La terrible guerra que desde hace años se desarrolla en Siria, aunque aún está lejos de su final, al menos parecía encaminarse hacia una fase menos devastadora, caracterizada por la derrota del Estado Islámico y la toma del control sobre amplias zonas por parte de las fuerzas leales a Bashar al Assad. La toma de Duma, un estratégico enclave cercano a Damasco desde donde se bombardeaba con regularidad la capital, iba a ser un paso más en esa tendencia… cuando de pronto el presidente estadounidense, Donald Trump, denunció un supuesto ataque químico por parte de Bashar al Assad contra población civil en Duma. El gobierno sirio y Rusia lo negaron, pero Estados Unidos, Francia y el Reino Unido lanzaron un ataque para castigar a quien, según ellos, había traspasado la línea roja del uso de armas químicas. ¿Estamos ante los primeros pasos de una nueva fase del conflicto en Siria?
Una mirada atenta a lo ocurrido no parece avalar esa interpretación.
La acusación lanzada contra Bashar al Assad es débil (de hecho, el propio secretario de Defensa norteamericano, James Mattis, reconocía que no existían pruebas irrefutables, sino solo sospechas y las denuncias de las milicias rebeldes Jaish al-Islam, milicias yihadistas financiada por Arabia Saudí) y la acción de represalia precipitada, al no esperar siquiera a las conclusiones de la comisión de Naciones Unidas desplazada hasta el lugar de los hechos para investigar lo sucedido. El interés de Assad en gasear una plaza que estaba a punto de caer en sus manos (y sobre la que finalmente ha retomado el control) es también difícil de explicar: quienes le acusan sostienen que en su avidez de sangre y confiado en su victoria, ni siquiera calcula las consecuencias de sus actos, algo que no encaja con el comportamiento de Bashar al Assad hasta el momento.
Pero es que la propia represalia tiene bastante de escenificación: Rusia fue avisada con antelación de los objetivos que iban a ser atacados, información que fue trasladada a Siria con el resultado de que no hubo que lamentar ninguna víctima en los ataques con misiles que provocaron daños en tres instalaciones, dos junto a Homs y una tercera a las puertas de Damasco, donde supuestamente se fabricaban o almacenaba arsenal químico. Una afirmación sobre la que planea también la sombra de la duda: ¿es creíble que un silo de almacenaje de armas químicas sea destruido con misiles?, de ser así, ¿no habría provocado una peligrosa liberación de agentes químicos que habría provocado miles de muertes entre la población civil? Lo cierto es que, a pesar de la destrucción de los objetivos, no se ha producido ninguna tragedia de ese tipo, por lo que no es disparatado suponer que realmente no había agentes químicos en los lugares destruidos.
Entonces, ¿qué han sido estos ataques que por momentos parecía que iban a reactivar el fuego de un conflicto que parece encaminarse, sino hacia su final, al menos sí hacia una fase de menor intensidad? Estados Unidos sabe que, dado el apoyo al gobierno sirio por parte de Rusia e Irán y sin desplegar tropas sobre el terreno (algo a lo que Trump es muy reacio), no es posible derrotar al régimen de Bashar al Assad. En este contexto, no obstante, hay que lanzar el mensaje de que tampoco se puede despreciar a Estados Unidos, que en cualquier momento puede golpear con una elevada fuerza y precisión, por ejemplo si a alguien se le ocurriera, como tantas veces han declarado en sus bravuconadas Irán o las milicias libanesas de Hizbolá, amenazar a Israel. Con el lanzamiento de misiles sobre objetivos sirios Estados Unidos ha lanzado un serio aviso: no podemos cambiar el curso de la guerra en Siria, pero seguimos presentes en la región y no vamos a permitir según que acciones. Probablemente el mensaje habrá llegado a sus destinatarios.
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