Con el objetivo de abrir una vía de diálogo sobre la cuestión del gender en la educación, tildada de «verdadera y propia emergencia educativa», la Congregación vaticana para la Educación Católica acaba de hacer público un nuevo documento (que lleva fecha de 2 de febrero de 2019) en el que «ofrece algunas reflexiones que puedan orientar y apoyar a cuantos están comprometidos con la educación de las nuevas generaciones a abordar metódicamente las cuestiones más debatidas sobre la sexualidad humana, a la luz de la vocación al amor a la cual toda persona es llamada».
El documento se inicia con un breve análisis de cómo ha evolucionado en las últimas décadas la visión del hombre en cuanto varón y mujer bajo el influjo de unas ideologías que, enfrentadas al orden de la naturaleza creada por Dios, ha tratado de imponer sus postulados en todos los ámbitos y, en especial, en el educativo. El estudio señala también algunos puntos de encuentro entre la concepción antropológica cristiana y estas ideologías de género, puntos que corroboran la perversa intención de los más conscientes defensores de estas doctrinas en cuanto el error, para engañar, debe ir acompañado siempre de algún tipo de verdad.
«Escuchado» en esta primera parte el estado de la cuestión, la Congregación vaticana propone diferentes argumentos racionales, tomados de la genética, la endocrinología, la neurología o la filosofía, por los que se muestra que lo masculino o femenino, por la misma naturaleza humana, forma parte constitutiva de la propia identidad personal.
Finalmente el escrito resalta el papel de la Iglesia, Madre y Maestra, que se pone al servicio de la comunidad humana para iluminar con la luz de la fe los fundamentos de lo que la razón va poco a poco descubriendo, evitando a su vez que ésta se desvíe del camino de la verdad. Y el primer paso consiste en reconocer que el ser humano posee una naturaleza que debe respetar y que no puede manipular a su antojo porque «Dios creó al hombre a su imagen». Y lo creó «varón y mujer» de manera que la diferencia sexual se encuentra enraizada en la misma realidad ontológica de la persona humana.
En esta perspectiva, –y recordemos que el documento está dirigido a todos los que se preocupan de corazón por la educación– «educar la sexualidad y la afectividad significa aprender con perseverancia y coherencia lo que es el significado del cuerpo en toda la verdad original de la masculinidad y la feminidad; significa aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados. También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente y enriquecerse recíprocamente».
Finalmente, la Congregación analiza el papel educativo de la familia, la escuela y la sociedad así como la gran responsabilidad a la que están llamados todos los formadores.
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