Aunque Filipinas siempre ha sido considerado como un país católico, la presencia de un pequeño porcentaje de musulmanes (actualmente el 5%) en las islas, especialmente en Mindanao –situada al sur del archipiélago–, ha sido constante desde el siglo xiv-xv.
Pero no será hasta el siglo xx en que se inicie un movimiento de liberación nacional conducente a la creación de un sultanato independiente del resto de las islas Filipinas que agrupe las regiones con mayor presencia musulmana, movimiento que aglutina diferentes organizaciones, algunas de ellas directamente relacionadas con el Estado Islámico (Daesh).
Este conflicto entre los insurgentes islámicos y el gobierno tuvo uno de sus últimos enfrentamientos el pasado 23 de mayo, cuando el ejército filipino intentó capturar en Marawi (Mindanao) a Isnilon Hapilon, líder del grupo yihadista Abu Sayyaf. Los yihadistas del grupo Maute, apoyados por milicianos indonesios y malasios, respondieron con la ocupación total de la ciudad, asaltando el ayuntamiento y el hospital, quemando la catedral, la comisaría, una escuela y una prisión y recorriendo las calles con banderas negras del Estado Islámico.
El general Rolando Bautista, al frente del asalto, explicaba que los insurgentes habían planeado cuidadosamente la toma de Marawi desde hace semanas y que la operación de captura de Hapilon sólo aceleró una estrategia ya en marcha. «Los extremistas tenían entre sus planes no sólo incendiar todo Marawi, aseguraba el general Eduardo Año, jefe del Estado Mayor filipino, sino también asesinar al mayor número posible de cristianos en la vecina Iligan con motivo del Ramadán, en una estrategia destinada a confirmar su poder como rama local del Estado Islámico en Filipinas, al modo que lo hace el IS en Irak o Siria».
Las tropas del presidente Duterte, que ha declarado la ley marcial en la isla, tratan de recuperar el control de una ciudad sumida en el terror, en la que no saberse de memoria el Corán te puede costar la vida, como les sucedió a un grupo de carpinteros que trataban de huir en una de las caravanas de evacuación que ya han logrado sacar con vida a más de 85.000 personas.
A pesar de las duras críticas dirigidas por la Iglesia filipina contra algunas de las actuaciones del presidente Duterte (desde el asesinato de supuestos consumidores y traficantes de drogas hasta la prohibición de colgar rosarios y llevar imágenes religiosas en los coches), los obispos de Mindanao han emitido un comunicado en el que exhortan a todos los fieles a mantener la calma y obedecer los mandatos de la autoridad legítima: «La ley marcial es un medio de último recurso. ¿Se cumplen los principios morales? ¿Había otros medios para resolver los profundos y graves problemas de Mindanao? ¿Podrán los efectos positivos de la ley marcial superar los efectos negativos? ¿Traerá una cultura de rendición de cuentas y pondrá fin a una cultura de impunidad? ¿Incrementará la ley marcial la violación de los derechos humanos? Las respuestas a todas estas preguntas son especulaciones. Tenemos muchos temores. Pero en la actualidad simplemente no tenemos argumentos sólidos y suficientes para rechazar la declaración de la ley marcial como moralmente reprobable».
Entre los rehenes tomados por los terroristas islámicos, y que son usados como escudos humanos, figura el padre Chito Soganub, vicario general de la prelatura de Marawi, y quince fieles, apresados en la catedral de María Auxiliadora. «Sucedió precisamente en la víspera de la fiesta de María Auxiliadora: a ella le pedimos ayuda. A ella, que es el auxilio de los cristianos, le pedimos por la salvación de nuestros fieles. Sólo ella puede venir en nuestro rescate –exclamó monseñor Edwin A. de la Peña, obispo de Marawi Javier, me puedes quitar el fon de la siguiente foto?–. También hacemos un llamamiento al papa Francisco para que rece por nosotros y para que pida a los terroristas que liberen a los rehenes, en nombre de nuestra humanidad común.