La gran noticia de que el pasado 3 de octubre el papa Francisco ha firmado el decreto de declaración de martirio del joven Juan Roig Diggle ha causado gran alegría a todos los amigos de los mártires, y en especial a los miembros de su «Associació d´Amics», promotora de la causa, y desde el Cielo a Don Ramón Rucabado, su más entusiasta impulsor, y a Rosa Deulofeu, que fue presidenta de la Asociación.
Hispania Martyr ha tenido también intervención en su fase romana con ocasión de su estudio por la
comisión de consultores teólogos. En enero de 2015 se recibía carta del padre Mateusz Pindelski, postulador de la causa de canonización del siervo de Dios Joan Roig i Diggle, pidiendo consultar nuestro
fondo documental sobre dicha causa, que recientemente había pasado por la comisión de los consultores
teólogos, quienes pidieron algunas aclaraciones, por lo cual era necesario investigar más ciertas cuestiones.
En su visita, examinada la importante documentación existente en nuestros archivos, que estimó relevante, nos encargó realizáramos un informe pericial sobre las actuaciones y motivaciones de los distintos grupos intervinientes en la detención y posterior asesinato de Juan Roig los días 11 y 12 de
septiembre de 1936.
Realizado dicho informe con la correspondiente prueba documental, le fue remitido al postulador, quien lo presentó ante la comisión de consultores teólogos. La respuesta positiva de que la causa de la muerte de Juan Roig fue el odio a la fe de sus asesinos, fue unánime. Pasó luego a la Comisión de cardenales
que la aprobó sin objeción, y el pasado 3 de octubre el presidente de la Sagrada Congregación de las Causas de los Santos Mons. Giovanni Ángelo Beciu propuso al papa Francisco la declaración de
martirio, firmando éste el decreto. Una vez sean fijadas fecha y lugar de la beatificación, publicaremos una síntesis del citado informe que precisa el devenir de las últimas veinticuatro horas de vida del mártir.
«Aquel chico rubio era un valiente, murió diciendo que nos perdonaba, y que pedía a Dios que nos perdonara. Casi nos conmovió»
Juan Roig nació en Barcelona en 1917, hijo de Ramón Roig Fuente y de Maud Diggle Puckering, también de Barcelona, pero de familia inglesa católica.
Comenzó sus primeras letras en el colegio de San José de Cluny en Barcelona, y pasó luego al colegio
de los Escolapios de calle Diputación para iniciar el bachillerato, donde tuvo como profesores a los padres
Ignacio Casanovas y Francisco Carceller, que serían mártires como él, y están beatificados.
Tras un serio revés económico, la familia Roig Diggle tuvo que dejar Barcelona y trasladarse a
Masnou, a la calle Salmerón 47 (hoy Jaime I). Juan entró a trabajar como dependiente en un almacén
de tejidos, y luego en una fábrica en Barcelona, sin abandonar los estudios, que prosigue después del
trabajo con la intención de terminar el bachillerato.
«Veremos a Cataluña roja, no sólo de comunismo, sino de la sangre de sus mártires»
Al llegar a Masnou ingresa en la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña. Juan Meseguer, Presidente en 1936 de los «avanguardistas » de Masnou, escribe de él: «Cuando vino a Masnou nadie lo conocía, pero muy pronto se hizo notoria su piedad y ardiente amor a la Eucaristía. Se pasaba horas ante el Santísimo sin darse cuenta. Su ejemplo convertía más que sus palabras. Quería ser misionero. En un círculo de estudios celebrado pocos días antes del 18 de julio nos dijo que veríamos a Cataluña roja, pero no sólo de comunismo, sino de la sangre de sus mártires, y que nos preparásemos todos, porque si Dios nos había elegido para ser uno de éstos, debíamos estar dispuestos a recibir el martirio con gracia y valentía como corresponde a todo buen cristiano».
