Infancia y juventud del beato Mariano Mullerat
Nace Mariano el 24 de marzo de 1897 en Santa Coloma de Queralt (Tarragona), sexto de los siete hijos supervivientes del matrimonio de Ramón Mullerat y Ventura Soldevila. A sus trece años murió su madre, mujer de fe inconmovible, y en su lecho de muerte Mariano le pidió que desde el Cielo intercediera para que él pudiera volver a encontrarla allí, guardando en su corazón los buenos consejos que le había inculcado desde pequeño.
Tras los primeros estudios en Santa Coloma, en 1910 su padre lo envía interno a Reus al colegio de los Hijos de la Sagrada Familia, fundados por san José Manyanet, donde cursa el bachillerato. Se inscribió en la Guardia de Honor en que un grupo de 15 colegiales, sin dejar sus ocupaciones ordinarias, ofrecían para siempre una hora diaria, de entre las 7 de la mañana a las diez de la noche, al Corazón de Jesús en reparación de las ofensas que recibe en la Eucaristía.
En 1914, a sus 17 años, ingresa en la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona. Militó en el carlismo, y presidió la Sección de Medicina de la A.E.T. de Barcelona, asociación estudiantil integrada en la Comunión Tradicionalista, en la que se distinguió por su rectitud y defensa de la fe en un ambiente hostil. En días feriados y vacaciones daba conferencias sobre temas católicos y sociopolíticos en conformidad con la doctrina de la Iglesia, en pueblos y ciudades.
Cuenta su compañero de curso Joan Farré que en 1915, primer año de carrera, en clase de zoología general el catedrático José Fuset, enseñando como en especies inferiores se da la reproducción asexuada por partenogénesis, en forma burlesca apuntó que así podría explicarse el misterio de la virginidad de María. Con serenidad Mariano le replicó públicamente, afirmando el dogma de la Inmaculada Concepción. Con la protesta se dividieron las opiniones, y al salir de clase sobrevino pelea, en la que Mariano resultó herido en un ojo. Apaciguada la trifulca, el doctor Fuset le amenazó: «En los exámenes le espero», y le suspendió.
Mariano apeló a Tribunal de Honor, en el que una junta de catedráticos le aprobó. Fue el único aprobado de su expediente, el resto, matrículas de honor y sobresalientes. En 1919, en el último curso de carrera el rector de la Universidad le nombraba interno del Hospital Clínico con nómina de 500 ptas. anuales.
Obtuvo la licenciatura en medicina y cirugía en octubre de 1921, y el catedrático de Patología Médica doctor Ferrer Piera, director de su tesis doctoral, le ofreció incorporarse a su cátedra, pero Mariano creyó podría hacer mayor bien siendo médico rural.
En Arbeca funda una familia y ejerce de médico
En enero de 1922 Mariano Mullerat contrajo matrimonio con la joven Dolores Sans Bové, pubilla de acomodada familia de Arbeca, pueblo natal de su fallecida madre, donde establecieron su hogar formando una familia cristiana de la que nacieron cinco hijas, aunque la primogénita murió apenas nacida.
Ejerció como médico en Arbeca y los pueblos vecinos de Puiggros, La Floresta y Els Omellons, asistiendo gratis a los pobres, y en su caso le dejaba unos billetes bajo la almohada.
Dice Ramona Gabernet: «El doctor Mullerat inspiraba respeto y admiración, y al tiempo infundía una franqueza natural, humana y cristiana. Acompañaba a las familias necesitadas a llevar al enfermo al hospital, procurando que fuese atendido gratuitamente, y en caso de necesidad trasladaba al enfermo en su coche. No se conformaba con la visita reglamentaria de médico, pues tenía siempre un momento para escuchar y consolar a sus enfermos y a sus familias, dándoles ánimo con palabras de caridad y compasión, procurando que ninguno de ellos muriera sin sacramentos. Cuando un paciente, agradecido por su curación, le daba las gracias, le respondía: «No es a mí a quien ha de dar las gracias, sino a Dios, Él es el que cura.»
Mariano Mullerat perteneció a la Obra de Ejercicios Parroquiales, y en 1926 los practicó en La Espluga de Francolí con el padre Vallet del que era amigo personal, siendo presidente del grupo de Perseverancia de Arbeca, miembro del Apostolado de la Oración y de la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña. El obispo de Gerona Mons. José Cartañá le dijo a su hija Josefina Mullerat, dominica en Anglés: «Su padre, al terminar las tandas de ejercicios, él, seglar, hablaba de Jesucristo con más celo que yo, que era obispo.» Los domingos por la tarde asistía a la función de la parroquia, y era el único hombre que acudía todos los días laborables de mayo al Mes de María.
