La política internacional de Estados Unidos ha tomado un nuevo cariz, marcado por acciones espectaculares y que pretenden ser ejemplarizantes: el lanzamiento de la bomba no nuclear de mayor potencia existente en Afganistán y, sobre todo, el lanzamiento de 59 misiles Tomahawk desde dos barcos en el Mediterráneo sobre la base siria de Shayrat.
La justificación de este último ataque es la supuesta utilización de gas sarín por parte del ejército sirio. Un ataque para el que Trump no requirió la aprobación del Congreso, lo que indica que su administración está decidida a seguir con la interpretación laxa que tanto Obama como Bush hicieron de la potestad del presidente de los Estados Unidos para lanzar un ataque unilateralmente siempre y cuando esté en peligro la seguridad del país. Resulta complejo argumentar que el uso de un arma química en Siria sea una amenaza para Estados Unidos, pero ha sido a esa cláusula a la que se ha acogido. Por otra parte, las dudas sobre la eficacia de una acción de este tipo son grandes, especialmente si, como ocurrió, se realiza una advertencia previa a Rusia para que pueda retirar sus aviones de la base atacada, aviso que no es difícil que haya transmitido a su aliado sirio. Y es que una cosa es una represalia limitada para avisar de que no estás dispuesto a abandonar tu posición, y otra muy distinta es intentar un cambio de régimen en Siria, algo enormemente más complicado como atestiguan los fracasos de los tres últimos cambios de régimen impulsados por los Estados Unidos en Iraq, Afganistán y Libia.
Parece pues que el principal objetivo del ataque en Siria era de tipo interno. Trump lanza un golpe de fuerza que consigue el aplauso tanto de demócratas como de republicanos y que le legitima como alguien que no va a ceder el liderazgo mundial. La CNN lo saludaba afirmando que, ahora sí, Trump se había ganado el título de presidente. La insistencia en que Trump no es más que un títere en manos de Putin se desvanecía de golpe. Y de paso lanza un aviso a China y Corea del Norte: no es casualidad que el ataque tuviese lugar durante la reunión de Trump con el primer ministro chino, Xi Jinping.
Claro que esta intervención es exactamente lo contrario de lo que Trump prometió en campaña. Hace años que el millonario criticaba los ataques estadounidenses contra Siria, señalando, con buen tino, que golpear a las fuerzas leales a Bashar al Assad es hacerle el trabajo al ISIS. ¿Por qué ha cambiado de estrategia?
Trump, a pesar de ocupar la Casa Blanca, no es reconocido como presidente legítimo por la izquierda estadounidense. Tiene en contra el potente aparato mediático, judicial, financiero e incluso dentro de la administración solo cuenta con unos pocos apoyos. En este contexto, parece que ha decidido sacrificar su política exterior, captando así el apoyo tanto de los republicanos neocon como de los demócratas partidarios de un «humanitarismo armado», mayoritarios en las filas de la oposición.
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