Desde que en 1865 Celia comunicó a su hermano, estudiante de farmacia en París, la noticia del ganglio que se le estaba desarrollando en el pecho, para su posible solución, las circunstancias de la vida familiar y profesional no le permitieron volver a ocuparse del tema hasta once años más tarde, en 1876, en que la evolución de dicho ganglio en un tumor comenzó a afectarla muy intensamente. Esto ocurrió en el verano de 1876 y se lo comunicó a su hermano Isidoro, mientras pasaban juntos las vacaciones.
En principio no le dice nada a Luis para no inquietarle, pero el progreso de la enfermedad se refleja en su salud. Ello ocasionó que consultara a varios médicos, que le confirmaron la gravedad de la enfermedad. La visita al médico de Lisieux del día 24 de diciembre le confirma que su enfermedad es incurable. Tras este diagnóstico, Celia comunica la noticia a toda la familia: consternación, lloros, abatimiento, etc. Celia, cargada de pesadas responsabilidades, sabe lo que le espera, pero ella se propone dominar su dolor y dedicarse a hacer a los suyos la vida lo más alegre posible.
Aun en estas circunstancias, Celia, con una confianza total en el Señor, piensa menos en su enfermedad que en un problema que le preocupa desde hace tiempo: Leonia continúa rebelde y sin obedecer a su madre. Por otro lado, sor Mª Dositea, hermana de Celia, también está en situación grave, por una tuberculosis que ha ido avanzando hasta postrarla en la cama.
Viendo el final de su hermana visitandina y recordando que Leonia, tras una grave enfermedad de su infancia, fue curada por acción milagrosa de sor Margarita María, recién beatificada, Celia no duda en acudir a Le Mans a visitar a su hermana enferma para darle un encargo. El día 8 de enero de 1877 escribe esta carta: «Acabo de llegar de Le Mans (…) estos son los encargos que le di para el Cielo a mi hermana. Le dije: “En cuanto llegues al paraíso, vete a ver a la Stma. Virgen y dile: Madre mía, le ha jugado una mala pasada a mi hermana dándole a la pobre Leonia; ella no te había pedido una niña así; tienes que reparar esto”. Luego irás a ver a la beata Margarita María y le dirás: “¿Por qué la curaste milagrosamente? Hubiese sido mejor dejarla morir, estás obligada en conciencia a reparar la avería”. Ella me rió por hablar así, pero yo no tenía mala intención, Dios lo sabe. No importa, tal vez he obrado mal y tengo miedo de que, como castigo, no me escuche el Señor”.
El 24 de febrero reciben una carta de la Visitación en que les comunican la muerte de sor Mª Dositea. Celia tiene un gran disgusto, pues a lo largo de toda su vida fue su amiga confidente. Ella cree que no podrá pasar sin su hermana, pero reafirma su confianza en Dios por su situación.
En el mes de marzo se ve un total cambio en el comportamiento de Leonia. Celia no tiene ninguna duda de que esta transformación súbita e irreversible ha sucedido por la intercesión de su hermana. El 12 de marzo, llena de emoción, escribe una carta a su cuñada dándole la noticia y otra a su hija Paulina:
«Creo que mi hermana me ha alcanzado una gran gracia. Tú ya sabías cómo yo no podía ejercer ningún influjo sobre Leonia, que huía de mí… Intenté por todos los medios, pero todo era inútil. Estaba fascinada por la sirvienta, que sin embargo, la hacía muy desdichada sin saberlo yo. María lo descubrió todo. Te aseguro que he sufrido mucho, pues no podía explicarme la conducta de esta niña, por lo que no veía necesario seguir viviendo al no poder serle útil en nada. Pero desde el sábado todo ha cambiado, y de una forma tan inesperada que no salgo de mi asombro. No tengo tiempo de darte muchos detalles, pero todo lo que puedo decirte es que ahora no quiere ya separarse de mí. Me dedico exclusivamente a ella, igual que María».
Ahora Celia vuelve a tener ganas de vivir para poder dedicarse a Leonia y espera con ilusión la peregrinación a Lourdes que hará con sus tres hijas mayores, confía que la Stma. Virgen la curará.
En esta situación Celia piensa en liquidar el negocio del punto de Alençon, arreglar todo lo relativo a ello y cumplir los pedidos pendientes: «Así que dejo definitivamente el encaje de Alençon y empezaré a vivir de mis rentas; de todas formas, creo que ya era tiempo de hacerlo. El mayor miedo que tengo es si no disfrutaré mucho tiempo de este descanso». Pero no pierde el humor y continúa: «No sé si me equivoco, pero creo que los demás fabricantes me van a seguir de cerca, pues, tal como se están desarrollando las cosas, este tipo de industria no puede prosperar. Las señoras se vuelven hacia las flores, y también las “medio señoras”, que este año llevan en sus cabezas verdaderas matas de flores. Es original, pero no hermoso».
Tras su vuelta de la peregrinación de Lourdes, agotada del viaje, pero feliz, espera todavía un milagro de la Virgen para poder ayudar a Leonia. Espera el milagro pero con una aceptación total de la voluntad del buen Dios que «quiere que yo descanse en otro lugar que no en la tierra». Murió el 28 de agosto de 1877.
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