Antes que nada, me gustaría manifestar una sensación que tengo. Mirándoos, veo muchos mártires detrás de vosotros. Mártires anónimos, en el sentido de que ni siquiera sabemos dónde fueron enterrados. También hay alguno entre vosotros: saludé a uno que sabía lo que era la cárcel. Me acuerdo de una palabra para comenzar: «no lo olvidéis, tened memoria. Vosotros sois hijos de mártires, esta es vuestra fuerza. Y que el espíritu del mundo no venga a deciros algo diferente de lo que vivieron vuestros antepasados». Recordad a vuestros mártires y tomad ejemplo de ellos: no tenían miedo. Hablando con los obispos, vuestros obispos, decían hoy: «¿Cómo podemos hacer para presentar la causa de beatificación de tantos, de los que no tenemos documentos, pero sabemos que son mártires?». Es un consuelo; es hermoso escuchar esto: la preocupación por aquellos que nos han dado testimonio. Ellos son santos.
El obispo [Linas Vodopjanovas, O.F.M., responsable para la vida consagrada] habló sin matices –los franciscanos hablan así–: «Hoy, en muchos sentidos, nuestra fe se pone a prueba», dijo. Él no pensó en la persecución de los dictadores, no. «Después de responder a la llamada de la vocación, con frecuencia no sentimos más alegría en la oración o en la vida comunitaria».
El espíritu de la secularización, del aburrimiento por todo lo que tiene relación con la comunidad es la tentación de la segunda generación. Nuestros padres lucharon, sufrieron, estuvieron en la cárcel y, quizás, nosotros no tenemos la fuerza para seguir adelante. Tened esto en cuenta.
La Carta a los Hebreos exhorta: «Recordad aquellos días primeros. No olvides a tus antepasados» (cf. 10, 32-39). Esta es la exhortación que os dirijo al inicio.
Viaje apostólico del papa Francisco a Lituania, Letonia y Estonia.
Septiembre de 2018