El papa Francisco nos dejó grandes ejemplos de vida en su reciente exhortación apostólica Christus vivit, vidas que merecen la pena ser conocidas porque nos ayudarán a entender mejor en qué consiste verdadera y plenamente la vida cristiana.
Una de las vidas que merecen ser conocidas es la del beato Marcelo Callo, nacido en Rennes, Francia en 1921 y fallecido en el campo de concentración de Mauthausen el 19 de marzo de 1945 por defender su fe y no apostatar de Dios.
Hagamos un breve recorrido por su vida y entremos en el corazón de este mártir que supo entregar su vida a Dios hasta el final. Fue el segundo de nueve hijos y cuando tenía 12 años, se convirtió en aprendiz de imprenta y tomó el rol de hijo mayor cuando su hermano mayor entró en el seminario. En casa ayudaba como cualquier hermano, pero destacó desde siempre su carácter alegre, travieso pero también obstinado. Iba a la escuela y aunque era un alumno aplicado su trabajo era irregular.
Desde niño asistió a misa diariamente y se confesaba cada quince días. Ya desde pequeño aprendió a ofrecer sus días al Corazón de Jesús para la salvación de las almas. Tomó como lema: «Reza, comulga, sacrifícate, sé apóstol».
Cuando era joven fue miembro de la Cruzada Eucarística, que enseñaba a los jóvenes a vivir una oración ininterrumpida poniendo a la Eucaristía en el corazón de su vida, y también era un Scout de Europa, muy populares en Francia. El ideal scout de lealtad, coraje, servicio y pureza se correspondía con sus profundas aspiraciones, por ello, aplicó con fervor este gran ideal y entendió que el primer deber empezaba en casa. A partir de 1936 se le encargó la dirección de una patrulla scout. Estos dotes de liderazgo le servirían más adelante como dirigente de la Juventud de Obreros Católicos (J.O.C.).
Presidente a los diecisiete años
Estos dos movimientos ayudaron a forjar su carácter entregado y servicial, alegre y entusiasta, y sobre todo, a profundizar en la fe en la que había sido educado. Sin embargo dejó los scouts para ingresar en la JOC (movimiento de acción católica del ambiente obrero), donde trabajó en el apostolado de manera entusiasta, hasta llegar a la presidencia de su sección con tan solo 17 años.
Se convirtió en militante del movimiento Juventud de Obreros Católicos, ya que buscaba vivir su fe en el mundo secular del trabajo. Marcelo comprendió que el ideal de la JOC era devolver el sentido de la dignidad del trabajo a los obreros, por entonces despreciado e infravalorado. Pero para ello hacen falta apóstoles orgullosos de pertenecer a Cristo, jóvenes alegres, puros, atrayentes, capaces de transmitir y vivir la alegría del Evangelio.
Con 17 años se convirtió en el jefe de la sección y desde el principio propuso a los jocistas, como se les llamaba, el método del padre Cardijn, fundador de la JOC. Su lema era este: «Aprender a pensar como Cristo, a tener la mentalidad de Cristo». Proponía vivir en Dios las veinticuatro horas del día. Además, pidió el compromiso de los jóvenes para que asistieran a Misa diariamente, meditaran como mínimo un cuarto de hora al día, una lectura espiritual y una hora de estudio para su formación humana.
Su personalidad atrayente llama la atención de muchos jóvenes que deciden tomarse en serio su vida y vivir el trabajo de una manera humana, digna de los hijos de Dios. Entienden que con su trabajo y de la mano del Señor, salvan el mundo.
Con la ocupación nazi de Francia, la vida cambió radicalmente para todos, especialmente para los católicos practicantes. Por ejemplo, se prohibieron oficialmente las actividades de las asociaciones cristianas, y las ramas del movimiento de Juventud de Obreros Católicos tuvo que pasar a la clandestinidad. La gente se refería a ellos como los Juventud de Obreros Católicos de las Catacumbas. Las actividades se hacían a escondidas, pero el espíritu era ardiente, la solidaridad no tenía límites y la oración era más fervorosa que nunca, como en la época de los primeros cristianos.