En 1932, hallándose su padre enfermo de gravedad, le prodigó toda clase de cuidados, ayudándole a bien morir. Le preguntaba «Padre, ¿queréis ir al Cielo?» para que fuera consciente de su próximo traspaso, rezando con él la recomendación del alma. Dice el Rdo. Luis Carreras Sans, pariente de su esposa: «Más que un hijo, parecía un sacerdote; más que un médico de dolencias corporales, parecía un médico de dolencias espirituales. Verdaderamente tenía alma de misionero.» (Positio super martyrio, p. 161.)
Cada día al atardecer Don Mariano dirigía el Rosario con toda su familia, y les leía un capítulo de los libros de san Alfonso María de Ligorio.
El doctor Mullerat, además de velar por la salud corporal de la comunidad, defendió su colegio en tiempos difíciles para la enseñanza católica. Con el ahorro de un año sin fumar adquirió Don Mariano una magnífica imagen de Cristo crucificado de tamaño natural que, bendecida por el párroco, instaló en un altar en el salón, y ante cuyo reclinatorio cada mañana rezaba toda la familia antes de salir de casa. Este crucifijo fue librado providencialmente de la destrucción el 13 de agosto de 1936 cuando los milicianos echaron por las ventanas todas las imágenes de la casa, pudiendo besarlo Don Mariano antes de salir detenido para el martirio, lucrando así la indulgencia plenaria que tenía concedida para la hora de la muerte.
Alcalde católico de Arbeca, tenía la premonición de que moriría mártir
Mariano Mullerat llevaba dos años viviendo y ejerciendo de médico en Arbeca cuando el 29 de marzo de 1924, a sus 27 años era elegido alcalde por acuerdo unánime de los concejales, y en los siete años en que ejerció el cargo hizo cambiar la fisonomía moral y material de la población.
Dispuso la consagración de la villa al Sagrado Corazón de Jesús tras una novena de misión en la parroquia, recibiendo a los misioneros a la entrada del pueblo, y el día de la entronización de su imagen en el salón de sesiones del Ayuntamiento salió al balcón para explicar a la gente reunida en la plaza el significado del acto y las bendiciones que esperaba traería al vecindario.
Asistía al frente de la Corporación a las solemnidades religiosas, y restableció la antigua fiesta votiva de Santa Madrona, patrona junto con San Jaime de la villa, que hacía más de 80 años que no se celebraba.
Durante sus dos trienios como alcalde promovió la cultura del pueblo, creando la Biblioteca Municipal y proyectó la construcción de las nuevas escuelas. Aumentó las tierras de regadío e impulsó la mejora urbanística, construyendo aceras en las calles. Renovó la maquinaria para subir el agua del canal de Urgel a los depósitos del pueblo y llevarla a todas las casas, e inauguró cuartel para la Guardia Civil.
Como «defensor de toda sana ideología» y de «la bona parla», fundó «L’Escut», quincenal que se publicó entre 1923 y 1926, y en el que decía que «Cataluña ha encontrado en la religiosidad de todo un pueblo, el elemento básico para señalar con sólido hito el principio del camino recto de su prosperidad y grandeza, pues como dijo el inmortal Torras y Bages, Cataluña será cristiana o no será».
Con la llegada de la República comienza la persecución religiosa
Fue depuesto de alcalde al proclamarse la segunda República en abril de 1931. En la fiesta de las almas del Purgatorio era tradicional en Arbeca la procesión al cementerio para rezar por los difuntos fallecidos en el año, pero las nuevas autoridades la prohibieron. Don Mariano convocó a multitud de feligreses a rezar el rosario en la capilla del cementerio, dirigiéndolo él.
Cuando quitaron los crucifijos de las escuelas, Don Mariano los compró y regaló a sus parientes y amigos, rogándoles lo llevasen visible colgado al cuello para mostrar que eran católicos. Los anticlericales no se lo perdonarían.
