El cardenal Carlo Cafarra, arzobispo emérito de Bolonia y fundador del Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, habló con Marco Ferraresi de La Nuova Bussola Quotidiana sobre diversos temas. Entre otras revelaciones, el purpurado italiano habla de la carta que la Hermana Lucía, vidente de Fátima, le envió en respuesta a una suya en la que pedía oraciones por el Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios del Matrimonio y la Familia que en aquellos momentos se estaba proyectando. A continuación reproducimos algunos fragmentos de la entrevista. Roma (31 de mayo de 2016, Gaudium Press).
-Eminencia, ¿qué es la familia?
-Es la sociedad que tiene origen en el matrimonio, pacto indisoluble entre un hombre y una mujer, que tiene la finalidad de unir a los cónyuges y transmitir la vida humana.
-De una unión civil, según la ley Cirinnà, ¿nace una familia? (Ndr. La ley Cirinnà, promulgada recientemente en Italia, reconoce uniones de hecho sin distinción de sexo)
-No. El presidente de la República Sergio Mattarella, al firmar esta ley, ha apoyado la redefinición de matrimonio. Pero una medida normativa no cambia la realidad de las cosas. Hay que decirlo claramente: los alcaldes (sobre todo, naturalmente, los católicos) deben hacer objeción de conciencia. Al celebrar una unión civil serían, de hecho, corresponsables de un acto ilícito grave en el plano moral.
-¿Por qué hay esta crisis de identidad de la familia en Occidente?
-Me lo pregunto a menudo, pero no tengo una respuesta exhaustiva. Sin embargo, una con causa es un proceso de «desbiologización» según el cual ya no se considera que el cuerpo tiene un lenguaje –y, por consiguiente, un significado– objetivo. Este significado está, por lo tanto, determinado por la libertad de la persona. En la conciencia occidental se ha fracturado el vínculo entre bios y logos.
-En una perspectiva de fe, ¿no hay también causas sobrenaturales?
-En 1981 estaba fundando, por voluntad de Juan Pablo II, el Instituto para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia. La fundación estaba prevista para el 13 de mayo, fecha de la primera aparición de la Virgen de Fátima. El Papa, ese día, fue víctima del atentado del que salió milagrosamente vivo por gracia –según palabras del propio Pontífice– de la Virgen. Unos años después de fundar el Instituto escribí a Sor Lucía, la vidente de Fátima, para pedirle que rezara por la obra y añadiendo que no esperaba una respuesta por su parte. Pero la respuesta llegó.
-¿Qué le respondió?
-Sor Lucía escribió –y quiero subrayar que estamos hablando de principios de los años ochenta– que llegaría el tiempo de una «lucha final» entre el Señor y Satanás. Y que el terreno de esta lucha sería el matrimonio y la familia. Añadía que todos los que estarían involucrados combatiendo en favor del matrimonio y la familia serían perseguidos, pero que no debían tener miedo porque la Virgen ya había aplastado la cabeza de la serpiente infernal.
-Palabras proféticas: ¿es lo que está sucediendo?
-Vivimos una situación inédita. Nunca había sucedido que se redefiniera el matrimonio. Es Satanás, que desafía a Dios, como diciendo: «¿Lo ves? Tú propones tu creación. Pero yo te demuestro que constituyo una creación alternativa. Y verás que los hombres dirán: estamos mejor así». Todo el arco de la creación se sostiene, según la Escritura, en dos pilares: el matrimonio y el trabajo humano. Este segundo pilar no es ahora nuestro tema, aunque está siendo sometido a una «crisis definitoria»; en lo que concierne al matrimonio, en cambio, éste ha sido institucionalmente destruido.
-La Iglesia, ¿puede responder a este desafío?
-Tiene que responder, por razones que llamaría estructurales. La Iglesia se interesa por el matrimonio porque el Señor lo ha elevado a sacramento. Cristo mismo une a los esposos. Cuidado, no es una metáfora: según las palabras de san Pablo, en el matrimonio el vínculo entre los esposos se injerta en el vínculo esponsal entre Cristo y la Iglesia, y viceversa. La indisolubilidad no es ante todo una cuestión moral («los esposos no deben separarse»), sino ontológica: el sacramento obra una transformación en los cónyuges. De modo que, como dice la Escritura, ya no son dos, sino uno. Esto está expresado claramente en la Amoris laetitia (párrafos 71-75). El sacramento, además, infunde en los esposos la caridad conyugal. Y de esto hablan claramente los capítulos IV y V de la Exhortación. Además, el sacramento constituye a los esposos en un estado de vida pública en la Iglesia y en la sociedad. Como cualquier estado de vida en la Iglesia, también el estado conyugal tiene una misión: el don de la vida, que continúa en la educación de los hijos. Aquí el capítulo VII de la Amoris laetitia colma, en mi opinión, una laguna que había en el debate de los obispos durante el Sínodo.
-En la práctica, ¿qué debería hacer la Iglesia?
-Sólo una cosa: comunicar el Evangelio del matrimonio. He dicho «comunicar» porque no se trata sólo de un acontecimiento lingüístico. La comunicación del Evangelio significa sanar al hombre y a la mujer de su incapacidad de amarse, e introducirles en el gran misterio de Cristo y la Iglesia. Esta comunicación tiene lugar a través del Anuncio y de la catequesis. Y a través de los sacramentos. Ha habido personas que después de una catequesis sobre el sacramento del matrimonio se han acercado para decirme: «¿Por qué nadie me ha hablado de estas maravillosas realidades?» Los jóvenes deben ser, principalmente, el centro de nuestra preocupación. La cuestión educativa en esta materia es «la» cuestión decisiva. El Papa habla de ello extensamente en los párrafos 205-211.