Sábado por la noche en Alepo. La ciudad más castigada por la guerra civil de Siria no descansa por el ruido de las bombas y el estallido de los morteros. En medio del caos, la comunidad contemplativa de carmelitas está realizando el rezo de la liturgia. Su oración a Dios se eleva de nuevo para pedir la paz. De repente la lectura de los salmos es interrumpida por un estruendo atroz. Esta vez el ruido ha sido demasiado fuerte, demasiado cercano.
A la mañana siguiente las religiosas comprueban que lo que interrumpió sus rezos fue un misil de más de tres metros de altura que ahora asoma, medio enterrado, en el jardín de su casa, a escasos metros de la capilla.«¡Ha sido un milagro!», claman en seguida algunas hermanas. Al medio día llegan las fuerzas especiales para desarmar el proyectil, nadie se explica cómo no ha llegado a estallar. Hace pocos días atrás las carmelitas habían escrito a la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada: «No podemos más y pedimos incesantemente el fin de los combates en todas las zonas de la ciudad».
El ruido que sacudió a la comunidad del Carmelo de Alepo también llegó a los oídos de las religiosas de la familia del Instituto del Verbo Encarnado (IVE). La hermana Laudis, superiora, cuenta que estaban en la capilla participando de la misa presidida por el padre David Fernández, también de la comunidad del IVE. Justo cuando estaban realizando la consagración de la comunidad al Sagrado Corazón de Jesús, sintieron el impacto del misil. «Dios se sigue mostrando como un Padre bondadoso y por eso nunca dejamos de agradecerle», asegura la hermana Laudis.
Las carmelitas también denuncian la falta de información y objetividad en los medios de comunicación occidentales. Mientras se da a conocer los bombardeos sobre el oeste de la ciudad y las zonas controladas por los rebeldes, también los barrios del este –donde viven los pocos cristianos que quedan– están sufriendo los bombardeos de parte de grupos rebeldes y yihadistas.
Como ejemplo, cuentan que un sacerdote que va a celebrar la misa al Carmelo llegó llorando. Vive en Midan, un barrio sencillo que desde hace tres años es presa incesante de atentados. Desde hace una semana, este sacerdote no deja de enterrar a víctimas civiles. En otro barrio obrero, prácticamente musulmán en su totalidad, cerca del hospital de San Luis, regentado por las hermanas de San José de la Aparición, los obuses han provocado una decena de muertos y más de setenta heridos. «Gracias por rezar por todo lo que vivimos en la oscuridad de nuestra vida oculta o por nuestro pobre testimonio de contemplativas en pleno corazón de la violencia y de la guerra, para que sea vivido en la humildad, la paz y la verdad», concluyen en su carta.
«No estamos nunca seguros»
Siria ha cambiado completamente en tan solo cinco años: de ser un país rico en el que había paz y donde la economía funcionaba muy bien, a volverse un lugar completamente destruido. Casi seis millones de personas –más que si sumáramos los habitantes de Madrid y Barcelona– han tenido que huir del país. Se calcula que los muertos ya ascienden a 400.000.
El padre Andrzej Halemba, director de proyectos en Oriente Medio de Ayuda a la Iglesia Necesitada, ha visitado Siria el pasado mes. Asegura que lo que más le ha impresionado es ver la destrucción en ciudades históricas como Damasco o Homs: «Las calles están sucias, la gente está pobremente vestida, los precios son muy elevados y hay mucha desconfianza». Todo el mundo está cansado de tantos años de guerra, los controles policiales son incesantes y la esperanza disminuye a cada bomba que vuelve a estallar.
«En Homs pasamos por una plaza donde unos días antes se había producido un ataque de Al Nusra. Los atacantes conducían un automóvil al centro de la ciudad e hicieron explotar una bomba en el punto de control. Murieron ellos mismos y seis soldados. Debido a ese terror, la gente está profundamente traumatizada. “No estamos nunca seguros”, dicen. Y esto hace realmente mella en ellos. También hay situaciones positivas: «la gente es muy agradecida, les da mucha fuerza el saber que la Iglesia está ayudándoles y muchas personas fuera de Siria se acuerdan de ellos», cuenta el padre Halemba, «en Marmarita me decían: padre, para nosotros es muy importante no sentirnos olvidados».
Desde el comienzo de la guerra en Siria, que estalló en 2011, Ayuda a la Iglesia Necesitada ha financiado proyectos humanitarios de emergencia y ayudas pastorales en el país por un importe superior a los trece millones de euros.