En el quinto centenario de la reforma protestante es oportuno proponer la presente obra ya clásica Roma, dulce hogar en la que un matrimonio protestante cuenta su conversión al catolicismo.
El largo camino hasta el catolicismo de Scott y Kimberly Hahn es un verdadero peregrinaje de dolor y gozo. Su testimonio, vertido en numerosas charlas y especialmente en el libro escrito a dos manos Roma, dulce hogar resulta extraordinario por la profundidad teológica de sus argumentos: no en vano se trata de un matrimonio de teólogos, movidos además por la sed de la Verdad. Pero a menudo, su testimonio conmueve todavía más por la hondura del sufrimiento que como esposos y padres debieron soportar por separado, especialmente durante los más de cuatro años que median entre la conversión al catolicismo de Scott, en 1986, y la de Kimberly, en 1990. Este tiempo de cruz, de soledad e incomunicación incluso dentro del matrimonio, es a la vez el más claro ejemplo de la perseverancia en el amor a Dios de cada uno, y especialmente de la perseverancia del amor de Dios sobre ellos. Este deseo de amar y servir a Dios a través del estudio de la Palabra revelada y en el seno de su propia familia es la nota común en el recorrido de ambos, aun cuando las diferencias teológicas entre ellos son más agudas.
Aunque juntos parten del mismo punto, la rama presbiteriana del protestantismo, en la que han sido educados y a la que como jóvenes esposos sueñan con servir, sus caminos empiezan a distanciarse a medida que el estudio de Scott lo va acercando a las verdades católicas. El cambio en Scott es progresivo, el Señor lo guía a través de su recorrido intelectual: la investigación del concepto de la alianza que Cristo estableció con nosotros lo lleva a cuestionar su significado como «simple contrato o acto legal por el cual Él tomó nuestros pecados y nos dio su inocencia, como explicaron Lutero y Calvino. (…)La Nueva Alianza estableció una nueva familia que abarcaba toda la humanidad, con la que Cristo compartió su propia filiación divina, haciéndonos hijos de Dios» (p. 46). Así, este camino de profundización en el significado de la alianza conduce a Scott a rechazar las doctrinas protestantes de sola fide y sola Scriptura y a descubrir las verdades que la Iglesia católica lleva siglos custodiando. Pero además de su honestidad intelectual, es sobre todo la caridad, un amor absolutamente personal, quien lo anima en su búsqueda.
Cuando este camino culmina durante la vigilia de Pascua de 1986, al ser recibido en la Iglesia católica, empieza también el periodo más doloroso en el seno de su propia familia. Kimberly describe en varias ocasiones este desgarro lacerante que lo separa de su marido ya católico: «Las olas de sufrimiento nos hundían por separado, mientras contemplábamos la muerte de tantos sueños. (…) Scott por lo menos tenía el consuelo de creer que estaba haciendo la voluntad de Dios. Yo no tenía esa clase de certeza» (p. 124). Al rechazo que Scott recibe de parte de sus amigos protestantes, Kimberly es consciente de estar uniendo su incomprensión como esposa. A la vez, a su propia confusión se une un dolor mayor: «La ausencia del gozo de la salvación era muy intensa para mí. Y esto se hacía a veces especialmente penoso, porque yo podía adivinar cuánto gozo trataba Scott de disimular» (p. 129). Sólo una esperanza la sostiene: la fidelidad del Señor, que se manifiesta precisamente a través de la maternidad. El nacimiento de su tercera hija, que Kimberly recibe como «hijo de la reconciliación» (p. 131), supone el primer paso de acercamiento cuando decide bautizarla como católica. Empieza entonces lo que ella explicará como un deshielo primaveral: el camino no es fácil y pasa por la humildad intelectual y especialmente por la cruz de la enfermedad.
Por eso es indescriptible el gozo de la llegada a Roma, cuando los cónyuges reciben la Eucaristía juntos por primera vez. Kimberly Hahn resume así el cambio en su vida: «unidad restaurada, apostolado renovado, familia revigorizada» (p. 189). El entusiasmo y la fe viva de este matrimonio son contagiosos: la lectura de su testimonio en Roma, dulce hogar es una auténtica llamada a la conversión diaria de nuestras familias.
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