«Jean Ferré, el fundador de Radio Courtoisie, aconsejó a sus “directores de emisión” que organizaran
debates solo entre interlocutores que compartieran las mismas convicciones. Sugerencia que puede parecer paradójica, incluso burlesca en una primera impresión, pero que merece reflexión.
Alasdair MacIntyre, el gran pensador que ha dado nueva vida a la filosofía moral, ha demostrado con precisa argumentación que el debate es realmente posible solo dentro de una tradición de pensamiento,
ella misma encarnada en una comunidad de práctica. Más sencillamente, digamos que sin un acuerdo mínimo sobre principios (como la ley natural), normas, lenguajes, un intercambio racional es ilusorio.
Una de las características de la vida política moderna es que excluye cualquier debate sobre los principios fundacionales.
Investigación intelectual y debate político son ahora antitéticos. Los profesionales de la política excluyen toda confrontación con cuestiones fundamentales (por ejemplo, el valor de un modo de vida) que puedan poner en tela de juicio la organización de los sistemas oligárquicos que funcionan bajo la apariencia de democracias. MacIntyre subrayaba: “Los debates contemporáneos en el seno de los sistemas políticos modernos oponen casi exclusivamente a liberales conservadores, liberales centristas y liberales de izquierda. Esto deja poco espacio para la crítica del sistema en sí, es decir, para el cuestionamiento del liberalismo”. La pluralidad de intereses, la competencia entre grupos rivales, la ausencia de un nivel suficiente de cultura compartida son tales que cualquier reflexión sobre los propósitos y límites de lo político es ahora imposible. En ausencia de la búsqueda de un bien común, no subsisten más que relaciones de fuerza y juegos de poder».
El caso ejemplar de la bioética
De hecho, el ejemplo de las controversias sobre la reforma de las leyes de bioética ilustra esta tesis.
Solo ha habido simulacros de debates manipulados por el aparato ideológico del Estado (Comité Consultivo Nacional de Ética, Estados Generales de la Bioética, Consejo de Estado, Parlamento…)
y los grandes medios involucrados no han modificado en nada el proyecto de ley original propuesto por
el poder bajo la presión de los grupos feministas/homosexualistas. Se ha constatado una radical falta
de comprensión sobre nociones por otro lado básicas –como la paternidad–, que parecían hasta hace poco
encontrar eco en un amplio sentido común unánimemente compartido. La imposibilidad de un debate
auténtico –y no de un combate retórico–, se constata por la proliferación de procedimientos difamatorios.
Como declaraba Alain Finkielkraut correctamente, «si hoy pones reparos a la procreación médicamente asistida para todos, eres designado de inmediato como reaccionario. Pero esto es un duro golpe a la democracia en primer lugar, porque ¿cómo se puede tener una conversación cívica real si uno de los dos puntos de vista es desacreditado inmediatamente como antidemocrático? Nos colocamos así en la democracia contra sus enemigos». También podemos evocar las listas negras que constantemente aumentan con nuevos pensadores que cuestionan más o menos la visión progresista de la historia; viejo procedimiento estalinista, si recordamos las imprecaciones comunistas contra los «burgueses» y los «reaccionarios », pero que los jacobinos ya practicaban bajo el Terror. Se convierten así en reaccionarios los pensadores insuficientemente a la izquierda, como los girondinos en la época de los sans-culottes.
Si el debate entre los seguidores de tradiciones de pensamiento rivales +es imposible, sería conveniente
que los obispos comprendieran que la producción de documentos como los de la comisión de bioética dirigida por el obispo Pierre d’Ornellas es ineficaz ad extra, fuera de la comunidad cristiana. Evidentemente, esto no significa que el esfuerzo intelectual sea superfluo porque, si se realiza correctamente, la reflexión puede ser útil ad intra, para enriquecer a los católicos.
Una tradición de pensamiento, para permanecer viva, tiene por otra parte que evolucionar, enfrentándose a sus propias dificultades (MacIntyre explica que cuando no lo consigue, muere). Es también muy deseable que los cristianos redescubran el gusto y la práctica del debate intelectual, filosófico y teológico, evitando los métodos injuriosos de la policía del pensamiento».