Queridos amigos, queridos cónyuges, si vosotros, como cristianos, rechazáis la anticoncepción, no es antes que nada «porque la Iglesia lo prohíbe». Es más bien porque tú sabes a través de la enseñanza de la Iglesia que la anticoncepción es intrínsecamente malvada, es decir, que destruye la verdad del amor y la relación humana. Reduce a la mujer a ser un objeto de placer y disfrute siempre disponible en todo momento y en todas las circunstancias para el impulso sexual del hombre.
Eso me parece muy importante. El principio de la moral cristiana no es el respeto por un deber impuesto externamente y pasivamente sufrido, sino el amor al bien, a la verdad del ser.
A través de la encíclica Humanae vitae, la Iglesia sólo transmite lo que ella recibió del mismo Dios. Ella no, nunca tendrá el poder de cambiar nada. La norma moral de la Humanae vitae pertenece no sólo a la ley moral natural, sino también al orden moral que Dios ha revelado: desde este punto de vista también, no podría ser diferente sino única y exclusivamente según lo transmitido por la Tradición y el Magisterio».
Por lo tanto, podemos decir que Dios mismo se ocupó de revelarnos los caminos de la felicidad y el bien para la pareja humana.
(…) Aceptar la Humanae vitae, no es sólo una cuestión de sumisión y de obediencia al Papa, sino principalmente escuchar y acoger la Palabra de Dios, la amable revelación de lo que somos y de lo que tenemos que hacer para corresponder a su amor. La apuesta es, de hecho, la de nuestra vida teológica, de nuestra vida de relación con Dios. Cardenales, obispos y teólogos que rechazaron la Humanae vitae e incitaron a los fieles a rebelarse contra la Encíclica, se opusieron, por tanto, deliberada y públicamente en contra de Dios mismo. Lo más grave es que invitaron a los fieles a oponerse a Dios.
Cardenal Robert Sarah, Humanae vitae, camino de santidad,
Abadía de Santa Ana de Kergonan, 4 de agosto de 2018, «En el 50 aniversario de la Humanae vitae»