La adoración es un tributo que sólo a Dios se debe, como dice la Biblia: «Amarás al Señor tu Dios, y a Él solo adorarás; y quien adora, ama, y el que ama conoce las ofensas que hizo al amado, y las siente y se propone evitarlas, y se humilla ante su divino acatamiento, y humillándose atrae las gracias del Cielo y las bendiciones del Señor sobre la tierra, acordándose de los cuatro fines del sacrificio, que en la sagrada Forma se reproduce místicamente, y ofreciendo su corazón al Señor con aquella Hostia pura, santa, la sola agradable a Dios, y uniendo a ella el que adora su obsequio razonable, como dice san Pablo. En este noble ejercicio no debemos olvidar que alternamos con los ángeles y reemplazamos a los justos, recreando el amorosísimo Corazón de Jesús con nuestro culto humilde y reverente. Es la Eucaristía un sublime trono de amor en donde recibe corte el Rey de los siglos; los espíritus celestiales le rinden sus adoraciones y cantan gozosos sus alabanzas, y nos admiten entre sus legiones; y se mezclan con gusto con nosotros para dar gloria al Gran Señor que allí no tiene forma ni aspecto visible, pero que destella para los que le temen rayos de luz y efluvios de amor, que colman de ventura las almas fieles, comunicándoles la grandeza de sus gracias y la dulzura de sus favores espirituales. Observad los monarcas en las grandes solemnidades, rodeados de sus magnates y cortesanos, y veréis que se complacen en escuchar a los pobres y pequeñuelos, para dar muestra de su magnanimidad. Así también en el tabernáculo nuestro gran Rey, constituido siempre en la permanente aunque oculta realeza que ejerce en la Eucaristía, llama a sí a los humildes que trabajan y están cargados, para confortarlos y convalecerlos. Pero por lo que a nosotros toca, importa meditar acerca de nuestra humilde y noble misión, por más que de ella seamos muy indignos. Somos guardias de corps del divino Señor durante la noche, y disfrutamos la dicha de asistirle y de rendirle solos homenaje cuando otros reposan, puesto que aquí viene bien el Cantar de los Cantares: «El Señor parece que duerme, pero su corazón vela».
Tócanos, por lo tanto, no dejar ociosa su misericordia en la vigilia, aunque no ignoramos que en otras latitudes se ve adorado, por cuanto en éstas se halla sólo en el templo en que adoramos y en el pueblo. ¡Duele decirlo! Y en España, excepción hecha de ciertas comunidades religiosas, por lo cual casi somos solos para representar diez y nueve millones de habitantes que no adoran por la noche al Señor; (…) ¡Qué dolor sería que tan santa empresa, como lo es la adoración nocturna, pereciese en nuestras manos por falta de correspondencia a esta vocación!
Y por el contrario, ¡qué consuelo para este puñado de indignos servidores del Dios escondido, si consiguiésemos ser escuchados en espíritu de humildad y de contrición, utilizando la vigilia en implorar por la Iglesia Santa por España, segunda patria católica, por el Purgatorio entero, por el mundo pecador, por nuestros parientes, amigos y enemigos, por los moribundos, incrédulos, agonizantes y navegantes, y por aquellos que Dios quiere que pidamos!
Luis de Trelles y Noguerol, del discurso que pronunció en 1878 con ocasión de la constitución de la primera junta de la Adoración Nocturna.