren vivir plenamente su juventud, esto es, aquellos que son propiamente jóvenes, caracterizados por su vitalidad, su esperanza, o sus grandes ideales. Sin embargo, actualmente, como bien sabemos, son cada vez más los jóvenes que «no son propiamente jóvenes», fruto de no haber tenido ese encuentro con el Amor. Los jóvenes de hoy en día somos una generación que ha crecido en una sociedad en la que ya es muy difícil encontrar el nombre de Dios, por lo que muchos, normalmente, no han recibido la transmisión de la fe en sus hogares. Sin embargo, el problema no es solo que «no hayan oído hablar de Dios», sino que «no quieran ni oír las palabras Dios o Padre», puesto que fruto de la época en la que hemos nacido, han tenido que sufrir las dolorosas consecuencias de crecer en hogares y ambientes propios de una sociedad enferma y debilitada por haber rechazado a Dios. Pues bien, especialmente, para estos jóvenes, aunque no lo sepan, santa Teresita es su modelo. Sus enseñanzas son las adecuadas para que puedan encontrar sin rodeos el único Amor capaz de reparar y restaurar todas sus heridas. Por su cercanía, dulzura y naturalidad, puede darse un acercamiento, dejando atrás todo prejuicio. Por su sencillez y la cantidad de imágenes y símbolos que emplea (el ascensor, el pajarillo, etc.), se hace accesible a los jóvenes de hoy tan influidos por lo sensorial.
Por ello, queridos jóvenes (y menos jóvenes) que sí hemos tenido ese encuentro, y que por medio de su «caminito» profundizamos en la «ciencia del Amor», pidámosle a la patrona de las misiones que nos instruya en la labor misionera que tenemos frente a nosotros. Siempre, como ella nos enseña con su vida, implicará rezar y ofrecer cada acto de la nuestra. A veces, exigirá que hablemos de ella a todos, especialmente a aquellos jóvenes sedientos de verdad y de amor. No dudemos de que su mensaje es el que necesitan nuestros contemporáneos, hijos de una sociedad soberbia y engreída, que se jacta de haber rechazado a Dios, sin reconocer que cava su propia tumba. Conozcámosla más en profundidad y démosla a conocer, siendo sus instrumentos, para que ella siga «pasando su Cielo haciendo el bien en la tierra».
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