Detrás de estos crímenes estridentes que matan el cuerpo de los niños hay una trastienda de crímenes sigilosos que matan sus almas. (…) Porque nuestra época odia a los niños; los odia de un modo taimado y discreto que puede llegar incluso a disfrazarse de amor. Las reacciones indignadas ante los crímenes nacidos del odio atávico y bestial pueden, sin duda, considerarse esperanzadoras; pues nos demuestran que aún sobreviven reductos de sana humanidad. Pero también podríamos considerar que en tales reacciones hay algo de aspaviento hipócrita (…) Nos horrorizamos ante los crímenes estridentes contra la infancia que nos dejan un corpus delicti, pero ni nos inmutamos ante los crímenes sigilosos que nos dejan una multitud innumerable de animae delicti. Tal vez porque sabemos que los primeros crímenes sólo pueden perpetrarlos monstruos remotos; mientras que los segundos los puede perpetrar nuestro prójimo más cercano y más íntimo. O sea, nosotros mismos.
Y en todos los crímenes contra la infancia pulula, como una de esas polillas necrófagas que revolotea en torno a los cadáveres, el fantasma de la libertad. Lo hace, desde luego, en los crímenes que se perpetran contra los niños que aún no han sido alumbrados, esos «amasijos de células» que «descartamos», haciendo uso de nuestra fatua libertad decisoria. Y enseguida nuestra desmedida libertad empieza a causar estragos también entre los niños que magnánimamente decidimos alumbrar; enseguida nuestra libertad omnímoda empieza a maquinar formas de aniquilar espiritualmente a los supervivientes. Y así, los condenamos a la escisión vital, convirtiéndolos en peregrinos en su propio hogar; los despojamos de una vida familiar plena, a sabiendas de que ese despojo les dejará heridas irrestañables. (…) Y, por si fuera poco, permitimos que las escuelas se conviertan en corruptorios oficiales (…)
Pero alguien dijo que, mucho más temibles que quienes matan el cuerpo, son quienes matan el cuerpo y el alma. Sobre todo cuando lo hacen –cuando lo hacemos– creyendo rendir un gran servicio a la causa de la libertad y del progreso.
Juan Manuel de Prada , «El alma del delito»,
XL semanal, 26 de marzo de 2018