Fue nombrado delegado de los «Avanguardistas », una veintena de jóvenes de 10 a 14 años, y vocal
de la sección de piedad, pero él, con razón, decía que el nombre no era correcto, pues la piedad no
puede ser monopolio de unos cuantos. No puede ser una sección, pues no es parte de una división, sino
que ha de informar y vivificar a toda la Federación. Juan Roig Diggle trabaja mañana y tarde. Va en
tren, ida y vuelta a Barcelona, pero antes, a las 7 de la mañana, ayuda a misa y recibe la Eucaristía.
Es nombrado vicepresidente del Consejo Comarcal de la Federación del Maresme, estableciendo gran
amistad con su consiliario mosén Pedro Llumà, que será su director espiritual, y con el beato Pere Tarrés,
su médico de cabecera, con quien compartía ideales apostólicos.
Era un líder nato al que los enemigos de Dios habían decidido eliminar a toda costa, pues su ejemplo
y su apostolado arrastraba a los jóvenes; pero él se sentía predestinado al martirio, del que hablaba
siempre que había ocasión en sus charlas en los círculos de estudios. Dice uno de sus biógrafos: «Murió
porque no tenía miedo de defender a Cristo. El único motivo por el que lo mataron fue porque era
católico. No tenía otras vinculaciones que la parroquia y la Federación de Jóvenes Cristianos». Fue lo
que desató contra él el odio masónico de los mentores de las juventudes libertarias. «Yo no moriré
sin sacramentos» había dicho muchas veces a sus amigos en momentos de peligro «porque he hecho
los nueve primeros viernes, y la promesa del Corazón de Jesús no falla». Así se iba a cumplir en el
momento previo a su detención.
Mosén José Gili Doria, vicario de Masnou y consiliario avanguardista, escribe en 1936: «Me decía
un día Juan: “Yo dedico normalmente al menos dos horas diarias a la vida espiritual: misa, comunión,
meditación y visita al Santísimo; es poco, pero mi trabajo y el apostolado no me dan para más.’’
»Cuando tras las elecciones del 16 febrero empezaron a incendiar iglesias, Juan me dijo que si el
caso llegaba a Masnou, él no podría soportar el ver quemar nuestra iglesia; se pondría de brazos en cruz
ante la puerta, y habrían de quemarlo también antes de sacarlo de allí.
»Corría el rumor por Masnou de que aquella noche del domingo 19 de julio vendrían a quemar la
iglesia, y por la tarde Juan me pidió que le confesara cosa extraña en él, pues normalmente se confesaba
con su director espiritual –lo que hice en el trastero del fondo de la sacristía.
»Al comentarle que quizás iba a llegar el momento de decir con nuestra sangre el “hágase tu voluntad”,
me contestó que precisamente por eso se confesaba. Insistió tanto en quedarse aquella noche
en la rectoría, que sólo el rector con su autoridad le hizo desistir.
»Me expuso el conflicto que se le planteaba en su interior: “si esta noche no voy a casa, mi madre
se muere, y con todo, mi obligación es quedarme aquí, mi conciencia me lo pide. Si para salvar a mi
madre me voy, deserto cobardemente, y eso jamás ¡Yo me quedo!” Le dije que no era él quien debía
juzgar el caso: ¡Tú has de hacer lo que te diga el señor rector!, y sólo así lo hizo».
«Ara més que mai hem de lluitar per Crist» (Ahora más que nunca hemos de luchar por Cristo)
Cuenta su hermana que el lunes 20 de julio se presentó abatido en casa con el presidente y otros compañeros de la F.J.C, y dijo: ¡Nos han quemado la Federación…! Pasó dos días sin decir palabra, hasta que habló: «Ara més que mai hen de lluitar per Crist» (Ahora más que nunca hemos de luchar por Cristo).
Su madre prosigue: «Fue aliviando penas animando a los tímidos, visitando a los heridos, buscando
diariamente en los hospitales entre los muertos, para saber cuáles de los suyos habían caído asesinados… Cada noche, al pie del lecho, con el crucifijo estrechado en sus manos imploraba para
unos clemencia, para otros perdón, y para todos misericordia y fortaleza». «Nada temo, llevo conmigo
al Amo» Su director espiritual le había confiado la reserva eucarística para llevar la comunión a enfermos
y escondidos. Dijo a la familia Rosés, a la que visitó aquella tarde del 11 de septiembre de 1936:
«nada temo, llevo conmigo al Amo». Les dejó el Santísimo, y, a la vuelta del trabajo, lo recogió y
llevó a su casa. Cuando horas después los milicia nos golpeaban su puerta, se apresuró a sumir las Sagradas Formas como viático. Cuando se lo llevaban abrazó a su madre y se despidió de ella en su lengua: «God is with me», Dios está conmigo.
