Tras dos años de trabajo, Jared Kushner, senior advisor del presidente norteamericano Donald Trump (y su yerno, al estar casado con su hija Ivanka), ha hecho pública la primera fase de lo que ha calificado como el acuerdo del siglo. Se trata del llamado «Peace to Prosperity» (paz para la prosperidad), un plan económico que, a través de inversiones millonarias aspira a abrir el camino de la paz en Tierra Santa. Tras esta primera fase, económica, se prevé una segunda, de carácter más político, que será dada a conocer a finales de este año.
Un Plan Marshall para Oriente Próximo
El plan pretende invertir 50.000 millones de dólares, de los que la mitad serían destinados a los territorios palestinos a lo largo de una década (incluyendo un corredor que uniría Cisjordania con la Franja de Gaza), mientras que los restantes se repartirían entre Egipto, Líbano y Jordania. Una especie de Plan Marshall financiado, además de por los Estados Unidos, por los países del Golfo, la Unión Europea y algunos países asiáticos, que sus promotores esperan que genere un millón de puestos de trabajo en los territorios palestinos, sacándolos así de la pobreza endémica en la que viven.
El trasfondo de este plan, que deja en un plano secundario otros aspectos para centrarse en lo económico, es la creencia de que una vez que los palestinos tengan un buen nivel de vida, abandonarán sus pretensiones y priorizarán el mantenimiento de su nueva situación económica. Algo con lo que no están de acuerdo los principales líderes palestinos, que ya se han manifestado en contra de lo que consideran una oferta para comprar algo que, afirman, no está en venta.
Relegar los otros aspectos en juego para concentrarse en el plano económico, un enfoque eminentemente pragmático típico de una cierta mentalidad estadounidense, podría no ser aplicable a una región donde las prioridades son diferentes a las de Jared Kusher.