Desde las páginas del The New York Times, el periodista Ross Douthat aborda esta cuestión clave, escándalo para un mundo que no entiende la lógica sobrenatural:
«La retórica anticatólica, ya sea de origen protestante o laico, siempre ha insistido en que la Iglesia de Roma es enemiga de lo que podríamos llamar una sexualidad saludable. Este tópico retórico ha persistido a pesar de las redefiniciones radicales de lo que significaría una sexualidad saludable: una visión de la sexualidad destrona a otra, pero el catolicismo permanece condenado eternamente.
Así, durante el siglo xix, cuando la sexualidad saludable significaba una familia patriarcal grande en la que la esposa era el ángel del hogar, los polemistas anticatólicos estaban obsesionados con las monjas católicas, mujeres que misteriosamente rechazaban el matrimonio y la maternidad y que, por lo tanto, se sospechaba que debían estar presas en conventos góticos, víctimas de sacerdotes depredadores.
(…) Más tarde, cuando lo sexualmente saludable era la familia blanca americana con dos hijos, el problema con el catolicismo era que estaba demasiado obsesionado con la procreación, demasiado volcado en sobrepoblar al mundo con niños. Y ahora, en nuestros días de individualismo sexual, el catolicismo es acusado de crueldad represiva, de negar a las personas y especialmente a sus sacerdotes, a quienes cargaría con el yugo del celibato, la realización sexual que todo ser humano necesita.
Pero al mismo tiempo, el modo como la «sexualidad saludable» supuestamente alcanzable fuera de la Iglesia cambia con cada generación, ofrece un buen motivo para ser escépticos sobre la promesa de que todos los males del catolicismo desaparecerían si Roma dejara de exigir cosas “no naturales” como el celibato y la castidad. La ética sexual que nos ofrecen hoy en día debería hacer que los católicos sean particularmente escépticos. Esa ética considera que el celibato no es realista al tiempo que nos ofrece pornografía y robots sexuales para aliviarnos las frustraciones creadas por su incapacidad para emparejar a hombres y mujeres. Dice compadecerse de los sacerdotes católicos, reprimidos y deprimidos, mientras que van creando un vasto experimento social en el que cada vez más gente envejece en soledad. Desprecia a las familias numerosas pero es incapaz de reproducirse. Trata cualquier reconocimiento de las diferencias entre hombres y mujeres como reaccionario mientras que construye una arquitectura de identidades sexuales cuyas complejidades atormentarían a un erudito medieval.
En nombre de esta discutible alternativa al catolicismo se le pide constantemente que “reforme” aquellas prácticas que existen porque conectan directamente con el Nuevo Testamento, en el caso del celibato, con el propio ejemplo de Jesús. No parece un trato muy ventajoso, con independencia de cuánta hipocresía haya en Roma.
Que el celibato clerical no garantiza una vida ascética es algo obvio, como tampoco asistir a misa garantiza una vida de oración (y lo sé por experiencia propia). Pero preserva la vocación incluso en tiempos de crisis. Y perder esa vocación, en esta época de escándalos y purificación sin fin, podría fácilmente dejarnos solos con la corrupción en estado puro
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