Tras meses de conversaciones infructuosas entre la Santa Sede y China para regularizar la situación de los católicos en el gigante asiático, las últimas noticias que nos llegan desde aquel país no auguran precisamente un futuro inmediato fácil para los cada vez más numerosos cristianos chinos.
Por un lado, la situación política en Hong Kong no deja de tensarse. Antigua colonia británica, Hong Kong regresó a soberanía china en 1997. En aquel entonces, el líder chino Deng Xiaoping había acuñado una fórmula para resumir el encaje de la ex colonia en la comunista China: «un país, dos sistemas», que el presidente chino Jiang Zemin prometió aplicar. Se trataba de mostrar la flexibilidad de una China que estaba dispuesta a respetar las peculiaridades políticas y económicas del próspero Hong Kong. Pero lo cierto es que, desde aquel entonces, el régimen comunista chino ha ido restringiendo cada vez más las parcelas de libertad de las que gozan los habitantes de Hong Kong, asimilando crecientemente la antigua colonia al sistema comunista vigente en el resto del país.
Contra esta tendencia se manifestaron en 2014 numerosos jóvenes: sus líderes fueron detenidos y condenados a penas menores, principalmente de trabajos sociales y, en un caso, a pena de prisión de tres semanas. Unas condenas que no fueron del agrado del gobierno chino, que acusó a los jueces de Hong Kong de no ser suficientemente «patrióticos», un término que en el argot oficial significa no seguir al pie de la letra las directrices emanadas del Partido Comunista Chino. Los jueces parecen haber entendido la advertencia y ahora las nuevas sentencias condenan a los líderes de las protestas a penas de prisión de entre seis y ocho meses, además de su inhabilitación para cualquier cargo público durante un periodo de cinco años. El Partido Comunista no está dispuesto a tolerar la más mínima esfera de poder que no esté bajo su control.
En otro orden de cuestiones, la presión en China sobre los católicos no cesa de incrementarse. Tras la batalla por el mantenimiento de cruces en el exterior de las iglesias en la provincia de Zheijang, ahora al menos cuatro gobiernos regionales han emitido órdenes que prohíben que los niños pisen una iglesia, además de impedir cualquier tipo de asistencia de los menores a actividades religiosas. La prohibición se aplica incluso a los niños que acudían a la iglesia acompañando a sus padres. Estas medidas se inscriben en la campaña contra la religión que lanzó el año pasado el primer ministro chino, Xi Jinping, insistiendo en la necesidad de «sinizar» la religión, esto es, someterla a los dictados del régimen.
Las instrucciones aprobadas en el distrito de Wenzhou insisten en prohibir la asistencia de los niños a las iglesias bajo el argumento de que «los menores que reciben educación y formación religiosa demasiado temprano afectarían seriamente la normal implementación del sistema educativo chino». Para ello han llegado a desplegar inspectores a las puertas de las iglesias que impedían el acceso a las mismas a los menores, aunque fueran acompañados por sus padres.
El régimen comunista chino sigue así optando por mantener un férreo control sobre la sociedad, lo que augura que la persecución incluso aumentará en los años por venir. Pero si la tiranía maoísta no pudo arrancar por completo la fe de aquellas gentes, las pruebas por las que pasan en la actualidad serán, a buen seguro, oportunidad para fortalecerla y extenderla.
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El 15 de febrero de 2015 el Estado Islámico publicaba un vídeo en el que se mostraba cómo eran decapitados veintiún cristianos coptos. Seis años después el papa Francisco recordaba aquel acontecimiento con las siguientes palabras: Llevo en mi corazón...