Abríguese, abríguese el alma, y el cuerpo si le conviene, cuando tenga esta novela entre las manos!
Sí, el frío de la estepa siberiana y de la dictadura del proletariado calarán en su ánimo poco a poco, como en los presos del campo de trabajo.
«Agarraos bien, marineros, ¡treinta grados bajo cero!»
¡Abríguese bien, hombre!¡ ¡Súbase el cuello del abrigo y agarre bien su café o su merienda! porque quizá alguno de los presos, quizá el mismo Ivan Denisovich Sujov, salte de las páginas del libro para birlarle a usted una ración. Le bastaría con unas galletas, o quizá se conformase solo con rebañar su taza…
Bienvenido, tiene usted en sus manos la descripción del paraíso socialista: todos iguales ante la muerte. Todos en continuo jaque mate, cualquier movimiento en falso y ya puede usted tumbar al rey en su tablero. La buena noticia es no morir.
La obra puede tener dos lecturas, una como novela juvenil en que se describe el día a día de un campo de trabajo, de manera realista, sin héroes de fugas espectaculares, sin líderes que sublevan los campos con planes perfectos, sin las visiones dialécticas a que nos tiene acostumbrados el cine o los bestseller modernos. Es un relato donde el hambre, el frío, los malos tratos, el desprecio por la persona, la arbitrariedad de los guardianes, la desesperanza, la lucha entre los presos, el miedo… es real, terriblemente real, pero contado sin ira, sin sangre, y sin siquiera odio hacia los guardianes «también presos en este campo».
Ya sólo esta lectura merece la pena. Sí; existió el archipiélago Gulag. Sí; el paraíso socialista de Stalin acabó con más de veinte millones de personas.
Quizá como novela le falte intriga, le falte tensión dramática y todo sea anodinamente cotidiano… pero esa cotidianeidad es lo terrible. Sobrevivir es el objetivo. «Aquí, muchachos, impera la ley de la taiga. Pero también aquí viven hombres. En el campo sucumben aquellos que lamen platos, especulan con la enfermería o denuncian». Y sobrevivir con dignidad es el reto: «Un preso va a sufrir un duro castigo en la checa; alguien, al salir del barracón, le grita “¡Mantén la cabeza erguida”. Esa clase de terquedad, ese orgullo final, es el último recurso que le queda al humillado, para afirmar, a pesar de todo, su condición de hombre libre, su dignidad.»
Pero la obra también tiene otra lectura más profunda para quien se acerca a la novela sabiendo que es autobiográfica del autor, conociendo los avatares de su publicación y la trayectoria de su autor, premio nobel de literatura. En ella denuncia la represión de un sistema político que iba a traer la felicidad a la tierra, pero que se construyó sobre millares de cadáveres de todos aquellos que no estaban de acuerdo con sus postulados.
En pocas palabras y con situaciones cotidianas del campo de trabajo va denunciando las mentiras sobre las que se basa este sistema, nos cuenta cómo el objetivo es el aniquilamiento de la persona, incluso de su capacidad de pensamiento. «Sujov se había quitado la costumbre de devanarse los sesos sobre lo que pudiese ocurrir mañana, o dentro de un año (…) todo el trabajo de pensar se lo ahorran a uno los superiores, y así es sin duda más fácil» «Había comenzado el año 1951 y Sujov tenía derecho a escribir dos cartas (..) Pero ¿qué podía uno escribir?»
A través de las anécdotas del campo de trabajo, nos cuenta cómo el sistema suprime la seguridad de la ley. Hay un preso que se rebela y grita: «¡No tenéis ningún derecho a desnudar a la gente con este frío! ¡Infringís el artículo 9 del Código Penal!» Y entonces Sujov piensa para sí: «Conocen el artículo, pero tienen derecho. Vives en la luna mi querido amigo.»
