Amados españoles, con ocasión de la entronización nacional del Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles, renovad en vuestras almas la llama ardiente, la apoteosis de amor de su Corazón eucarístico. No lo olvidéis: el hecho culminante en la historia de la Iglesia en España será el que vais a realizar el 30 de mayo, y éste marco extraordinario de circunstancias, más que excepcionales, únicas en vuestra historia. Pero que lo sea, más que por ese marco de grandiosidad, por la intensidad de fe y por la renovación de amor eucarístico que dicha entronización provoque. ¡Más, mucho más fuego de amor en comuniones mucho más frecuentes! ¡Más, mucho más fuego en intensidad, en viveza de amor en todas vuestras comuniones! A eso vino Jesús a la tierra, a traer esa dichosa y divina llama.
¡Pedidle, amados españoles, suplicadle, que el sol de ese Corazón adorable no se ponga jamás, jamás, en los estados que Jesús confió a la Reina de Covadonga, a la capitana invicta del Pilar! Que ella obtenga que ese sol de divina gloria no tenga nunca ocaso en la tierra que María ama como su segunda patria.
¿Cuál es el sentido íntimo y la trascendencia de semejante gesto? Una afirmación doctrinal que entraña la más solemne de las reparaciones al más grave y público de los atentados contra Dios ¡La apostasía oficial de las naciones! Afirmación doctrinal magnífica, esplendente, porque será confesión de fe nacional; España gritará a la faz de un mundo deicida esta palabra: Tu solus Dominus… Tú reinarás e imperas por la omnipotencia avasalladora de tu adorable Corazón. Aquí y allá resonará un sólo y mismo clamor, el de la nación española: ¡Queremos que Jesucristo reine entre nosotros; Él es Rey de reyes. Él es nuestro Rey de Amor!
Hablemos, amadísimos hermanos, de su realeza social. Oigo social porque el Señor no puede seguir siendo el Rey de vergüenza que tantos tímidos pretenden, Rey oculto en el fondo del Sagrario, Rey sin vasallos ni dominios, Monarca olvidado en el polvo de la sacristía. ¡No, mil veces no! Que si es Rey en su Eucaristía, desde la Hostia debe Él irradiar como un sol, dominando desde ahí la sociedad y el
mundo. Nosotros predicamos a Jesucristo y a éste crucificado y sacramentado.
Lejos de Jesucristo, rechazados sacrílegamente su ley y su espíritu, no habrá jamás sino opresión, mentira y muerte para los pueblos. Retirada la piedra angular del Evangelio, llamaréis inútilmente en socorro de la sociedad a políticos y estadistas; éstos llegarán a tiempo para comprobar que la ruina
es irremediable, o tal vez para gemir sobre el hacinamiento informe de escombros morales… Dicho está hace veinte siglos por unos labios infalibles: «¡Toda casa que no edificare mi Padre… caerá! Si el Señor no construye el edificio, si Él mismo no lo guarda, en vano trabajan los que lo levantan».
Extractos de las conferencias del padre Mateo Crawley en el solemne triduo preparatorio a la entronización oficial efectuada en el Cerro de los Ángeles el 30 de mayo de 1919.