En los primeros días tras el alzamiento militar, los del Centro Republicano sacaron las imágenes de la iglesia, las destrozaron y quemaron en la plaza. Al ver la pira, Don Mariano permaneció en silencio un buen rato ante sus restos humeantes, sin duda rezándoles. Les preguntó a los incendiarios: «¿por qué lo hacéis?», y le respondieron: «Lárgate, si no quieres que te lo hagamos también a ti.» A un amigo le comentó: «esto no puede acabar bien», a lo que éste le contestó: «márchese del pueblo, por favor, no quisiera que le pasase algo…»
La gracia del Señor no le faltará
Buscó una casa donde pudieran refugiarse las hermanas dominicas expulsadas de su Colegio de San José, instalándolas en un inmueble cedido por Joan Gras, padre de familia que sufriría la muerte junto a nuestro beato. Escribe la Hermana Concepción Fortuny: «Cuando nos vimos forzadas a abandonar nuestro convento y a alojarnos en una casa de una familia amiga, Don Mariano siguió visitándonos y nos ayudó a aceptar con entereza los planes de la Providencia. Su testimonio afianzó mi fe y confianza en Dios, sobre todo en los duros momentos en que me vi acometida por el Presidente del Comité. Mi zozobra, angustia y miedo se desvanecieron al oír de los labios de Don Mariano, con el temple que le caracterizaba: «La gracia del Señor no le faltará, hermana.» «No me iré, lo dejo todo a la voluntad de Dios.»
Ante las primeras noticias que llegaban de los asesinatos que cometían los comités en los pueblos de la comarca, el director del banco le aconsejó que se marchara a Zaragoza y allí esperara acontecimientos. Don Mariano tomó su coche y sin decir nada a su familia se puso en camino hacia la capital aragonesa, pensando avisarles cuando llegara para que sigilosamente viniesen también todos. Pero cerca de Lérida se detuvo ante una ermita de Nuestra Señora y le pidió luz para saber si su decisión era la procedente. Se sintió inspirado, y se dijo: «No me iré, lo dejo todo a la voluntad de Dios», y dando media vuelta, retornó a Arbeca. Este hecho acreditado lo destacan los miembros de la comisión de teólogos que en fase romana examinaron la positio: «sabía que volver a casa a reencontrar a sus enfermos y a sus familiares era ir hacia la posibilidad real del martirio», como así fue.
Recoge su biografía que, consciente del peligro que corría por el catolicismo que públicamente profesaba en el ámbito personal, profesional y público, «se fue preparando para lo que presentía le iba a ocurrir, y ya desatada la persecución sangrienta, arriesgó la vida manteniéndose generosamente al lado de sus enfermos». Lo recuerda Rosita Serra: «Yo tenía 10 años y estaba muy malita… oí como mi padre conversaba con el doctor Mullerat recién empezada la persecución religiosa.» El doctor Mullerat le dijo: «mi convicción religiosa y mi conciencia no me permiten dejar a mis enfermos, así que pase lo que pase, nunca los abandonaré.» Cada día Don Mariano, antes de salir de casa, rezaba la oración de la buena muerte ante el Santo Cristo del salón. Conocía el rumor que circulaba por la villa de que él sería el primer vecino asesinado, pero no se amedrentó, y manifestó a sus familiares estar dispuesto a sufrir todo por la religión y preparado para comparecer ante el tribunal de Dios; que perdonaba a sus futuros asesinos, y que envidiaba la suerte del padre Pro de poder morir gritando «¡Viva Cristo Rey!». Don Mariano repetía a menudo a sus amigos la afirmación de Torras y Bages en su pastoral «La gloria del martirio» de que «La más espléndida confesión de la fe es el martirio, que es la gran gloria de la Iglesia católica, pues sin el martirio no existiría la Iglesia.»
El 12 de agosto, víspera de su muerte, pasó visita a sus enfermos escoltado por dos milicianos. Cuenta María Romeu que su padre le dijo: «Doctor Mariano, ¿no tiene usted miedo en estos momentos?», y que él le contestó: «¡Peret, confianza en Dios!» Sacó el Santo Cristo que llevaba en el bolsillo, se lo dio a besar a mi padre, y luego lo besó él, y le dijo: «Peret, sino podemos vernos más… hasta el Cielo».
Viacrucis y gólgota del doctor Mullerat
A las seis de la madrugada del 3 de agosto de 1936, fiesta de san Hipólito mártir, una cuadrilla de milicianos irrumpió violentamente en casa del doctor Mullerat. Cuenta su hija Adela, que entonces tenía 4 años, que su abuela las despertó y dijo: «levantaos, niñas, que vienen a buscar a vuestro padre.»