Doña María Josefa Rosés, declara: «Conocí a Roig el día de Corpus de 1936. Vino a casa a arreglar
el altar del portal donde descansaba la Custodia… Me dijo que en aquellos tiempos de la revolución
estábamos como en las primeras persecuciones, y como no era fácil encontrar sacerdotes le habían
confiado el Santísimo, y que si queríamos comulgar nos preparásemos y a la mañana siguiente, antes de
marcharse a Barcelona, vendría a darnos la comunión, como así hizo. Después de comulgar me dijo:
dejaré el Santísimo aquí hasta las ocho y media en que volveré de Barcelona. Nos recomendó que nos
acordáramos de que el Señor estaba allí. Al volver por la noche le dije que temía que le descubrieran.
Me contestó que no sufriera por eso, que nos encomendáramos mutuamente a Dios, pero que él estaba
dispuesto al martirio.
»A la mañana siguiente supe que aquella noche unos hombres se lo habían llevado y lo habían asesinado.
Desde entonces me encomendé a él como a un santo mártir, y cuando me encontraba en algún apuro, que no eran pocos, le decía: Roig, tú que lo ves desde el Cielo, intercede por nosotros. Y creo que así lo hizo» (María J. Rosés. Masnou, 3 de agosto de 1939).
Su hermana Lourdes cuenta su última noche: «Llegó muy cansado, tras el día de trabajo y haber pasado en blanco la noche anterior, se dejó caer en el sofá. Nunca le había visto tan fatigado. Tal vez había pasado la noche anterior en vela ante el Santísimo que se le había confiado. Cenamos muy pronto
y mientras rezábamos el Rosario se durmió varias veces vencido por la fatiga. Cuando se daba cuenta
sonreía y proseguía el rezo. Nos fuimos a dormir, pero una extraña sensación nos impedía conciliar
el sueño…»
El Corazón de Jesús cumple su promesa. Viéndose perdido, Juan me dijo: «¡Voy a comulgar!»
La declaración de su madre prosigue relatando su apresamiento: «Todas las noches mi corazón de madre velaba para distinguir el menor ruido, lejano que oía antes que nadie. Al oír acercarse ruido de autos, un sobresalto de temor se apoderó de mí. Presentí que venían por nosotros. Me levanté rápida y corrí al dormitorio de mi hijo. Él ya estaba en pié, pues había escuchado también el ruido. Le dije: John, ya están aquí. ¿Qué hacemos? Y me contestó: ¿Te parece bien que procure escapar? Yo le dije: No lo sé; pues nos habían gritado desde la calle que era imposible escaparse, ya que tenían la casa tomada por los cuatro costados y vigilaban por todas partes con reflectores. Viendo John cómo estaban las cosas, dijo: ¡Voy a comulgar! Y ante mí se administró la última comunión. El Buen Jesús lo quería acompañar en el viaje que iba a emprender hacia la eternidad.
»Mientras, los que sin saberlo, llevaban la llave de oro que le iba a abrir las puertas del Cielo, gritaban
desde la calle, cansados de esperar: “Si no abrís, será peor para vosotros”. Hacían retumbar las puertas a golpes de culata. Entonces John, renovado su espíritu por una fuerza divina –la fortaleza de Jesús– me dijo: ¡Déjamelos a mí! –No, John –le contesté– , yo iré contigo.
»Bajamos juntos la escalera y, después de hacerles desde dentro unas preguntas para averiguar si eran policías o asesinos, nos repitieron: Si no abrís, será peor para vosotros. Todo estaba perdido, y abrimos.
