Convertíos, pues el Reino de los Cielos está muy próximo», predicaba Juan el Bautista para preparar los caminos del Señor y anunciar al pueblo su salvación. Es el mensaje que reitera la Virgen María en Fátima para preparar el advenimiento del Reino del Corazón de su Hijo Jesús, cuya aurora es el conocimiento y veneración del Corazón de su Inmaculada Madre.
Nuestros tiempos son de especial misericordia que Dios concede por medio de la Virgen María, como significaba el papa Francisco en la convocatoria del reciente jubileo extraordinario: «Nadie como María entró en el santuario de la misericordia divina, porque participó íntimamente en el misterio de su amor» (SA 24). Concluido éste el pasado 20 de noviembre de 2016, una semana después el papa Francisco concedía al santuario de Fátima un año jubilar para celebrar el centenario de las apariciones de Nuestra Señora venerándola como Mater Misericordiae.
El 13 de junio de 1917, en su segunda aparición de Fátima, Nuestra Señora, mostrando su Corazón, dijo a tres niños estas palabras, desgraciadamente no valoradas durante un siglo: «Jesús quiere instaurar en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón». Es la voluntad expresa de Dios, brotada de su infinita misericordia.
«Nos consagramos para siempre a tu Corazón Inmaculado, oh Madre nuestra y Reina del mundo, para que tu amor y patrocinio aceleren el triunfo del Reino de Dios.» (Pío XII, 8 de diciembre 1942).
Parecen escritas para hoy las palabras que Pío XII pronunció hace 75 años, el 8 de diciembre de 1942 al consagrar el mundo al Inmaculado Corazón de María: «Nos confiamos y nos consagramos a ti, a tu Corazón Inmaculado, en esta hora trágica de la historia humana, … y así como al Corazón de tu Jesús fueron consagrados la Iglesia y todo el género humano con el fin de que, depositada en Él toda su confianza, les fuese señal y prenda de victoria y salvación, así también nos consagramos para siempre a tu Corazón Inmaculado, oh Madre nuestra y Reina del mundo, para que tu amor y patrocinio aceleren el triunfo del Reino de Dios.»
El decreto de la Congregación de Ritos de 4 de mayo de 1944, que extendió a toda la Iglesia el oficio y la misa de su fiesta precisaba el objeto de la devoción al Inmaculado Corazón de María: «Con este culto tributa la Iglesia el honor debido al Corazón Inmaculado de la Bienaventurada Virgen María, ya que, bajo el símbolo de este Corazón se venera devotísimamente la eximia y singular santidad del alma de la Madre de Dios; pero más aún su amor ardentísimo a Dios y a su Hijo Jesús, y su piedad maternal hacia los hombres redimidos por la sangre divina.»
La advocación de «Inmaculado Corazón de María» con la que la Virgen quiere ser venerada en Fátima en nuestros tiempos expresa no sólo su plenitud de gracia, criatura la más excelsa por ser Madre de Dios, que, como escribe el santo de Aquino «se roza con los confines mismos de la divinidad», sino que incluye además el dogma de su Asunción en cuerpo y alma a los Cielos, ya que el Corazón que veneramos no es un corazón metafórico e imaginario, ni un corazón que dejó de latir hace veinte siglos, sino un corazón real, vivo, que palpita actualmente de amor por nosotros en su glorioso cuerpo asunto en el Cielo junto con su Hijo Jesús.
Por qué consagrarse especialmente al Corazón Inmaculado de María
Cabría preguntarse: ¿Por qué venerar al Corazón Inmaculado de María y no directamente a la Santísima Virgen? Explica santo Tomás que el honor y culto que se da a un órgano del cuerpo se refiere a la persona (S. Th. 3ª q. 5 a.1), por lo que al venerar al Corazón de María honramos a la misma Virgen. Y podemos seguir preguntándonos: si veneramos a la Virgen María ¿por qué dirigirnos especialmente a su Corazón?
La razón podemos verla en la analogía entre el Corazón de María y el Corazón de Jesús, siendo útil para ello la distinción que en la devoción al Corazón de Jesús hacen los teólogos del doble significado o simbolismo del concepto de «corazón» en el lenguaje de la Escritura y en el de todos los pueblos, diciendo que la palabra es tanto la expresión o síntesis de la persona moral, como, a su vez, el símbolo natural y vivo del amor, por lo que invocar a María por su Corazón es acudir a ella especialmente como a Madre tierna y amorosa.
Aceptado que podemos dirigirnos amorosamente al Corazón de María, cabe seguir preguntando ¿por qué calificar a su Corazón de Inmaculado? Podríamos decir que el Corazón de María es Inmaculado porque toda ella es Inmaculada, pero surge entonces la pregunta ¿por qué María es Inmaculada? Responden los teólogos que la prerrogativa de ser María Inmaculada va íntimamente ligada con su maternidad divina, como dice san Maximiliano Kolbe: «si María fue Inmaculada es porque tenía que llegar a ser Madre de Dios: por eso fue Inmaculada». Al fin la pregunta clave: ¿Quién es la Inmaculada?
