El siglo xx ha sido llamado con razón el siglo de los mártires ya que –como afirmó repetidamente Juan Pablo II– «tal vez más que en el primer período del cristianismo, son muchos los que dieron testimonio de la fe con sufrimientos a menudo heroicos. Cuántos cristianos, en todos los continentes, a lo largo del siglo xx, pagaron su amor a Cristo derramando también la sangre. Sufrieron formas de persecución antiguas y recientes, experimentaron el odio y la exclusión, la violencia y el asesinato».
Sin embargo, parece que el siglo xxi sigue el mismo camino. Actualmente, la religión cristiana es la más perseguida del mundo y ya hay quien habla de un verdadero «genocidio cristiano», ignorado voluntariamente en la mayoría de los países occidentales.
La población cristiana en Oriente Medio, por ejemplo, se ha reducido del 20% al 5% en las dos últimas décadas y sólo en el año pasado se tiene constancia de 4.305 cristianos asesinados y más de 1.800 iglesias atacadas en diferentes partes del mundo. Y en el presente año, según afirma el presidente ejecutivo de ACN, Thomas Heine-Geldern, «es ya uno de los años más sangrientos para los cristianos».
Los atentados en Sri Lanka, en los que perdieron la vida más de 250 personas (la mayoría cristianos que acudían a la celebración pascual) se suman a los muertos en el día de Año Nuevo en la diócesis de Bangassou (República Centroafricana) por el ataque de las milicias islámicas Séléka a una misión católica, a los fallecidos en la catedral de Jolo (Filipinas) a finales de enero también por otro atentado islamista, a los más de 130 asesinados en las aldeas cristianas del estado nigeriano de Kaduna a mediados de marzo por miembros de las tribus nómadas de los Fulani, predominantemente musulmana, o a los mártires de la escuela católica del estado federal indio de Tamil Nadu, donde a finales de marzo sufrieron la agresión de nacionalistas hindúes en la que se produjo una auténtica cacería contra las religiosas que trabajan allí.
El pasado 12 de mayo un nuevo ataque llenaba de luto y de temor a los cristianos en Burkina Faso (país en el que ya perdió la vida el misionero español Antonio César Fernández, S.D.B. el 15 de febrero). Una veintena de hombres armados interrumpieron la celebración de la Eucaristía dominical en el poblado de Dablo donde mataron al sacerdote, el padre Simeon Yampa, y a cinco hombres que participaban en la celebración, quemando después el templo al marchar (que es el tercer templo incendiado en el país en las últimas cinco semanas). Ese mismo día rebeldes sirios bombardeaban la población cristiana ortodoxa de Al-Sekelbiya, matando a cinco niños cristianos, de entre 6 y 10 años, junto a su catequista en el centro en que estaban recibiendo la catequesis. Y apenas un día después cuatro católicos más eran asesinados a tiros, de nuevo en Burkina Faso, durante una procesión mariana.
Si el atentado de Sri Lanka sacudió momentáneamente la opinión pública, aunque fuera enseguida silenciado (no hemos visto manifestaciones masivas bajo el lema #Yo soy Sri Lanka) a pesar de que todas las iglesias del país han permanecido cerradas por orden del cardenal Malcolm Ranjith, arzobispo de Colombo, durante una semana por temor a nuevos atentados, las nuevas muertes en Burkina Faso o en Siria no han aparecido ya en ningún medio de comunicación generalista.
En marzo el papa Francisco nos invitaba a «orar por las comunidades cristianas perseguidas, para que sientan la cercanía de Cristo y vean sus derechos reconocidos». Creo que perseverar en esta intención es, «en estos últimos tiempos», más necesario que nunca.
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