Cuando llegó Don Marcelo a Toledo habia 22 seminaristas mayores. Fueron años, vocacionalmente hablando, difíciles, que se reflejaron en la escasez de ordenaciones. Los esfuerzos del nuevo arzobispo por restaurar la disciplina, la normativa, el espíritu de estudios serio, la espiritualidad y el sentido de responsabilidad en el Seminario fueron difíciles, pero decisivos.
Conocí personalmente a Don Marcelo cuando ingresé en el seminario menor de Santo Tomás de Villanueva para realizar los estudios de bachillerato en el año 1979; el año siguiente recibía de sus manos el sacramento de la Confirmación. Cuando comencé los estudios filosóficos el año 1983, ya en el Seminario Mayor de San Ildefonso, había 101 seminaristas. Casi no cabíamos en el antiguo edificio y la cosa se puso más seria cuando el año 1986 éramos 131. Recuerdo que, cuando llegamos en septiembre para comenzar el curso, nos encontramos con las habitaciones más grandes divididas en dos, para podernos albergar a todos. Eran los entrañables nichos del «pasillo del olvido». El año de mi ordenación sacerdotal, 1989, éramos 191, sólo en el edificio de San Ildefonso. Don Marcelo se refería al Seminario como el «Corazón de la diócesis». Ésta había sido su convicción desde siempre, de ahí que lo hubiese constituido el centro de sus preocupaciones y desvelos desde el principio de su pontificado en Toledo.
(…) Gracias a Dios, la archidiócesis de Toledo tuvo un gran crecimiento vocacional en aquellos años de mi formación y ha formado y sigue formando en todos estos años numerosos sacerdotes, fruto de que la formación que se imparte en el Seminario está centrada en la vida sobrenatural; en él se cultiva todo lo que favorece el desarrollo de las virtudes específicas y singulares del futuro sacerdote: la oración personal y litúrgica, el silencio, la profunda piedad eucarística, el culto y la devoción a la Madre de los sacerdotes, la obediencia amorosa a los pastores, la fraternidad sincera, la castidad y la pureza de costumbres, el empeño de elevar el nivel de la formación académica, el contacto con las parroquias y los movimientos eclesiales…
Es de justicia reconocer la inestimable contribución de Don Marcelo al renacimiento del seminario de Toledo. Doy gracias a Dios por permitir que mi formación sacerdotal y los primeros seis años de sacerdocio estuvieran bajo la benefactora sombra de este gran cardenal.¡Gracias, Don Marcelo, y bendícenos!
Rafael Escudero López-Brea, Obispo Prelado de Moyobamba, 18 de junio de 2017