¿Y qué es Inmaculada Concepción?
La palabra «concepción» nos dice que no es eterna, sino que tiene su principio. La palabra «Inmaculada» significa que desde el principio de su existencia no hubo en ella nada que estuviese en contra de la voluntad de Dios. La Inmaculada es, pues, la criatura más perfecta, la más divinizada, la más divina. Era inmaculada, porque iba a ser Madre de Dios. Fue Madre de Dios, porque era inmaculada.
La expresión «Madre de Dios», se compone de dos conceptos: «Madre» y «de Dios». Por eso para entender quién es ella hay que comprender lo que es Dios, y eso es imposible para nuestra limitada razón. No podemos abarcar con la mente humana quien es Dios. Tampoco estamos en condiciones de asimilar la dignidad de la Madre de Dios. Podemos entender el título de «siervo de Dios», pero mucho más difícil nos es comprender «hijo de Dios». La noción «Madre de Dios» rebasa ya totalmente nuestra capacidad de entendimiento.
A la pregunta de ¿quién es la Inmaculada?, nuestra lengua carece de medios para responder. Nuestras nociones no están adaptadas a ello. Pero si tenemos en cuenta todos los títulos que le ha concedido la humanidad, lo que ella misma dijo de sí y la dignidad de ser la Madre de Dios, podemos hacemos una vaga idea de quién es la Inmaculada. «El conocimiento de la Inmaculada solamente lo podemos conseguir con ayuda de la oración. Cuanto más pura sea el alma, cuanto más se cuide de no caer, cuanto más humildad haya en ella y más espíritu de penitencia, mejor conocerá el alma a la Inmaculada.» (La ciudad de la Inmaculada, miércoles 26.VI.1939. Apuntes del hermano Emil Banaszek.)
¿Es la devoción al Corazón Inmaculado de María devoción moderna?
La devoción al Corazón Inmaculado de María, que Nuestra Señora como mensajera de la voluntad de su Hijo pedirá a la Iglesia explícitamente en Fátima el 13 de junio de 1917: «Jesús quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado» no es una devoción reciente, pues la Providencia la había ido dando a conocer privadamente a místicas y santos medievales, y la devoción pública comenzará en el siglo xvii con san Juan Eudes, quien escribe: «El Corazón de María es la fuente y el principio de todas las grandezas, excelencias y prerrogativas que la adornan. Hija primogénita del Padre, madre del Hijo, esposa del Espíritu Santo y templo de la Santísima Trinidad… este santísimo Corazón es la fuente de todas las gracias que acompañan a estas cualidades».
El gran maestro de la moderna devoción mariana, san Luis María Grignion de Montfort enseñándonos la consagración a María en la santa esclavitud, exclamaba «María, me arrojo en vuestro Corazón abrasado de amor, divino molde en el que quiero formarme, y en él me escondo y me pierdo para rogar, obrar, sufrir siempre por Vos, con Vos y para Vos, a la mayor gloria de vuestro divino Hijo Jesús» .Y en la Consagración de sí mismo a Jesucristo, Sabiduría encarnada, por manos de María, escribe: «¡Oh, Corazón Inmaculado de María!, tabernáculo viviente de la Divinidad, en donde la Sabiduría eterna escondida quiere ser adorada por los ángeles y los hombres.»
Un siglo después (18 de agosto de 1807) durante la Revolución francesa, el papa Pío VII enseñaba «El Corazón de María, Madre de Dios y Madre nuestra, es el Corazón amabilísimo, objeto de las complacencias de la adorable Trinidad, y digno de toda la veneración y ternura de ángeles y hombres. El Corazón más semejante al de Jesús, cuya imagen más perfecta es María, Corazón lleno de bondad y en gran manera compasivo de nuestras miserias.»
San Antonio María Claret, en sus Escritos espirituales dice «María fue preservada del pecado original por haber sido ella la destinada para Madre del mismo Dios. Para esto, Dios la dotó de un Corazón Inmaculado, purísimo, castísimo, humildísimo, mansísimo, santísimo, pues que de la sangre salida de este Corazón se había de formar el cuerpo del Dios humanado». Pero la eclosión de su devoción arrancará en el siglo xx con las apariciones de Nuestra Señora en Fátima y culmina con dos santos singulares: san Maximiliano Kolbe, que murió sin conocer los hechos de Fátima, y su discípulo san Juan Pablo II que vivió en su persona sucesos singulares. De ambos trataremos en próximos artículos.