Todos los que vivimos esta vida mortal tenemos nuestras aflicciones. Vosotros tenéis vuestras pesadumbres; pero cuando estéis afligidos y las olas parezcan elevarse y estén prontas a sumergiros, haced un acto de fe, un acto de esperanza en vuestro Dios y Salvador. Os llama aquel que tiene su boca y sus manos llenas de bendiciones para vosotros. Dice: «Venid a mi todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré» (Mt 11). Todos los que estáis sedientos –dice por su profeta– venid a las aguas… Nunca entre en vuestra mente la idea de que Dios es un amo duro, severo. Día llegará, es verdad, en que vendrá como justo Juez, pero ahora es tiempo de misericordia. Beneficiaos de él, aprovechad el tiempo de gracia. Mirad que ahora es el tiempo grato, mirad que ahora es el día de la salvación. Recordáis que el endemoniado dijo: ¿Qué hay entre ti y nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a destiempo para atormentarnos? (Mt 8). La venida de Cristo no era confortadora para ellos (…)Porque a los hombres les destina bienes y, sabiendo y sintiendo esto, los hombres son atraídos hacia Él. No irán a Dios hasta estar seguros de esto. Deben creer que es no sólo omnipotente, sino también misericordioso. La fe está fundada en el conocimiento de que Dios es omnipotente; la esperanza lo está en el conocimiento de que Dios es misericordioso. Y la presencia de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo nos mueve a esperar tanto como a creer, porque su nombre, Jesús, significa Salvador, y porque fue tan amante, dulce y bondadoso cuando estuvo en la tierra.
Buscad el rostro de aquel que habita siempre, con presencia real y corporal, en su Iglesia. Haced, al menos, lo que hicieron los discípulos. Tenían sólo una fe débil, no tenían una gran confianza ni paz, pero por lo menos no se separaban de Cristo […] No os defendáis de Él, antes bien, cuando estéis en apuro acudid a Él, día tras día, pidiéndole fervorosamente y con perseverancia aquellos favores que sólo Él puede otorgar. Y así como en esta ocasión que nos narran los Evangelios, Él reprochó a sus discípulos, pero hizo por ellos lo que le habían pedido, así, aunque observe tanta falta de firmeza en vosotros, que no debía existir, se dignará increpar a los vientos y al mar y dirá: «Paz, estad tranquilos». Y habrá una gran calma.
Observáis que cuando vino la tormenta los discípulos estaban muy angustiados. Pensaban que alguna gran calamidad se les aproximaba. Por esta razón, Cristo les dijo: ¿Por que teméis? Esperanza y miedo son opuestos; temían porque no esperaban. Esperar es, no sólo creer en Dios, sino creer y estar ciertos de que nos ama y desea nuestro bien; y por esto es una gran gracia cristiana. Pero la fe sin esperanza no basta para llevarnos a Cristo. Los diablos creen y tiemblan (Sant 11). Creen, pero no van a Cristo porque no esperan, sino desesperan.
(Cardenal J. H. Newman, Sermón para el domingo)