Consagración personal
Consiste en que la persona individual se consagra al Corazón de Jesús. Esta consagración es como el fundamento de las otras, porque las demás, aunque no son mera suma de las consagraciones personales de los individuos que forman la familia y la entidad social, presuponen, sin embargo, la consagración de los individuos, o la implican.
Hay que prepararse a conciencia. Y puede escogerse una fecha oportuna, sea por la vida personal del que lo hace (unos Ejercicios, un momento importante de la propia vida…), sea por la importancia litúrgica de la fecha escogida (fiesta del Sagrado Corazón, Corpus Christi, Jueves Santo, Pascua, Pentecostés etc.)
No existe una fórmula obligatoria para hacer la consagración. Hay varias hechas por ilustres devotos del Corazón de Jesús, y otras que se recogen en los devocionarios del Corazón de Jesús. Es bueno, si es posible, que cada uno se inspire en alguna de ellas, pero que la apropie dándole su propia forma personal con sus compromisos personales, según la exigencia actual de la gracia, que pueden luego cambiarse en ulteriores renovaciones.
Es conveniente renovar frecuentemente la consagración, por ejemplo los primeros viernes de mes, y en las fiestas del Corazón de Jesús y de Cristo Rey.
Consagración de familias
La consagración personal es un paso del reinado del amor de Jesucristo en el mundo. Pero Jesucristo no sólo quiere y tiene derecho a reinar por amor en el corazón de cada hombre, sino también en todo lo humano, como es la sociedad entera. El reinado de Jesucristo es social. El primer paso de ese reinado social de Jesucristo por su Corazón, es precisamente la consagración de las familias, que es el acto por el que, reconociendo su reinado de amor por su Corazón, la familia como tal lo acepta en su seno como Dueño y Rey supremo, con el deseo y voluntad de que la familia que Él creó y redimió sea verdaderamente suya. De hecho, históricamente, el movimiento de consagración de familias se consideró como paso primero del reconocimiento del reinado social de Jesucristo.
La idea se debe al padre Ramière, el cual, en su empeño por conseguir la consagración del mundo al Corazón de Jesús, consideró la consagración de las familias cristianas todas, como un paso para ese fin. La idea vino de un estudiante jesuita de teología en la isla de Jersey. Éste, después de haber experimentado en su propia familia los frutos de la consagración, trató de extenderla en 1882 por entre los labradores y pescadores de la isla, y escribió al padre Ramière, pidiéndole que extendiera en la revista que dirigía la idea y práctica de esta consagración. La carta apareció en El Mensajero del padre Ramière, y de ahí nacieron frutos abundantes en Francia. En 1889 la consagración de las familias aparece como una acción universal promovida por el Apostolado de la Oración que, como reacción a las acciones sacrílegas de los enemigos del catolicismo, impulsó a sus socios de todo el mundo a promover la consagración de las familias como acción por la que la familia, elemento fundamental de la sociedad humana, se sometiera a la ley y dominio de Jesucristo. Aquel mismo año se inscribieron en el libro de oro de la consagración de familias un millón de ellas, sólo de Francia. Del mundo entero se anunciaron ese año dos millones ciento dieciocho mil consagraciones familiares. Desde entonces se ha promovido la consagración de familias en todo el mundo.
Una mirada actual a la situación de la familia y a los esfuerzos de los enemigos de la Iglesia por destruir esa Iglesia doméstica y fundamento de la sociedad nos hacen ver inmediatamente la actualidad de esta acción. El papa Juan Pablo II ha escrito su hermosa exhortación apostólica Familiaris consortio, presentando la grandeza y peligros actuales de la familia cristiana. Y el mismo Pontífice propone, entre los medios para santificar las familias, la consagración de éstas al Corazón de Jesús (cf. n. 21).
La consagración familiar bien concebida es quizás uno de los mejores medios de acción pastoral, dado el relieve que Pablo VI y Juan Pablo II están dando al papel esencial de la familia en el robustecimiento de la fe de las generaciones nuevas. Una consagración familiar supone una catequesis atenta, que pudiera tener hoy como línea de desarrollo, la doctrina expuesta por el Papa en la Familiaris consortio, con una renovación del sentido cristiano de la familia y la asunción responsable de todas sus exigencias.
La entronización del Corazón de Jesús es un recuerdo constante de los compromisos adquiridos y un signo visible de la presencia amorosa de Jesucristo en medio de la familia, «metiendo por los ojos» las características del amor que debe regir la vida de la familia entera. En el Corazón de Jesús encontrarán de hecho los padres, el modelo y la fuente del amor perseverante, sacrificado y misericordioso que deben mantener en toda su vida, entre sí y en relación con sus hijos. Y esa imagen, signo de la consagración hecha, testimonio de una fe que no se avergüenza de manifestarse, es estímulo para las virtudes familiares que constituyen la irradiación del amor de Jesucristo.
La consagración ha de hacerse con la debida solemnidad, preferentemente en la misma casa, con asistencia del sacerdote que la acepte en nombre de Cristo y de la Iglesia. El rito no tiene fórmulas obligatorias, y no es difícil encontrar algunas ya publicadas.
La imagen escogida para la entronización debe reflejar la bondad y misericordia del Corazón de Cristo para acoger la mirada contemplativa de los miembros de la familia, que en torno a ella gustosamente se congreguen para los actos religiosos familiares, y en los momentos de gozo y de dolor, puedan descansar serenamente en su contemplación.
Consagración de entidades sociales (pueblos, provincias, instituciones, naciones)
Todas las comunidades humanas pueden consagrarse al Corazón de Jesús, si son dignas de ello. Tal consagración no se entiende como suma de las consagraciones personales de los miembros de la comunidad, sino que se entiende como consagración de la entidad como tal, realizando al consagrarse un acto social, celebrado con todos los requisitos de tal acto social de la entidad correspondiente.
No se requiere consentimiento de todos los miembros de la entidad, a no ser que esto sea normativo en una determinada sociedad para los actos de mayor importancia, ni cada miembro tiene que ratificar luego la consagración hecha.
Con todo, dado que el fruto de la consagración depende mucho de que cada uno lo tome en serio, es muy aconsejable y ha de procurarse, que en la consagración de la entidad participen todos y la completen con su consagración personal.
La consagración de entidades puede entenderse de dos maneras. Una, en cuanto quien tiene responsabilidad suprema sobre esa entidad, en fuerza de ella, personalmente «la consagra» (es decir: «la confía», «la pone bajo la protección del Corazón de Jesús»). En este sentido puede hacerla quien tenga ese oficio, sin que se celebre un acto social de la entidad como tal (el alcalde respecto de su pueblo, el párroco respecto de su parroquia, el Papa respecto de la humanidad, etc). Y otra, en cuanto la consagración es acto de la entidad maduramente preparado y realizado con todas las condiciones de los actos válidos de la entidad.
Los pontífices han promovido la consagración de los pueblos y naciones al Corazón de Jesús, (cf. Pío XII, Haurietis aquas) hasta llegar a la consagración del mundo entero, que acepte amorosamente el reinado de amor de Jesucristo. Este ideal debemos mantenerlo siempre, aun cuando su realización plena no llegue hasta el fin de los tiempos. Es claro, por otra parte, que la promoción de esta consagración de las naciones y pueblos al Corazón de Jesús ha de hacerse no por medios impositivos o violentos –lo cual iría contra el sentido mismo del reinado de amor de Jesucristo– sino por los caminos evangélicos de la transformación de los corazones, que sometiéndose al suave yugo de su amor, promueven la sumisión de todo lo humano al Reino de Jesucristo.