Hicieron un registro y comenzaron a arrojar por el balcón los objetos religiosos que hallaban, y les prendieron fuego en medio de la calle, obligando a Don Mariano a firmar un documento para sacar el dinero de su cuenta del banco, diciéndole: «Si no firmas, aquí mismo te levantamos la tapa de los sesos.» (Positio super martirio, p. 189).
Luego, vigilado por un miliciano, entró en la sala, y arrodillándose en el reclinatorio rezó y besó la imagen del Santo Cristo de tamaño natural que tenía indulgencia plenaria para él y su familia en la hora de la muerte. Al salir de la habitación el miliciano, impresionado por la actitud de Don Mariano, cerró la puerta y dijo a sus compañeros «ésta ya está registrada», y no entraron.
Se lo llevaron «a declarar» al cuartel de la Guardia Civil, convertido en Comité de milicias. Al despedirse de su esposa con sus hijas, la mayor de 11 años y la pequeña de 3 meses en sus brazos, le dijo: «Dolores, perdónalos como yo les perdono».
Al poco volvieron los milicianos y dijeron: «Sabemos que tenéis más imágenes; si no quemamos las que quedan, os matamos a todos». Cuando el abuelo se hallaba a media escalera bajando el crucifijo para llevarlo a la pira de la calle, María Dolores, la hija mayor que tenía 11 años, se interpuso en el rellano y llorando abrazó las piernas del abuelo, y le dijo: «No lo echéis al fuego, puede que no le hagan nada al padre, o si no, primero echadme a mí.» Los milicianos se fueron abochornados. Así se salvó providencialmente el Crucifijo de la destrucción, y escondido, sería el centro de oraciones de la madre viuda, de sus cuatro hijas huérfanas y de sus familiares durante los 28 meses transcurridos hasta la liberación de Arbeca el 14 de enero de 1939.
Detenido en el excuartel de la Guardia Civil
El doctor Mullerat llevaba siempre consigo el instrumental médico y material de primera necesidad, y estando detenido en el cuartel, curó a uno de sus guardianes de una herida que se causó él mismo al disparársele el arma con la que le custodiaba.
Le subieron a un camión junto con otros cinco católicos arbequinenses con él detenidos: José Sans Balsells, primo de la esposa del doctor Mullerat; Lorenzo Vidal Ximenos, también pariente de ésta; Lorenzo Segarra Pau, hermano de una carmelita descalza; Juan Gras Navés, que había alojado a las dominicas al ser expulsadas de su colegio; y Manuel Pont Gras, que intentó salvar de la hoguera la imagen de la Virgen de la parroquia.
Consciente de que no iba a volver, Don Mariano escribió en un papel el nombre de los pacientes que esperaban su visita, y pidió que lo hiciesen llegar a manos de su amigo el médico doctor Galcerán, para que no quedasen desatendidos.
Una madre de familia se acercó al camión que ya salía, y pidió entre gritos y lágrimas a los miembros del comité que dejaran en libertad al doctor Mullerat para que pudiera visitar a un hijo suyo que atendía por estar gravemente enfermo. El camión se detuvo, y el doctor Mullerat, se dirigió a la madre angustiada y le dijo: «No llores. Tu hijo no morirá». Sacó una libreta y le escribió una receta. «Dale este medicamento a tu hijo –le dijo– y reza, que Dios te ayudará». El padre de aquel niño enfermo formaba parte de la comitiva que le iba a ejecutarle y quemar luego su cuerpo agonizante. A la hora en que el doctor Mullerat era asesinado, el hijo de aquella mujer y del miliciano piquetero quedaba totalmente curado.
«Recemos a Dios, las horas de nuestra vida están contadas»
Cuenta Magdalena Marimón, que vivía enfrente del cuartel, y se hallaba presente, que D. Mariano, presintiendo que iban a ser asesinados, les dijo serenamente a sus compañeros: «Recemos el acto de contrición, que las horas de nuestra vida están contadas»; haciendo todos dicho acto. En el trayecto hacia el martirio los seis detenidos fueron maltratados cruelmente.