»Entran en casa pistola en mano y a él se lo llevan al dormitorio; obligándolo a sentarse sobre su
cama manos arriba. Comienzan su obra de saqueo, dirigiéndonos insultos a él y a mí.
»El rostro de mi hijo está descompuesto. Nos entendemos en nuestro mutuo martirio. Nuestras miradas se cruzan y atraviesan nuestros corazones. »De repente dicen: ¡Vamos! Yo les digo: ¡No os lo llevéis! ¿Qué mal os ha hecho? Lo estrecho fuertemente entre mis brazos y no lo dejo ir, pero es inútil, ellos son más fuertes. Mis ojos de madre se vuelven hacia el jefe del grupo y, con los brazos abiertos y el corazón pleno de dolor, le digo: Si tienes madre, ten compasión de mí. Pero no me escucha. Ante mi martirio, los otros vacilan, quizás piensan en sus madres, y permanecen inmóviles. El jefe, impaciente, les dice: ¡Qué hacéis! ¿Sois hombres o no? ¡Cogedlo, y andando! »Abrazo a mi John y le estrecho contra mi corazón. Él, con voz muy dulce me dirige en mi lengua estas palabras de gracia: God is with me, (Dios está conmigo). Los desgraciados obedecen al jefe y se llevan a mi hijo. ¡Mi corazón lo acompañará hasta mi muerte!».
«A aquel muchacho seguramente lo matarían, pues no paraba de gritar “¡Viva Cristo Rey!”»
La comitiva de tres coches: uno de la FAI de Barcelona, otro del Comité de Badalona, y un terceo del Comité de Masnou, se dirige a Barcelona llevando a John, al que tienen varias horas en uno de los coches en el Paseo de Gracia, mientras tratan en vano de hallar a su padre en casa de su tío.
El vigilante nocturno del barrio declararía: «A aquel muchacho seguramente lo matarían, pues no
paraba de gritar «¡Viva Cristo Rey!». Le cambian de coche y le llevan junto al cementerio nuevo de Santa Coloma de Gramanet, donde aquella madrugada del 12 de septiembre de 1936, festividad del Dulce Nombre de María, era asesinado de cinco tiros dirigidos a su corazón y uno de gracia en la nuca. Antes le permitieron dirigirles la palabra. Las últimas que salieron de sus labios fueron: «Que Dios os perdone como yo os perdono».
Los detalles de la muerte de Juan Roig se pudieron saber por su tío Jaime Marés, que cuando se enteró de su detención, temiéndose lo peor, pidió ayuda a un amigo policía, a quien uno de los verdugos le confesó: «¡Ah! Aquel chico rubio era un valiente, murió predicando. Murió diciendo que nos perdonaba y que pedía a Dios que nos perdonará. Casi nos conmovió». Su madre termina su relato el 2 de noviembre de 1937 con esta inspirada oración: «La herida de mi corazón sigue abierta y sangra de continuo. Las lágrimas de mis ojos no tienen
fin… Desde aquella trágica separación se ha apoderado de mí una lenta agonía que me acompañará
fielmente hasta que mis ojos se cierren en el sueño de la muerte. Quiera Dios que mis despojos puedan
reposar junto a los de mi tesoro, mi hijo… que fue en este mundo mi dulce compañía, santa luz de mi
vida, mártir y santo, y que en el último día sea mi intercesor ante su Divina Majestad para abrirme las
puertas del Cielo.
»Omnipotente y glorioso Dios mío, Señor Jesucristo, iluminadme y dispersad las tinieblas de mi alma,
dadme verdadera fe, firme esperanza y perfecta caridad.
»Concededme, Señor, que os consiga tan de veras, que en todos mis actos obre siempre por amor
vuestro y de acuerdo con vuestra Santa Voluntad. Mi querido hijo, tu madre te añora».
La benemérita Asociación de Amigos de Joan Roig, presidida por el inolvidable Don Ramón Rucabado,
promovió su causa de beatificación y el traslado de los restos mortales del Siervo de Dios del Cementerio
de Santa Coloma de Gramanet al sepulcro preparado en la capilla de la parroquia de San Pedro de Masnou, donde actualmente reposan, en espera de su beatificación que se prevé inminente.