Cuenta el autor cómo la misión de este sistema es apagar la esperanza, la ilusión del corazón de los hombres: «Sujov miró al techo en silencio. Ni él mismo sabía si deseaba realmente la libertad o no. Al principio la anhelaba mucho, y cada noche contaba los días que habían pasado y los que faltaban para el fin de su condena. Mas pronto se cansó de hacerlo; y luego se supo por rumores que no enviaban a los presos a casa, sino al destierro. ¡Sabía el diablo si la vida sería mejor para él en otra parte que allí! Puesto en libertad, no tendría más que un solo deseo: ¡A casa! Y a su casa no le dejarían volver».
Explica que este sistema está basado en la propaganda, en el miedo, en el poder del estado «Deben ser las doce –explica Sujov–, porque el sol está en su cénit» y le contesta otro preso que fue capitán de barco: «–Cuando está en el cénit no son las doce, sino la una» y replica Sujov «¿Cómo? Pero si ya los antiguos sabían que a mediodía el sol está en lo más alto». Y dice el capitán «Sería en la Antigüedad. Pero ahora se ha publicado una orden, por la cual el sol ha de estar en lo más alto a la una». Sujov no se rinde y contesta «¿quién ha publicado esa orden?» Le contesta el capitán: «El gobierno soviético». Sujov no quiere más pelea, se calla y piensa «¿Será verdad que hasta el sol obedece las órdenes de ellos?»
Es la arbitrariedad del poder público, que condena injustamente a Sujov como preso político «por alta traición». Una traición que consistió en ser apresado por los nazis durante la guerra y huir de ellos regresando al Ejército Rojo, su estancia con los nazis se consideró alta traición, y la opción estaba clara, o aceptaba los años de condena o lo fusilaban. Aceptó.
Casi todas las anécdotas de la novela tienen esta doble lectura: sirven para relatar la aventura de sobrevivir en el campo pero son una crítica al sistema que lo sostiene.
Pero la novela deja también un mensaje de esperanza. El autor sigue creyendo en el poder del individuo, del hombre, para oponerse a un sistema opresor. Cree en su dignidad, y lo cuenta, en el día a día del campo; «Sujov no coma con el gorro puesto», el destino de los lameplatos y soplones o la historia del preso Ju-81 «ese viejo siempre está encerrado en campos de concentración y prisiones, no le alcanza ninguna amnistía, y cuando cumplió los diez primeros años de encierro, le condenaron en seguida a diez más. Ahora Sujov puede verle de cerca. Entre todas las espaldas encorvadas de los presos, la suya llama la atención por lo erguido, y cómo está sentado a la mesa… como en un puesto más elevado. En su cráneo no hay que rapar ya; todos los cabellos se le cayeron con la buena vida del campo. Los ojos del anciano no miran huidizos a los lados, sino que están fijos, sin ver, por sobre la cabeza de Sujov. Come mesuradamente su acuosa sopa con una cuchara estropeada de madera, sin inclinarse sobre su escudilla, sino alzando cada vez la cuchara hasta la boca. Ni arriba ni abajo tiene dientes; en su lugar, las osificadas mandíbulas mastican el pan. Su rostro muestra las huellas de las penalidades, pero no es el rostro demacrado de un vencido, sino que parece labrado en piedra oscura. También por sus manos grandes, negruzcas y agrietadas, se adivina lo que ha pasado en todos los años que le han acorralado en los campos y prisiones como una res. Pero no le han podido, no capitula: no pone sus trescientos gramos de pan sobre la sucia y pringosa mesa, sino sobre un trapo limpio…»
Tenemos silenciosamente impuesto en España una verdadera dictadura del pensamiento único, cuyos máximos exponentes podemos encontrarlos en la ideología de género y en la ley de memoria histórica, por eso volver a releer este libro es muy conveniente, porque nos recuerda que existe la verdad histórica. Nos recuerda que el comunismo es una dictadura, que el paraíso socialista fue tan destructor como el paraíso nacionalsocialista y que la verdadera dictadura consiste en doblegar a los hombres en su dignidad, en hacerles capitular de sus principios. No sucumbir llega a ser verdaderamente heroico aunque sea anodinamente cotidiano.
Editorial:Tusquets 2018