El camión con los seis vecinos presos llegó a un llano llamado «la gravera del Pla», a tres kilómetros de Arbeca por la carretera de las Borges Blanques, donde los hicieron descender ante unas setenta personas allí congregadas, unos con armas dispuestos a participar en la ejecución, y otros para presenciarla de cerca. Al bajar del camión D. Mariano exhortó nuevamente a sus compañeros a rezar de nuevo el acto de contrición y a perdonar a sus verdugos. Al verle rezar, un miliciano le asestó un golpe en el rostro con una azada que hizo que se le saltaran los dientes. Les pusieron en fila junto a la carretera; a Don Mariano de espaldas, porque su mirada bondadosa y compasiva les resultaba insoportable.
Cuenta su hija María Dolores que el joven Antonio Martí Tilló, que volvía del servicio militar, y que al pasar por el Pla fue testigo presencial de la ejecución, vino a verles muy afectado, y les contó que oyó como Don Mariano pronunciaba estas palabras: «En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu».
Magí Setó declara que su padre volvió a casa a media mañana muy preocupado. «Mi madre le preguntó cómo volvía tan pronto de trabajar, y mi padre le dijo: Lo he dejado porque no podía resistir los gritos de dolor que me llegaban del Pla. He visto humo, y todo me ha dado la certeza de que estaban matando a gente.»
Con los impactos de las balas en sus cuerpos y estando, al menos algunos, todavía con vida, les pusieron leña encima, los rociaron con gasolina y les prendieron fuego. Mosén Antonio Escalé, rector de Arbeca, da cuenta el 21 de julio de 1941 al arzobispo de Tarragona: «Los cadáveres de los seis fueron quemados antes de morir, como lo prueban los horrorosos gritos que se oían desde las afueras de Arbeca.»
Tras el martirio
Aquella tarde partió de Lérida una crónica para el periódico barcelonés «La Rambla», en que se presentaba a los asesinados como atacantes fascistas apostados al borde de la carretera, a los que los milicianos que circulaban por ella se vieron obligados a repeler, causándoles algunos muertos, entre otros, el médico de Arbeca, al que se mencionaba expresamente como agresor.
Los familiares de los asesinados, con valentía y riesgo, recogieron restos calcinados esparcidos por el lugar. El 15 de agosto, Teresa Sans, niñera de las hijas de Mullerat, halló entre ellos el termómetro de Don Mariano, la jeringa para las inyecciones, la llave de su casa, y el Santo Cristo que siempre llevaba en el bolsillo con la madera quemada, que la familia guarda como reliquias.
La fama de martirio del nuevo beato comenzó a raíz de su muerte, y ya el 4 de enero de 1942, la Hoja Diocesana de Barcelona publicaba amplia reseña de su vida e inmolación, redactada por su pariente.
«De Roma viene lo que a Roma va» (Mn. Salvador Nonell, fundador de Hispania Martyr)
En 1987, tras la reanudación de los procesos y la beatificación de las primeras mártires de la persecución religiosa en España, la familia Mullerat y amigos de Don Mariano decidieron promover su causa de beatificación y comenzaron a recoger testimonios escritos para una biografía, que en su caso se presentarían en un proceso diocesano.
Próximo el centenario de su nacimiento, en 1997, se formó con ellos la publicación: «Homenatge a Marià Mullerat Soldevila».
En 1998 se constituyó la «Asociación de Amigos de Marià Mullerat» y se nombró postulador. La Asociación ha venido publicando un ferviente portavoz informativo trimestral con textos del mártir y retazos de su biografía. Tras distintas reticencias, el l9 de julio de 2003 tuvo lugar la sesión de apertura de la causa, que Mons. Luis Martínez Sistach concluyó el 26 de abril de 2004 en el arzobispado de Tarragona, acto al que asistieron las hijas del siervo de Dios, el postulador, el presidente de los «Amigos de Mariano Mullerat», y así como, entre otros, Mn. Blas Quintana, canónigo de la Catedral y expresidente de Hispania Martyr, y el secretario de ésta, D. Pedro Sureda. Pendiente la crónica de la ceremonia de beatificación, concluimos este esbozo biográfico haciendo nuestra la oración de intercesión que la carmelita vedruna Luisa Capdevila refiere que en su dolorosa enfermedad dirigía al nuevo beato mártir Mariano Mullerat: «Sé que la Virgen María no te niega nada, porque defendiste su virginidad cuando el profesor de la Universidad la negaba. Ayúdame en mi dolor». Y añade: «Le pido la curación con tanta fe que, tras repetirla dos o tres veces, ya no siento el dolor.»