Hace cuatro años Grecia votaba masivamente para llevar al gobierno a Syriza, la nueva izquierda anticapitalista liderada por Alexis Tsipras y su lugarteniente, el provocador Yaris Varoufakis. En 2015 la economía griega estaba en medio de una aguda recesión, con la deuda pública más alta de Europa y un desempleo del 26%. Intervenida por las autoridades europeas y dependiente de los préstamos provenientes del exterior para hacer frente a sus necesidades, Syriza se rebeló contra esta situación bajo el lema No pagaremos la deuda», al tiempo que se convertía en modelo y referencia de la extrema izquierda europea.
El impacto con la realidad
Pero pronto el nuevo gobierno griego se estrelló contra la realidad. Tras seis meses en el poder, acuciados por la imposibilidad de cumplir con los pagos pactados, Tsipras convocó un referéndum sobre el plan de ayuda europeo: el 61% de los griegos votó en contra del plan europeo, mostrando así su apoyo a Syriza. Aquel referéndum, sin embargo, solo empeoró las cosas: los negociadores de la Unión Europea se mostraron aún más duros ante el mayor riesgo de incumplimiento por parte de Grecia. Tsipras, finalmente, tuvo que elegir entre el impago y el colapso o aceptar las condiciones impuestas por los prestamistas. Optó por lo segundo, Varoufakis dimitió y los griegos descubrieron que sus ilusiones eran impotentes para cambiar la realidad.
Lo que siguió han sido tres años de lo que llaman ajuste», que ha consistido básicamente en el mantenimiento del nivel de gasto público junto a un alza generalizada de impuestos. Tsipras ha subido en estos años el Iva, el impuesto de la renta, el de los carburantes, el de bienes de lujo, el de explotaciones agrícolas, las tasas de los autónomos, tasas turísticas y sobre internet y televisión y ha introducido nuevos impuestos a la enseñanza privada y a los armadores, al tiempo que se reducía el nivel de renta exento de tributación. Los únicos ahorros en las cuentas públicas han venido de la reducción de las pensiones y, ya en 2017, de la privatización de diversos sectores públicos como puertos, aeropuertos, ferrocarriles y red eléctrica.
Con este bagaje no es de extrañar que la mayoría de los griegos hayan dado la espalda a quienes les prometieron lo imposible y han sido incapaces de cambiar la realidad. Ahora el poder ha vuelto a las manos de Nueva Democracia, el partido del centro derecha, que no lo tendrá fácil para hacer frente a una depresión económica alimentada por políticas de gasto público irresponsables, mucho más allá de la capacidad del país, y para las que ya se ha comprobado que no hay fórmulas mágicas. En cualquier caso, la última utopía de la izquierda ha vuelto a fracasar estrepitosamente.