Compaginaba su vida de apostolado con el trabajo, aunque Marcelo lo vivía todo desde la unidad y coherencia de vida. Entró a trabajar en una imprenta y el trabajo fue duro para él. El mundo obrero era hostil y los obreros incitaban a los más jóvenes a vivir una vida de vicio. No obstante, su madre le enseñó a dirigir siempre su corazón a la Virgen María y gracias a ello pudo convertirse en un obrero plenamente consolidado y capaz, respetado por todos. Por entonces, conoció a Margarita, también del movimiento de las JOC, y pronto descubrieron que compartían una misma vida y decidieron comprometerse. Sin embargo, el futuro se truncó.
En marzo de 1943, a los 22 años, después de sufrir la muerte de su hermana Magdalena víctima de un bombardeo, fue enrolado por los Servicios de Trabajo Obligatorio impuesto por los nazis y enviado a Alemania al campo de trabajo de Zelha-Melhis en Turingia; en este campo, en la clandestinidad y armado de una gran fe, trató de desenvolver un apostolado de consuelo religioso, atento a amortiguar, en cuanto pudiera, las amarguras y sufrimientos de sus compañeros de desventura. Antes de partir hacia Turingia dijo a su familia: «No voy como trabajador, sino como misionero, ¡hay tanto que hacer para dar a conocer a Cristo!». En los diferentes campos de trabajo, la JOC levantó una organización clandestina y aprovechaban todas las ocasiones para encontrarse y entrenarse en el apostolado común. Así pues, la JOC supuso una verdadera resistencia espiritual en Turingia y en el resto de Alemania. La sed de almas y el celo apostólico marcaron siempre la vida de Marcelo Callo.
El 19 de abril de 1944 lo arrestaron por ser «demasiado católico». Primero, lo enviaron a la prisión en Gotha y luego a los campos de concentración en Flossenburg y Mauthausen.
Detención y muerte de Marcel Callo
Marcel y los otros detenidos sufrieron de manera terrible con el régimen de los nazis.
Testigos supervivientes declararon, que aunque en el cautiverio, Callo siguió encabezando a los prisioneros en las oraciones y la instrucción religiosa. A su lado se era feliz. Finalmente murió el 19 de marzo de 1945, después de fuertes dolores de estómago y completamente destruido por los sufrimientos físicos, por las privaciones de todo género, por el demoledor trabajo y el aislamiento de no haber sabido nada más de su familia pero confiado y abandonado en los brazos del Padre. Feliz de haber podido entregar su vida por la salvación de las almas y pordar a conocer a Jesucristo entre sus hermanos.
En su viaje de fe y en el camino a la santidad, no estaba solo. De hecho, la familia de Marcel, la diócesis de Rennes, el movimiento de Juventud de Obreros Católicos todos tuvieron su papel en el camino a la santidad de este joven. Al Cielo nunca se llega solo.
El 4 de octubre de 1987, el papa Juan Pablo II lo beatificó y dirigió estas palabras a los fieles ahí reunidos:
«Marcel no se convirtió en un hombre del Evangelio por sí solo. Lleno de talento y buena voluntad, también luchó contra este mundo, y contra las presiones de los demás. Abierto por completo a la gracia, dejó que el Señor lo guiara, incluso hasta el martirio.
»Las pruebas hicieron madurar su amor a Cristo. Desde la prisión escribió a su hermano, quien hacía poco tiempo había sido ordenado sacerdote: “Afortunadamente, Él es un amigo que nunca me abandona y sabe cómo consolarme. Con Él, siempre puedo superar los peores momentos. Cuánto agradezco a Cristo por haberme conducido al lugar donde me encuentro ahora.
»Sí, Marcel encontró la Cruz. Separado de su familia y de su novia, a quien amaba tierna y castamente, se fue a Alemania donde restableció el Movimiento de la Juventud de Obreros Católicos. Muchos de sus amigos del movimiento también murieron como testigos fieles de Jesucristo. Perseguido por la Gestapo, Marcel fue un testigo fiel hasta el final. Como el Señor, amó a su prójimo hasta el extremo y toda su vida se convirtió en la Eucaristía…
»Nos recuerda a todos, laicos, religiosos, sacerdotes, obispos, el llamado universal a la santidad y a la espiritualidad juvenil que nuestro mundo tanto necesita para poder continuar proclamando el Evangelio».
Beato Marcel Callo, danos el coraje para seguir tu ejemplo de santidad.