Los pasados 4 a 10 de septiembre el Santo Padre visitó de nuevo el continente africano en el que ha sido su vigésimo primer viaje internacional, viaje apostólico a Mozambique, Madagascar y Mauricio que ha estado caracterizado por un reiterado llamamiento a la reconciliación, la paz y la esperanza.
Reconciliación, paz y esperanza que son posibles, ha insistido el papa Francisco, porque Dios nos ha amado a nosotros primero y desde su amor nos llama también a seguirle en el amor a Él y al prójimo. «Dios os ama –afirmó el Papa en el encuentro interreligioso con los jóvenes de Maputo (Mozambique) – y en esa afirmación estamos de acuerdo todas las tradiciones religiosas. Para Él realmente eres valioso, no eres insignificante, le importas, porque eres obra de sus manos. (…) Es el amor del Señor que sabe más de levantadas que de caídas, de reconciliación que de prohibición, de dar nueva oportunidad que de condenar, de futuro que de pasado (…) Sé que vosotros creéis en ese amor que hace posible la reconciliación».
Y como, según recordó el Papa en la catedral de la Inmaculada Concepción de dicha ciudad, «la vocación de la Iglesia es evangelizar; la identidad de la Iglesia es evangelizar», llevar la Buena Nueva de Cristo a toda la humanidad, el Santo Padre resaltó durante la Santa Misa en el Estadio de Zimpeto (Maputo) que «Jesús no nos invita a un amor abstracto, etéreo o teórico, redactado en escritorios y para discursos. El camino que nos propone es el que Él recorrió primero, el que lo hizo amar a los que lo traicionaron y juzgaron injustamente, a los que lo habrían matado».
Quizás uno de los momentos más entrañables del viaje, junto al encuentro del papa Francisco con su antiguo alumno el padre Opeka y más de ocho mil niños en la «Ciudad de la Alegría» de Akamasoa (Madagascar), fue su improvisada meditación en el convento de las carmelitas descalzas de Antananarivo (Madagascar) en la que, recordando diversas anécdotas de santa Teresita del Niño Jesús, insistió una vez más en la caridad en las pequeñas y en las grandes cosas: «El camino de la perfección se encuentra en los pequeños pasos en el camino de la obediencia. Pequeños pasos de caridad y de amor. Pequeños pasos que parecen nada, pero son pequeños pasos que atraen, que «hacen esclavo» a Dios, pequeños hilos que «apresan» a Dios, (…) cuerdas de amor, que son los pequeños actos de caridad, pequeños, pequeñísimos, porque nuestra pequeña alma no puede hacer grandes cosas. Sé valiente, (…), el valor de creer que, a través de la pequeñez, Dios es feliz, y consuma la salvación del mundo»; y alertó sobre el peligro de la mundanidad: «Seguramente, a vosotras, la mundanidad os llegará de muchas formas escondidas. Sabed discernir, con la priora, con la comunidad en capítulo, discernir las voces de la mundanidad, porque no entren en la clausura. (…) Cuando te vienen pensamientos de mundanidad, cierra la puerta y piensa en los pequeños actos de amor, éstos salvan el mundo. (…) La doble reja y la cortina no son suficientes [para defenderse de la mundanidad]. Podríais tener cien cortinas. Es necesaria la caridad, la oración. La caridad de pedir consejo a tiempo, de escuchar a las hermanas, de escuchar a la priora. Y la oración con el Señor. (…) Quisiera terminar la historia de Teresa con la anciana. Teresa, ahora, acompaña a un anciano. Y quiero dar testimonio de esto, quiero dar testimonio porque ella me ha acompañado, en cada paso me acompaña. Me ha enseñado a dar pasos. A veces soy un poco neurótico y la echo fuera, como madre San Pedro. A veces la escucho; a veces los dolores no me dejan escucharla bien… Pero es una amiga fiel. Por eso no he querido hablaros de teorías, he querido hablaros de mi experiencia con una santa, y de deciros lo que es capaz de hacer una santa y cuál es el camino para ser santos».
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