En el pasado mes de enero presentamos el tema al que dedicamos el número con una pregunta. «¿Está el mundo el mundo actual en crisis?». La respuesta que intentamos dar a través de los distintos artículos era evidentemente afirmativa. No creemos que alguien se plantee seriamente esta cuestión y pueda responder de otro modo. Pero el tema más importante no es tanto la respuesta como el plantearnos las causas de esta crisis y señalar el camino para superarla. En el actual número desde una perspectiva distinta volvemos sobre el tema con el propósito de reflexionar sobre esta última cuestión.
La modernidad desde el siglo XVlll alardea de haber alcanzado una época de madurez humana, de autosuficiencia, de racionalidad e incluso de moralidad, habiendo superado aquellos albores de una humanidad infantil en los que tenía necesidad de creencias y supersticiones religiosas que dieran respuesta y seguridad ante la ignorancia y precariedad en la que estaba envuelta la vida de los hombres. Sin embargo desde finales del siglo XX, en la nueva época de la postmodernidad aflora la conciencia de pesimismo, frustración en una vida humana carente de sentido. Todo ello fruto justamente de la frustración y desengaño por el incumplimiento de las promesas asociadas a aquella pretendida madurez.
Con esta situación de profunda crisis, puede parecer ingenuo y desproporcionado referirnos a la vida y doctrina de una religiosa de clausura que murió en plena juventud, a los 24 años, y que había ingresado a los 15 en un convento de carmelitas, como un medio seguro y sencillo para permanecer fieles a la fe de la Iglesia y vivir de acuerdo con ella. Juan Pablo II al declarar a santa Teresa del Niño Jesús doctora y por tanto reconocer que su doctrina ha enseñado a toda la Iglesia el camino que lleva la santidad, señaló «que con la sencillez de su caminito desarma a una cultura penetrada de racionalismo y materialismo práctico. En una época como la nuestra, marcada con gran frecuencia por la cultura de lo efímero y del hedonismo, la nueva doctora se presenta dotada de singular eficacia para iluminar el corazón de quienes tienen ansia de verdad y de amor».
Ella, que sufrió su noche oscura y tuvo la experiencia espiritual de sentarse en la mesa de los incrédulos de nuestro tiempo, nos recuerda la palabras de Jesús en el evangelio «sino os hicierais como niños no entraréis en el Reino de los Cielos». El camino de la infancia espiritual es el camino de la confianza, es el camino de sentirse queridos por Dios con un amor misericordioso de un modo único y definitivo. El hombre de hoy si escuchara las palabra de la santa de Lisieux podría salir de su oscura soledad y pesimismo, lo cual le permitirá poder enfrentarse a la crisis actual.
Como saben nuestros lectores la devoción a santa Teresita es algo intrínseco a la revista. El padre Orlandis, fundador de Schola Cordis Iesu, en su escrito carismático y fundacional «Pensamientos y Ocurrencias» afirmaba: son incontables las almas, antes decaídas y acobardadas, que atraídas y alentadas por el atractivo celestial de la Santa y lo consolador de su doctrina, han cobrado alientos increíbles para subir por el ascensor de la humilde y suave confianza hasta la más elevada cumbre del amor de sacrificio; desde el humilde y sencillo sentimiento de su nada y de su impotencia, por el camino de la infancia espiritual, sembrado de rosas con espinas, hasta la entrega eficaz, perfecta y absoluta de sí al Amor misericordioso de Dios.
Razón del número
De nuevo en nuestras páginas un aniversario: doscientos años del nacimiento de san Juan Bosco. Qué fecundidad tan grande la de este gran santo que movido por su amor por los jóvenes, creó un estilo apostólico en la educación...