El pasado 30 de enero el papa Francisco volvía a denunciar el martirio de tantos cristianos que está teniendo lugar últimamente por todo el mundo y cuyo testimonio está siendo deliberada e insistentemente ocultado por muchos medios de comunicación. «Los mártires son aquellos que llevan adelante la Iglesia, son aquellos que sostienen a la Iglesia, que la han sostenido y la sostienen hoy. Y hoy tenemos más mártires que en los primeros siglos. Los medios de comunicación no lo dicen porque no son noticia, afirmaba el Santo Padre, pero muchos cristianos en el mundo de hoy son bienaventurados porque son perseguidos, insultados, encarcelados ¡Hay tantos en las cárceles, sólo por llevar una cruz o por confesar a Jesucristo! Ésta es la gloria de la Iglesia (…) porque una Iglesia sin mártires es una Iglesia sin Jesús».
Por ello, nos llena nuevamente de gozo la beatificación el pasado 25 de marzo en Almería de 115 mártires españoles que dieron su vida por amor a Dios durante la persecución religiosa que tuvo lugar en nuestro país entre 1934 y 1939, testimonio de la especial presencia de Cristo en nuestra Iglesia.
Encabeza la lista el ya beato José Álvarez-Benavides de la Torre, deán de la catedral almeriense, que con la burda acusación de que escondía supuestos tesoros y armas en la catedral, fue detenido en el mismo templo el 23 de agosto de 1936. Así contó su martirio un testigo: «“La Alsina” (autobús de línea) llegaba hasta unos 20 pasos de la boca del pozo y los presos eran sacados por los milicianos uno a uno, que los entregaban a los ejecutores, quienes los colocaban al borde del mismo, haciéndoles un disparo en la cabeza o en el pecho y arrojándolos al fondo, tras empujarles con un bieldo. Los presos morían dignamente y daban el grito de ¡Viva Cristo Rey! Las demás víctimas presenciaban la muerte de los que eran primeramente asesinados. Al caer al pozo algunos de ellos tenían aún vida y lanzaban quejidos desde el fondo y entonces desde la boca del mismo les hacían varios disparos rematándolos. Al terminar las ejecuciones echaban varias espuertas de cal viva, tierra y piedras». Junto a él han sido beatificados 94 sacerdotes más, uno de ellos religioso franciscano, y veinte seglares. De éstos, 18 son varones, y dos mujeres cuyos nombres brillan con luz propia.
Se trata, por una parte, de Emilia Fernández Rodríguez, la «Canastera de Tíjola», gitana de raza y mártir del rosario a sus 23 años. Encarcelada por su fe el 21 de junio de 1938, recién casada y encinta, se quedó tan admirada por la ayuda que le prestaban algunas presas católicas, que les pidió que la instruyeran en el rezo del rosario. Aislada por negarse a denunciar a sus catequistas, el 13 de enero de 1939 dio a luz a una niña. Tras el parto le negaron cualquier asistencia médica, muriendo diez días después, sola y abandonada, pero sin denunciar a su catequista, a pesar de todas las presiones a que estuvo sometida. Aunque sus compañeras bautizaron ellas mismas a su hija, las autoridades se la llevaron y nunca más se supo de ésta.
La otra mujer es Carmen Godoy Calvache, que en agosto de 1937 fue detenida por liderar la campaña de restauración del templo de su pueblo natal, Adra, quemado por los republicanos en 1932. Entonces comenzó un prolongado y cruel martirio, tanto físico como psíquico, con el propósito de que delatara a los benefactores del templo. «Yo tengo la maleta preparada para la eternidad; podéis hacer conmigo y con mis hijos lo que queráis, pero la lista no os la entrego», respondía siempre doña Carmen. El 1 de enero de 1937, a sus 48 años y con todo su cuerpo quebrantado, fue enterrada viva, alcanzando heroicamente la palma del martirio.
Esta beatificación, afirmaba don Adolfo González, obispo de Almería, «ha de fortalecer el testimonio de la fe que los cristianos de hoy estamos llamados a dar en el contexto de la sociedad de nuestros días. No podemos vivir de la nostalgia de un pasado que no vuelve, pero tampoco podemos ignorar el pasado que genéticamente da razón de quiénes somos y a quiénes nos debemos. Del pasado nos viene la tradición de la fe que da identidad a la Iglesia de Cristo, peregrina en la historia de los hombres y a su servicio. Del pasado nos ha sido transmitido con la fe el ejemplo que para nosotros representan los mejores discípulos de Cristo: los mártires que sellaron con su sangre la fe que profesaron, y los santos que vivieron el seguimiento de Cristo en vida cotidiana de forma heroica».
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