No podemos acostumbrarnos, a pesar de que por desgracia sea cada vez más frecuente: más de trescientas personas fueron asesinadas en una serie de atentados en Sri Lanka (la antigua Ceilán) el pasado Domingo de Pascua de Resurrección. Una fecha elegida para hacer más daño por quienes hicieron estallar ocho bombas en iglesias y hoteles, incluyendo el popular santuario de San Antonio de Padua en la capital, Colombo. Los cristianos, que son una minoría en Sri Lanka, un 7% (de los cuales la mayoría católicos) de sus 21 millones, fueron los principales objetivos de los atentados yihadistas.
El perfil de los terroristas
Entre los detenidos como responsables de la matanza se encuentran dos hijos de Mohammad Yusuf Ibrahim, uno de los comerciantes de especias más ricos del país. Uno de ellos hizo explotar su carga en el hotel de cinco estrellas Shrangri-La, mientras que el objetivo del otro fue el restaurante del también lujoso Cinnamon Grand Hotel. Un dato que puede parecer anecdótico pero que confirma, una vez más, que el perfil real del terrorista yihadista no tiene nada que ver con el que habitualmente nos presentan en Occidente, un desarraigado condenado a la pobreza y que alberga deseos de venganza contra Occidente. La realidad es bien distinta: «se trata de personas con independencia financiera –ha explicado el viceministro de defensa Ruwan Wijewardene a la casi treintena de terroristas detenidos– y sus familias están en situaciones financieras muy sólidas. Algunos de ellos han estudiado en diversos países del extranjero, son diplomados y muy instruidos». Por ejemplo, uno de ellos, Abdul Latif Jamil, realizó estudios de ingeniería aeroespacial en la Kingstone University británica.
Wahabismo en Sri Lanka
Sri Lanka vivió una durísima guerra civil iniciada en 1983 que enfrentó a la minoría tamil hinduista con la mayoría cingalesa budista (un 70% del país) y que duró un cuarto de siglo. La minoría musulmana, al igual que la cristiana, durante todo este periodo se mantuvo todo lo alejada que pudo del conflicto. Fue a partir de la década de los noventa que el dinero saudí empezó a afluir en Sri Lanka y, con él, la expansión del wahabismo entre la población musulmana del lugar: de pronto las mujeres musulmanas en Sri Lanka empezaron a llevar el niqab (que cubre toda la cara) y los hombres musulmanes, tras estancias por motivos de trabajo en Arabia Saudita, regresaban con una visión del islam en la que se subrayaba la urgencia de la yihad. Los resultados de este proceso los contemplamos ahora en forma de terror y muerte.